Helena Rubinstein, la mujer que inventó la belleza
La empresaria polaca levantó un imperio de la cosmética que ahora está en manos del grupo L'Oréal
Helena Rubinstein (1872-1965)
- Empresaria
Pocas personas en el mundo –o quizás sólo una– pueden presumir de haber sido retratadas por Salvador Dalí, Andy Warhol, Man Ray y, en general, un puñado de artistas estelares del siglo XX. Una de estas personas –o la única, como decíamos– es Helena Rubinstein, la mujer que inventó la belleza.
El imperio que levantó Rubinstein, miembro de una familia judía de Cracovia que sufriría persecución durante la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los mayores del mundo en el ámbito de la cosmética, gracias a la marca que lleva su nombre y que todavía perdura. El viaje al éxito comenzó a Australia, donde emigró antes de los treinta años por desavenencias familiares, con su elegancia natural y unos botes de crema casera como único patrimonio. La afición en el laboratorio –tenía estudios de medicina, pero inacabados– le permitió empezar a elaborar sus propios productos cosméticos a partir de los ingredientes que había traído de casa. Como su físico era el mejor reclamo para sus productos y al mismo tiempo una garantía de buenos resultados, la fama de Valaze (la primera crema que comercializó) corrió como la pólvora, proporcionándole beneficios suficientes para abrir un centro de belleza en Melbourne. Cabe decir que en el continente australiano el concepto de cuidar la piel era casi desconocido, por lo que Rubinstein encontró un terreno virgen para empezar a probar el éxito.
El siguiente paso fue establecerse en Londres, en 1908, desde donde comenzó la conquista de Europa con sus productos milagrosos. Abrió salones de belleza tanto en la capital británica como en París y en 1916 ya se sintió preparada para dar el gran salto a Estados Unidos, donde los tratamientos de belleza ya formaban parte de la cultura popular, con gigantes del sector como Elizabeth Arden –con quien tuvo una feroz rivalidad– o más tarde la Revlon de Charles Revson, judío como nuestra protagonista. A finales de la década de los años 20 realizó la operación corporativa que todo el mundo ha soñado alguna vez: vender el negocio justo antes de una gran crisis y recomprarlo después a mitad de precio. Esto es justo lo que ocurrió cuando traspasó la rama estadounidense de su imperio a Lehman Brothers... justo antes del crack del 29, por lo que poco después pudo recuperarlo pagando mucho menos de lo que había cobrado por la venta .
El primer centro de belleza para hombres
Algunas de las razones del éxito fulgurante del negocio de Rubinstein fueron su aproximación a la ciencia –decía que la belleza debe todo a la ciencia– y sus intensas campañas comerciales en todos los países donde distribuía sus productos. Después de unas décadas de los años 30 y 40 de gran crecimiento del mercado, los años 50 fue pionera en acercarse al público masculino mediante el lanzamiento de una línea de cosméticos para hombres y con la apertura del primer salón de belleza para este público. Lo cierto es que el proyecto era demasiado prematuro y el experimento quedó pronto abandonado. Algunas de sus frases que han pasado a la historia dicen: "La belleza es poder. Lo más importante de todos". O: "No hay mujeres feas, sólo perezosas". La pasión que sentía por la belleza iba mucho más allá del cuerpo humano, porque fue una coleccionista de arte muy destacada, sobre todo de piezas africanas y australianas, pero también de pintura, como es el caso de los cuadros de Miró y Dalí que adornaban alguno de sus hogares.
Su actividad frenética nunca se detuvo porque, como recordaba La Vanguardia en su obituario, el día antes de su muerte, con 94 años, había trabajado con normalidad en su despacho de Nueva York hasta que se sintió indispuesta, la trasladaron al hospital y allí se apagó pocas horas después. Su vida se extinguió, pero no su marca que, pese a los cambios de propiedad, sigue en lo más alto del sector de la cosmética. Ocho años después de su muerte, la empresa pasó a manos del conglomerado Colgate-Palmolive, que en 1988 acabó traspasándola a la multinacional francesa L'Oréal, antiguo rival de Rubinstein.