“Qué lástima, porque tenías una vagina perfecta para parir”
No lo acabé de entender hasta esa misma noche, cuando me levanté de la cama y no tuve tiempo de llegar al baño
BarcelonaHace solo 6 meses que soy madre. Todavía estoy en prácticas. Escribo estas líneas durante el insomnio que me provoca la primera fiebre alta de mi hijo, que respira profundamente sobre mi pecho. He sido madre con 37 años. Según un médico encantador que tuve el placer de conocer en un centro de atención primaria de Cantabria este verano, “demasiado mayor para ser madre”. Decidí que quería ser madre después de haberme pasado la vida estudiando y trabajando, y al cabo de poco me quedé en estado de manera natural. Muy afortunada. Pasé las 40 semanas de embarazo plácidamente y sufriendo por el covid y por el momento del parto. Ahora he entendido que el parto no es el final, sino solo el principio de todo.
Es la experiencia más primitiva, animal y salvaje que he vivido nunca, en la que te sientes extremadamente poderosa por ser capaz de traer a un ser vivo a este mundo. Mi parto fue rápido para ser la primera vez: 7 horas. Hasta el día antes de parir estuve haciendo ejercicio físico, Kegel, masajes perineales, cuidándome… quería evitar una episiotomía. De manera quizás premonitoria decoré la habitación de mi hijo con un cohete y estrellas. Dilatada totalmente, el niño no acababa de bajar por el canal de parto. La comadrona no paraba de repetirme: “Viene mirando las estrellas”. Me vino a la mente la imagen de la decoración de la habitación. Nico venía de cabeza, pero mirando hacia arriba, y no lo podían girar. Al final, usaron fórceps para colocarlo. Dos ginecólogas atendían mi parto en la Maternitat. Una de ellas me dijo, mientras la otra me cosía: “Qué lástima, porque tenías una vagina perfecta para parir”. No lo acabé de entender hasta esa misma noche, cuando me levanté de la cama y no tuve tiempo de llegar al baño. La incontinencia urinaria todavía me acompaña hoy, medio año más tarde.
El posparto es durísimo, y eso que tengo un niño fuerte y sano. Soy muy afortunada, pero es como una bofetada con la mano abierta. Lo había leído en algún libro y lo había escuchado de otras madres y siempre pensaba: “¡Qué exageradas!” Quiero aprovechar esta tribuna para pedir perdón a todas las madres a las que juzgué antes de serlo yo. Una de las muchas lecciones que me ha enseñado la maternidad es que cada uno hace lo que puede y todo es válido, si el objetivo es el bienestar de la criatura y de la madre.
Antes de parir, yo era una mujer fuerte e independiente. Había llegado a ir sola un día y medio a la India, o a Hong Kong, a hacer una conferencia y volvía (muy sostenible desde el punto de vista ambiental), pero los primeros días después de parir no me atrevía ni a coger el autobús sola con mi hijo y mientras me aguantaba las lágrimas y la orina apretando fuerte las piernas pensaba: “¿Qué he hecho? ¿De verdad que yo quería esto?” Pues sí, sin duda, es lo mejor que he hecho y haré nunca. A ver si le baja la fiebre…