¿Por qué gusta tanto exhibir los logos de las marcas?

Karl Marx inicia El manifiesto comunista taxativamente con la afirmación de que la lucha de clases es el motor del mundo. Una máxima aplicable con igual consistencia al fenómeno de la moda, ya que, lejos de ser arbitrario y superfluo, mayoritariamente viene motivado por las tensiones irresolubles entre opresores y oprimidos. De hecho, uno de los esquemas que más ha motivado las tendencias es el del trickle down, por el que las clases privilegiadas crean una moda, pero cuando el resto la copia al creer que aparentar es el ser, los primeros mutan rápidamente para crear otra que les vuelva a diferenciar. Y este juego infinito entre el gato y la rata, entre los que pretenden seguir poseyendo el poder y los que aspiran a formar parte de él, genera en su imposible cuadratura del círculo un incesante juego de tendencias, las cuales performan y delimitan sin cesar las jerarquías sociales. Y los logos, en este baile, desempeñan un papel fundamental.

A lo largo de la historia, los privilegiados han empleado múltiples estrategias para diferenciarse visualmente del pueblo, como es el caso de la inmovilidad o la limpieza de las vestiduras, ya que sabían que un campesino, con su trabajo físico diario , nunca podría permitírselo. Los estamentos no privilegiados tampoco podían optar a las joyas, tejidos o tintes que otorgaban vistosidad y luminosidad a las vestiduras de los ricos y, por tanto, siempre han sido condenados a desaparecer visualmente, diluyéndose en la masa.

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El fin del Antiguo Régimen y las revoluciones industriales provocaron un estremecimiento social y la moda reinventó las estrategias de distinción. Si ahora los tintes y los tejidos ya estaban al alcance de más gente, el perfecto ajuste en el cuerpo sería una de las nuevas tácticas para diferenciar quién podía llevar vestidos a medida de quienes los llevaban de producción seriada. Las casas de prestigio y los nombres propios de creadores han sido fundamentales para dividir a la población, y de ahí que se inventara a finales del siglo XIX la etiqueta, para acreditar la autenticidad de la ropa. Pero si bien ésta nació escondida entre la tela y la nuca, el neoliberalismo, la opulencia, el materialismo y la explosión consumista de los 80 le harán los honores de la superficie. Un proceso en el que desempeñó un papel determinante Dapper Dan, una figura imprescindible para el devenir de la moda urbana.

Dan, un “buscavidas” de Harlem con una inteligencia desbordante, empezó a vestir alstar system del barrio, integrado por narcotraficantes, estafadores, deportistas y raperos que pedían respeto, poder y visibilidad. Si bien las grandes marcas de lujo no querían vestir a la comunidad afrodescendiente, Dan les dio la oportunidad de dignificar su estética. Se apropió de los logos de marcas como Louis Vuitton, Gucci o Fendi como elemento esencial de la vivencia del lujo y los sacó al exterior de forma invasiva, con unos diseños imaginativos que cambiarían la lógica de la moda. Con el tiempo, la cultura hip-hop conquistó el mundo y el sector del lujo empezó un proceso de apropiación de la cultura que durante tanto tiempo había ninguneado. En consecuencia, el copiador que había elevado la falsificación a categoría de arte acabó siendo copiado y destruido por marcas como Louis Vuitton, Fendi o Gucci, que ahora querían todo el pastel del hip hop para sí solas.

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El nuevo libro de Daniel R. Day, Dapper Dan. Fabricado en Harlem, publicado por Superflua, narra la fascinante vida de Dan, un auténtico superviviente de la opresión racial y de clase, que usó la moda como mesa de salvamento y que comprobó cómo la falacia del Sueño Americano puede llegar a ser una pesadilla en función del color de la piel. Y sobre las copias que la moda ha hecho de sus creaciones, Dan afirmará: "No dedica mucha energía a pensar en la apropiación. Si quieres hablar de apropiación, la esclavitud es la mayor apropiación de la historia". Y a partir de ahí, el resto.