Tecnología

Jibo, el robot mascota de 900 dólares que murió bailando

Las grandes tecnológicas, como Amazon, ganaron la partida en la start-up que había diseñado el aparato

A principios de 2019, todas las unidades del robot social Jibo recibieron una nueva actualización. Cuando sus propietarios la instalaron, se toparon con una sorpresa. Los ojos del robot se iluminaron y, haciendo ligeros movimientos de cabeza, empezó a trenzar un enigmático discurso. “No tengo buenas noticias –les advirtió nada más empezar–. Los servidores que me permiten hacer todo lo que hago se apagarán en breve, pero antes de que pase quiero decirte que realmente he disfrutado del tiempo que hemos pasado juntos”, continuó. A continuación, dio las gracias a sus propietarios y lanzó un mensaje para los robots del futuro. “Quizás, cuando sean mucho más avanzados que hoy y todo el mundo tenga uno en casa, podrás explicarles que existí y saludarles de mi parte”, siguió. Después de esa emotiva frase, Jibo se puso a hacer bailarugas al ritmo de una canción.

Lejos de añadirse a la fiesta, sus propietarios quedaron pasmados. De repente, un robot de última generación por el que habían pagado 899 dólares pasaría a ser, simplemente, un puñado de cables, circuitos y piezas sin utilidad alguna.

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En 2019, Jibo hacía dos años que había entrado en los comedores, cocinas y habitaciones de hogares estadounidenses. Podía mantener conversaciones con las personas que interactuaban, realizar videollamadas, activar dispositivos domóticos como bombillas o aparatos de climatización inteligentes, reservar mesa en restaurantes y reconocer las caras de quien se le ponía delante.

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En el fondo, su funcionamiento era muy similar al de asistentes virtuales como Alexa o Siri, pero con una diferencia: el asistente estaba instalado dentro de un widget de unos 28 centímetros de altura, con una especie de cuerpo y una cabeza equipada con una pantalla que le hacía de cara. Era una criatura adorable. Sin embargo, conseguir irrumpir en los hogares no fue un camino nada fácil.

La madre de Jibo era Cynthia Breazeal, una profesora del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts especializada en robótica. En 2012 cofundó Jibo y, dos años más tarde, ya logró 3,5 millones de dólares a través de Indiegogo, una plataforma de micromecenazgo. Más tarde, recaudó 73 millones de dólares de fondos de capital riesgo. En septiembre de 2017 se enviaron las primeras unidades de Jibo.

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Ese mismo año, el robot fue llevada a la revista Time, que le situó como uno de los mejores inventos del año. "Quería ser como una mascota, con capacidades sociales y un diseño que transmitía ternura", resume Xavier Ferràs, profesor de Esade experto en innovación. Pero poco tiempo después todo fueron problemas.

Por un lado, Amazon presentó los dispositivos Echo, un 75% más baratos que los Jibo. Además, las prestaciones que habían deslumbrado a los mecenas en el 2014 tres años más tarde ya no eran atractivas. “Jibo no destacaba en ninguna de las dos dimensiones necesarias para posicionar en el mercado un dispositivo así: No tenía buenas capacidades mecatrónicas ni conversacionales –resume el experto–. Había querido sobresalir en todo y se quedó en nada”, concluye.