Jordania: un viaje de contrastes
Desde la bulliciosa Ammán hasta la archifamosa Petra pasando por el desierto y el mar Muerto, este país ofrece una multitud de opciones para los viajeros
AmannJordania es conocida como la joya de Oriente Medio y no hay para menos. Es uno de los destinos más populares de la región por sus desiertos, restos arqueológicos, paisajes majestuosos y una variada gastronomía. Empezamos nuestro viaje por la capital del país: Ammán, que tiene el mayor teatro romano de Oriente, fortificaciones de la Edad de Bronce, lujosos hoteles, artesanía y una gran oferta comercial, todo en una ciudad cosmopolita que avanza día a día hacia la modernización.
Su teatro romano, que se construyó en el siglo II d. C., contiene los restos más espectaculares de la cultura romana de la región. Se levantó en la parte baja de la Ciutadella y tiene una capacidad para 6000 espectadores. En la actualidad la entrada es libre y durante todo el día hay un constante trasiego de turistas fascinados por su imponencia. La Ciutadella –donde se encuentra el teatro– es una antigua acrópolis romana que está situada en la cima de una colina con vistas impresionantes, desde donde se puede observar gran parte de la ciudad. Éste fue el lugar que eligieron para vivir los primeros habitantes de la zona, y en la actualidad son muchas las parejas que deciden pasar una tarde romántica paseando junto a las ruinas que construyeron sus antepasados. Los cafés, situados en su mayoría en las primeras plantas de los edificios, son el punto de reunión diario de muchos habitantes de la ciudad. Suelen ser lugares íntimos donde la gente se dedica a escribir, jugar al backgammon o al dominó, charlar y sobre todo fumar narguile en grandes pipas de agua.
Gerasa, un pedazo de Roma en Jordania
Seguimos nuestro viaje hacia Gerasa, la prueba más fehaciente de la opulencia romana a Oriente y todo un viaje en el tiempo. La ciudad fue creada para que se instalaran las tropas de Alejandro Magno, y entre los siglos I aC y II dC se construyó con una deslumbrante arquitectura, de la que quedan abundantes ejemplos. Llegó a tener cerca de 20.000 habitantes y formaba parte de las diez ciudades que constituían Decápolis, que se extendían por toda la frontera oriental del imperio romano. Sus monumentos más importantes siguen estando en pie. Impresiona caminar por el cardo maximus entre las columnas corintias del templo dedicado a la diosa Ártemis, la acústica del Teatro del Sur o la impresionante plaza Oval.
Naturaleza y relax
Continuamos hacia Hammamat Ma'in, un valle en las montañas de Madaba donde el agua acumulada durante la estación de lluvias y calentada por las fisuras de lava subterránea, cae en forma de cascadas en diversas fuentes de aguas termales para después seguir su curso y desembocar finalmente en el mar Muerto. Es posible bañarse en tres de estas cataratas de agua termal caliente, sin embargo, algunas están situadas en el interior de un complejo hotelero que ha construido un spa.
Monte Nebo y la iglesia de Madaba
Seguimos nuestro itinerario por Jordania hasta el monte Nebo donde, según la Biblia, Moisés vislumbró la tierra prometida de Canaán antes de morir. En la actualidad éste es uno de los principales destinos religiosos del país con una gran carga simbólica e histórica. En la cima de la montaña encontramos un monumento con una serpiente enroscada en la cruz, que simboliza la serpiente que Moisés llevó al desierto y la cruz en la que Jesús fue crucificado. No muy lejos, en la ciudad de Madaba, en el interior de la iglesia ortodoxa griega de Sant Jordi encontramos un mosaico que cubre todo el suelo de la iglesia. Su dibujo, que medía originalmente unos 94 m² y que hoy en día sólo conserva una cuarta parte, conforma la representación cartográfica más antigua de Jerusalén y Tierra Santa, puesto que data del siglo VI.
El mar Muerto
No hay muchas sensaciones en el mundo que resulten tan sorprendentes como sumergirse en las aguas del mar Muerto, el lago salado cuya orilla se encuentra a más de 400 metros por debajo del nivel del mar, y que linda con Jordania, Israel y Cisjordania. Su elevado contenido en sal, que es hasta diez veces superior al del océano, es el secreto que permite flotar en sus aguas, pero además, cuando nos sumergimos estamos en el punto más bajo de la tierra.
Los viajeros que visitan el mar Muerto suelen seguir el ritual de untarse el cuerpo con barro negro y esperar a que seque. Unos quince o veinte minutos es suficiente. Se prosigue con un nuevo baño en el mar, esta vez para eliminar toda la capa de barro, aunque también hay duchas de agua dulce en la orilla. Dicen que el resultado es una piel tersa y sedosa.
