HOMENOTES Y MUJERES

El invicto impulsor de la marca Schuss

Josep Antoni Pi i Maseras destacó por sus habilidades en el hockey terrassense y por esquivar la crisis textil que ahogó el sector en los años 80

David Valero Carreras
y David Valero Carreras

Anselmo levanta la vista hacia el horizonte a la vez que se cubre de los rayos solares con la mano haciendo de visera. El sol impenitente cae a plomo sobre la ciudad de Cusco, capital de Perú ancestral. Se seca el sudor, se rasca la barba blanqueada por el paso del tiempo y piensa que, por fin, está cerca de traspasar su meta vital. Un descubrimiento arqueológico que va mucho más allá de cambiar la cronología de unas piedras: es la demostración palpable de que la realidad es mucho más mágica de lo que nos han contado. Porque su investigación no sólo es física, sino que busca respuestas sobre la existencia misma. Todo empezó el 25 de marzo de 1971, mientras realizaba el servicio militar en el escuadrón de vigilancia aérea de Roses, cuando, al encontrarse frente a frente con el misterio, decidió que, tan pronto como pudiera, se convertiría en un aventurero para poder recorrer el mundo de punta a punta en busca de la verdad.

Pero, claro, ni las investigaciones más espirituales están exentas de las servidumbres humanas, por lo que su aventura vital supuso un precio muy elevado para el Anselmo. Salir del guión, en su caso, implicó la ruptura con el padre, Josep Pi, que había hecho una gran fortuna décadas atrás en el sector textil. Sin el apoyo material de la familia, la aventura resultó mucho más complicada de lo que pudo haber sido.

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A los lectores de cierta edad probablemente les resonará algo adentro si les hacemos recordar una marca de anoraks muy popular en la Cataluña de los setenta y ochenta que se llamaba Schuss. A diferencia de lo que pudiera pensarse, estas chaquetas no venían de un país de habla germánica, sino que estaban producidas íntegramente en Terrassa, en el corazón del Vallès. El éxito arrollador de los anoraks de esquí Schuss marca un punto equidistante entre la voluntad de triunfo del joven Josep Pi y la búsqueda trascendente de su hijo Anselm sesenta años más tarde.

La carrera de Josep Pi hacia la cima de la sociedad empezó muy pronto, cuando con 21 años recibió su parte de la herencia familiar -los padres eran comerciantes del textil- y empezó a invertir por agrandar el negocio, pero también para potenciar su imagen exterior (voltaba por el Vallès con la que, probablemente, fue la primera motocicleta BMW que pisaba el país).

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Su voluntad de hierro por formar parte inseparable de las élites terrasenses recibió una primera recompensa cuando, de muy joven, entró en la Orden del Dragón, un círculo muy restringido vinculado al Club Egara de hockey y donde se reunían familias destacadas de la ciudad, como los Comerma, los Badiella o los Salvatella. La relación de Josep Pi con el hockey fue más allá de las cuestiones honoríficas, porque fue el portero del equipo campeón de España en 1952 y acabó ejerciendo de presidente del club entre 1981 y 1993. ~BK_SALTO_LINEA ~

En paralelo a la aventura del hockey, su objetivo era el agrandamiento del comercio familiar de tejidos. En una escalada vigorosa hacia el éxito profesional, primero vino Las Ocasiones, en los años cincuenta, y después Almacenes Pi, durante los sesenta. Esta última tienda estuvo abierta hasta 1975. Pero el gran salto profesional se produjo en la década de los sesenta, cuando aceptó gestionar la parte comercial de los negocios de ropa de unos fabricantes amigos suyos. A los pocos años, ante sus evidentes capacidades comerciales, acabó entrando como accionista en la sociedad Creston, junto a Salvador Imbers e Ignasi Amat. Enfocaron la producción hacia los anoraks y la ropa infantil, bajo la marca Sportboy. Y, en breve, el primer gol a la competencia, cuando consiguieron la licencia para fabricar las cazadoras Graham Hill, que promocionaba en todo el mundo al mítico piloto de Fórmula 1.

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En la década siguiente, la entrada de un nuevo socio, Josep Riubrugent, propició varios cambios, como la modificación del nombre de la empresa, que pasó a ser Pradsa, y muy especialmente la apuesta definitiva por los anoraks bajo la marca Schuss. Una serie de problemas de salud de Josep Pi, así como algunos conflictos con otros miembros del negocio, parecían complicar el panorama, pero todo ello quedó olvidado ante el éxito de los anoraks Schuss, que, como decíamos al principio de este artículo, han quedado grabados en la memoria de algunas generaciones de catalanes. Por aquel entonces, la fábrica empleaba a más de 500 trabajadores.

La crisis del textil pasó de largo de la fábrica de Pradsa, por lo que Josep Pi pudo disfrutar del orgullo disimulado de ver cómo otras familias que formaban parte de las élites locales iban cayendo víctimas de la voracidad de la recesión, mientras él no hacía más que agrandar su prestigio y su aureola de triunfador. Precisamente, cuando el declive les tocó, él estaba ya jubilado y pudo vender a tiempo sus acciones a fondos de inversión extranjeros, que no fueron capaces de emular las hazañas del pasado. En 2010, a los 82 años de edad, Josep Pi Maseras se marchó invicto de este mundo.