Cada casa, un mundo

Habitar un viejo aljibe

Hoy ese espacio que servía para recoger y almacenar el agua es acogedor como una cueva

Este aljibe tiene mucha historia. Y no nos referimos tanto al tiempo transcurrido desde que se construyó, a principios de los años 40 del siglo XX para recoger y almacenar el agua que bajaba de las calles del pueblo de Campanet y poder abastecer las tierras de la posesión de Son Gener, que después se parcelarían y vendieron. Hablamos sobre todo de una historia familiar: la de la arquitecta Maria Gelabert Paris, cuyo padre, trabajador del campo, compró una trincha de aquella posesión donde había vivido de pequeño porque sus padres eran sus dueños -dueños, en Mallorca, son los campesinos que gestionan la posesión de unos señores que son sus propietarios-. Sí, el padre de la arquitecta compró ese solar donde había una terraza que sobresalía un metro y medio del nivel del suelo. Sabía o había oído decir toda la vida que allí estaba el aljibe de la posesión, pero no tenía entrada, sólo se veía una arqueta. La abrieron, se metieron, descubrieron aquel aljibe, semisótano, de unos 90 metros cuadrados de superficie y con una bóveda de cañón bastante impresionante. Y empezaron a soñar.

Primero, papá pensó recuperar el aljibe para poner cosas del campo. Después, pensó habilitarlo para hacer meriendas con sus amigos... Mientras tanto, Maria Gelabert, que trabaja en Palma y vivía en alquiler, tenía ganas de volver al pueblo. Pero en Campanet, como casi por todo, la vivienda es cara: "Los jóvenes que tienen casa es porque los padrinos o los padres tenían una. No es mi caso". Según confiesa la joven arquitecta, económicamente tampoco podía permitirse construir una casa en ese solar. Habilitar y seguidamente habitar ese viejo aljibe fue la solución a las dificultades actuales para tener vivienda. "Y así empezó una intervención de bisturí para adecuar el espacio al nuevo uso, garantizando todas sus condiciones de habitabilidad, pero sin negar la esencia del aljibe que fue", dice la arquitecta.

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Abrir un portal y una ventana; vaciar el más de medio metro de barro y sedimentos acumulados durante décadas; nivelar la pendiente original del suelo; condenar las entradas de agua que aún llenaban el espacio después de grandes lluvias; impermeabilizar por el interior aquellos muros, gruesísimos pero con grietas por las que se filtraba agua del terreno que contienen: son sólo algunas de las tareas esenciales que se tuvieron que realizar para preparar ese espacio y hacerlo habitable. La nueva vida de ese viejo aljibe se ha conseguido con un presupuesto limitado que no excede, confiesa la arquitecta, los 60.000 euros.

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Maria Gelabert Paris, que vive ya hace dos años, asegura que "el grueso de los muros y el contacto con el terreno ofrecen mucha inercia térmica en el espacio, que disfruta de las condiciones climáticas propias del interior de una cueva". De hecho, también se asemeja a una cueva el espíritu acogedor de este hogar que está concebido como un loft, un único espacio cubierto en tres cuartas partes por la bóveda de cañón original, mientras que la otra cuarta parte tenía originalmente y mantiene un forjado de viguetas de hormigón y bovedillas de piedra arenisca. Todo a unos 4 metros de altura.

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Un espacio único

Y ese espacio unitario que reúne, de cabo a rabo, la cocina, el comedor, la zona de estar y el dormitorio, sólo interpone entre estas dos áreas una caja que acoge un pequeño baño con ducha y extracción de aire forzosa. Este cubo, enyesado como el doble muro de los laterales del viejo depósito de agua para que su blancura irradie toda la luminosidad posible, tampoco toca la bóveda. Así, el espacio no se cierra en ningún punto, se potencia su continuidad, pero al mismo tiempo este baño ejerce de separador de la parte más íntima, reservada en cama, eso sí, sin privarlo de ventilación.

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Del aljibe, hoy queda más que la esencia. Hacía mucho tiempo que había perdido su función. Pero ahora, en el espacio que se ha hecho la arquitecta Maria Gelabert Paris, todavía se pueden ver muchos otros rastros de la otra vida, además de la bóveda de cañón. Se ha querido conservar la arqueta por la que accedieron la primera vez, se han conservado las manchas, la cal adherida y muchos de los agujeros y heridas de aquella historia. Así, con la iluminación indirecta que realza aún más la gran bóveda, el nuevo espacio ofrece aún más la sensación de ser una cueva. Eso sí, con una historia personal y familiar.