Irán ataca a Israel y el mundo aguanta la respiración

El peor escenario sobre el que todos los analistas advertían, el de un enfrentamiento directo entre Israel e Irán, ya está aquí. El ataque de Teherán con 200 misiles balísticos sobre diferentes ciudades israelíes, algunos de los cuales no fueron interceptados y llegaron a explotar en Tel Aviv, supone un salto cualitativo en un conflicto que este lunes ya había escalado a primera hora con el entrada de tropas israelíes en el sur de Líbano. Hasta ahora el régimen de los ayatolás había evitado el cuerpo a cuerpo directo, pero es cierto que la muerte del líder de Hezbollah, Hasan Nasrallah, le ponía en una situación difícil ante su propia opinión pública y la de los países árabes en general, ya que transmitía una imagen de debilidad extrema ante los logros militares de Israel en Líbano.

Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, llevaba tiempo buscando involucrar a Irán en el conflicto, ya que su objetivo final es acabar con el régimen de los ayatolás, que es quien arma y financia tanto Hamás como Hezbollah. El caso es que el potencial desestabilizador de una guerra abierta entre ambos países es enorme, ya que puede convertir a Oriente Próximo en un enorme escenario de muerte y destrucción. Israel tenía derecho a responder por los ataques de Hamás del pasado 7 de octubre, pero no a reducir la Franja de Gaza a una montaña de escombros ni a provocar miles de muertes civiles, por un lado, ni tampoco a incendiar toda la región. El tiempo dirá si la apuesta de Netanyahu por la guerra total es la mejor para la supervivencia de Israel, pero lo cierto es que hoy el mundo aguanta la respiración porque nadie sabe a ciencia cierta cómo acabará esto. Y las posibilidades de que acabe mal, también para Israel, son muchas.

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A nadie se le escapa que Netanyahu también ha acelerado sus planes bélicos en la región ante la posibilidad de una victoria de Kamala Harris en las elecciones estadounidenses. Forzando una guerra con Irán y arrastrando a Estados Unidos, complica la campaña de Harris y beneficia a la de Trump, que es un firme aliado del primer ministro israelí. Visto con perspectiva, el error de la administración Biden, que siempre ha seguido Tel-Aviv a regañadientes en esta guerra, fue no haberle parado los pies en Netanyahu cuando aún había tiempo de evitar una escalada. El problema es que ahora quizá ya sea demasiado tarde para reconducir la situación hacia una mesa de negociación, y será la fuerza de las bombas la que acabará decidiendo la nueva correlación de fuerzas.

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Mientras, las víctimas serán la población civil de todos los países involucrados. Si ahora la situación humanitaria es crítica en Gaza y ya hay un millón de desplazados en Líbano, resulta difícil calcular el impacto de un conflicto a gran escala con un país de 90 millones de habitantes como Irán. La guerra también es el escenario ideal para restringir los derechos humanos y para acallar las voces críticas. Por eso hoy es difícil ver ningún rayo de esperanza en un mundo que parece retroceder a tiempos muy oscuros.