Moda

Rosalía y su cinturón de castidad

Rosalía en el vídeo "La perla"
16/12/2025
Analista de Moda i Tendències
3 min

Cada gesto de Rosalía se convierte en un evento global. El tiempo parece suspenderse unos segundos, sólo para permitir que la atención colectiva se arroje con voracidad. El último movimiento de la artista catalana ha sido el lanzamiento del segundo videoclip de Lux, correspondiente a la canción La perla, un vídeo que, más allá de la estética y del relato musical, activa un resorte simbólico potente: en uno de sus estilismos, Rosalía luce una pieza que evoca el cinturón de castidad. ¿Pero qué se esconde realmente detrás de uno de los objetos con mayor carga patriarcal del imaginario occidental?

Si lo preguntamos en cualquier círculo social, la respuesta será casi unánime: el cinturón de castidad era ese artefacto que los caballeros colocaban a sus mujeres antes de marcharse a la guerra para garantizar su fidelidad sexual durante su ausencia, una imagen de un machismo exacerbado que reduce a la mujer a mera posesión del marido. Sin embargo, lo que a menudo se ignora es que los cinturones de castidad constituyen un caso paradigmático de mito histórico construido a posteriori, ya que las evidencias historiográficas son claras: nunca existieron como práctica real.

La idea del cinturón de castidad es fruto de una invención renacentista. Una de las primeras representaciones gráficas documentadas aparece en el tratado bélico Bellifortis (1405), de Konrad Kyeser von Eichstätt, donde sale como elemento humorístico y alegórico. Después de siglos de estricta regulación de la sexualidad a través del silencio y la norma moral, el Renacimiento introduce objetos literarios y visuales extremos que permiten forzar el debate sobre afectos, relaciones conyugales, confianza matrimonial, cuerpos y deseo.

El cinturón de castidad, asumido implícitamente como irreal e inviable, se consolida así como una metáfora moral y un instrumento de burla que, contrariamente a lo que podría parecer, no se dirige principalmente a la mujer, sino al marido celoso. Sirve para reflexionar sobre los límites del control, poner en evidencia el miedo masculino a la infidelidad y ridiculizar la pretensión de gobernar el deseo mediante el hierro; en su exageración, hace visible una relación de poder, aunque no la resuelve.

Durante la Edad Media se ejercía un control intenso sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, pero no hacían falta artefactos mecánicos: los mecanismos jurídicos, comunitarios y religiosos eran suficientes. Además, los estudios médicos modernos indican que un cinturón así habría provocado graves afectaciones como retención de orina, infecciones o úlceras, incompatibles con la supervivencia.

Habrá que esperar hasta el siglo XIX, en pleno Romanticismo, para que el cinturón sea presentado como objeto real y atribuido explícitamente a la Edad Media, como prueba del supuesto retraso moral y sexual de ese período. Esta falacia arraigó profundamente, alimentada por el anticlericalismo, la fascinación victoriana por el control del cuerpo y una mirada sesgada sobre el pasado, lo que explica que muchos de los supuestos cinturones medievales conservados hoy sean falsificaciones del siglo XIX, concebidas como objetos eróticos, satíricos o de gabinete de curiosidad.

En el caso de Rosalía, este detalle estilístico dialoga con la etapa de celibato que ha explicado en diversas entrevistas. Que una persona decida centrarse en el trabajo y apartar temporalmente las relaciones sexuales no debería ser ninguna extrañeza, si no fuera porque vivimos en una sociedad hipersexualizada que sigue midiendo el valor individual a partir de las proezas amorosas; lo que sí resulta cuestionable es la elección de un objeto que, a pesar de saber nunca ha existido como práctica real, sigue vehiculando de manera especialmente cruda un imaginario profundamente machista.

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