Uadi Rum, el planeta Marte
Seguimos nuestro viaje y tomamos la carretera que atraviesa el desierto de Jordania y discurre paralela a un río seco. De repente, como si todo el paisaje erosionado concentrara su energía en una sola formación geológica, aparecen unos muros verticales, infranqueables, de roca pura. Es el valle desértico de Uadi Rum. La arena, de un blanco refulgente, refleja todo lo que toca. El sol golpea a martillazos; la mirada apenas puede sobrepasar la base de estos inmensos bloques de granito, basalto y arenisca que se levantan sobre el desierto.
Al lado de la fuente de Abu Aina instalamos la tienda de campaña para pasar la primera noche. Un rebaño de cabras se abarrota bajo la sombra que le ofrece el único árbol a kilómetros vista. Cae rápidamente la noche y la vía láctea nos envuelve. Miles de estrellas adornan el firmamento. Estamos solos, abrumados ante tanta belleza.
Junto a la fuente de Abu Ain a la salida del sol, un nuevo paisaje se abre frente a nosotros. Los precipicios de cientos de metros de altura, teñidos de rojo intenso, parecen barcos oxidados varados, cada uno con su nombre. Al ponernos a andar vemos cómo se hunden los pasos en la arena dejando una larga sucesión de cráteres detrás de nosotros. Dicen que el desierto obliga a limpiar el alma, la purifica de asperezas y borrones hasta dejar sólo la esencia.
Las huellas de unos camellos, un vendaval de viento o un 4x4 repleto de turistas borrarán en breve nuestras huellas. Nada quedará de nuestra impronta como la de todos los demás que nos precedieron. El imponente paisaje de Uadi Rum ha visto desfilar a egipcios, israelitas, nabateos, romanos, caravanas de nómadas, ejércitos despistados, otomanos, las guerrillas árabes con las que luchó Lawrence de Arabia e incluso espías europeos... Pero prácticamente ninguno de ellos dejaron rastro: algunas inscripciones en árabe, griego y hebreo, un templo nabateo y unos petroglifos de camello en la roca. Aquí, las imponentes montañas no ceden, se impone el mineral, y esa luna blanca empotrada en la plancha cobalto del cielo. Su geografía, de colosal similitud a la del planeta Marte, cautivó a algunos directores de Hollywood, como Ridley Scott, que convirtió este paisaje en un plató para dar vida a Marte en la película del 2005 en la que Matt Damon interpreta un astronauta abandonado a su suerte en el planeta rojo. Muchos hoteleros vieron un filón en esa película y convirtieron algunos campamentos de jaimas marrones, hacinadas, y venidas a menos, en glamurosas tiendas con ventanales transparentes de estilo espacial, y las equiparon con todo tipo de lujos. Cuando cae el sol la sensación de paz que se siente desde su interior, resguardados del frío y el viento, es extrema.
Petra, una joya oculta
Procedentes de Arabia, los nabateos se instalaron en Petra en el siglo IV a. C. y aprovecharon que había agua en la zona, además de la protección de las montañas, para crear un imperio comercial, ya que se convirtió en una parada obligada de las rutas comerciales que iban desde el golfo de Arabia y el mar Rojo hasta el mar Mediterráneo.
El asentamiento arqueológico de Petra se encuentra en un valle estrecho y su acceso principal transita por el lecho de un torrente, el Siq. El viajero sigue su oscuro y sinuoso trazado bajo paredes de roca de ciento cincuenta metros a lo largo de más de un kilómetro. En ocasiones, prácticamente se pueden tocar ambas paredes con los brazos extendidos.
Tras una última curva, aparece el Kashneh, el tesoro de Petra, el monumento más famoso, esculpido en la misma roca de la montaña. Ha aparecido desde un álbum de Tintín hasta la tercera película de Indiana Jones. Se le bautizó como tesoro por las riquezas que se suponía que había escondidas en la urna maciza que lo corona.
Una vez pasado el Khasneh el camino se ensancha y se abre el valle. Encontramos tumbas excavadas, el gran teatro, y la avenida de columnas que va hacia la parte superior donde aguardan el Gran Templo.
Y aún hay más, porque por los distintos flancos hay escaleras colgadas sobre el vacío. En cada rellano aparece una nueva sorpresa: un obelisco, un altar para el sacrificio. Al lado se ha instalado recientemente un bar bajo una jaima regentado por un joven beduino. Son extremadamente amables, montan a caballo, hablan de libertad, de sus ancestros o de espíritus libres mientras te invitan a saborear un té cuando la tarde empieza a caer.