Homenots y Donasses

El ingeniero belga que hizo realidad el sueño de Orient Express

La empresa que fundó Georges Nagelmackers sigue existiendo en manos del operador francés Newrest

Estamos en los años 30 del siglo XX. Un tren de lujo queda atrapado en medio de un paisaje nevado mientras atraviesa Croacia, justo entre las localidades de Vinkovci y Brod. En medio del amodorramiento generalizado, un hecho extraordinario altera la vida de todos los pasajeros: un tal Samuel Ratchett, estadounidense, ha sido asesinado en su compartimento. Por suerte, una de las personas que viaja en el tren es un detective belga muy perspicaz, de nombre Hercule Poirot, que será quien acabará resolviendo el caso. Ni el asesinato ni toda la escena ocurrió nunca, porque todo salió de la imaginación de la autora inglesa Agatha Christie, en una obra que tituló Asesinato en Orient Express. Que esta prolífica escritora dedicara una novela a este tren, nos da una idea de la implantación que, durante décadas, tuvo Orient Express dentro de la cultura popular, como ejemplo de lujo y también de cierto exotismo.

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Detrás de un producto tan exitoso estaba un emprendedor belga –como el detective Poirot– que cambió su destino para construir un imperio del transporte y al mismo tiempo una marca de prestigio: Georges Nagelmackers. Nacido en una familia de banqueros, estaba previsto que heredara la propiedad del banco que sus antepasados ​​habían gestionado desde 1747, pero las cosas no salieron como estaban previstas. Un viaje a Estados Unidos le provocó una revelación, ya que viajar arriba y abajo en los cómodos trenes con cama que había puesto en circulación el empresario George Pullman le convencieron de que el continente europeo también necesitaba un servicio de estas características. Por cierto, la finalidad de trasladarse a América no era por negocios, sino más bien por desamor: quería olvidarse de su prima, con la que el matrimonio era imposible.

Con el título de ingeniero bajo el brazo, empezó a hacer diseños basados ​​en los vagones de Pullman, pero teniendo en cuenta dos factores relevantes: por un lado, quería dotar de privacidad a los viajeros, algo no muy bien resuelto por el empresario estadounidense; y, por otro, la imposibilidad de ofrecer el servicio de trenes con cama sólo en el territorio belga, un país mucho más pequeño que Estados Unidos, donde los viajes son de corta duración (recordemos que Bélgica es menor que Cataluña) . En la década de los años setenta del siglo XIX puso en funcionamiento sus proyectos, cuyo nombre genérico acabaría siendo marca, los célebres wagones-lits, o vagones-cama.

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Una vez superados los problemas de conexiones internacionales provocados por la guerra franco-prusiana (1870-1871), logró varios contratos para explotar trayectos, de modo que su firma, la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, se hizo cargo de líneas como la de Oostende-Brindisi (que atravesaba el continente de norte a sur), París-Colonia o Viena-Múnich. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces –un siglo antes del Mercado Común– las normativas ferroviarias eran diferentes en cada país y, sobre todo, el ancho de vía no era estándar, por lo que la labor del empresario belga para extender los sus recorridos fue ingente.

El negocio ya funcionaba y daba dinero, pero Nagelmackers tenía un sueño que iba mucho más allá y estaba dispuesto a pelear por él hasta el final. En su imaginación, veía un tren de lujo –más aunque los que ya tenía en funcionamiento– y que llegaba a los confines de Europa. El sueño se hizo realidad en otoño de 1883, cuando el primer convoy de Orient Express salió de París en dirección Estambul. Así se inició la vida de una línea de tren que llegaría a ser mítica y que hasta hace menos de quince años todavía daba servicio. Hoy en día, la empresa que fundó Nagelmackers, la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, sigue existiendo, pero ahora está en manos del operador francés Newrest, que la adquirió en el 2010.

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Nagelmackers murió en el castillo familiar, cerca de Versalles, en 1905, cuando ya era un empresario millonario y célebre. Demasiado temprano para ver momentos históricos para su marca, como la firma del armisticio de la Primera Guerra Mundial en uno de los vagones de la empresa que fundó.