Le gustó mucho sentirse deseada: una historia de amor que es un salvavidas
Él sólo sabía que ella tenía una situación complicada en su casa. Ella sabía que él se veía con otras mujeres, pero no tenía ninguna relación estable
Fueron amantes durante dos años. No fue ni premeditado ni tampoco buscado, ni por uno ni por otra. Simplemente ocurrió. Ella no estaba pasando un buen momento. Había enganchado a su pareja con otra mujer. Un mensaje inoportuno en el móvil que él se había dejado sobre la mesa de la cocina mientras había ido a tirar la basura. Nunca se le dejaba el móvil. En ninguna parte. Le llevaba siempre encima como si fuera una extensión de sus manos o del forro del bolsillo del pantalón. Pero ese día, cargado de bolsas y residuos malolientes se le olvidó, boca arriba, en la mesa.
Ella estaba haciendo el segundo café de la mañana y vio cómo el dispositivo se iluminaba de forma insistente. No le miró por chisme, ni siquiera por curiosidad. De hecho, pensaba que era el suyo, de móvil, tan poco habituada estaba a encontrarse al otro de forma casual.
Leyó el mensaje una y otra vez. Y constató la mentira, el secreto, y la fuga hacia adelante. Las promesas de otra vida posible. Los sentimientos escritos de forma impúdica. Esto es lo que le hizo más daño de todo. Cuando él volvió de fuera, le hizo un tercer grado. Él lo negó tres veces, pero en la cuarta no tuvo más remedio que confesarle la traición. El medio año de relación paralela, una equivocación que no sabía cómo detener. Que lo dejaría, que en realidad a quien amaba estaba a ella. Que había sido un resbalón fruto del estrés del nuevo trabajo. Que no se preocupara, que no era nada importante. Ella le echó del piso que tenían alquilado desde hacía seis años y medio. Le dijo que no quería saber nada, que hiciera el favor de irse muy lejos.
Pero él no sólo no se marchó muy lejos sino que se dedicó cada día, como una gota malaya, a volver a conquistar a su mujer. Que si estaba tan enamorado de ella. Que si había sido un error lo otro. Que la necesitaba. La insistencia y perseverancia dieron el efecto deseado y volvieron a estar juntos al cabo de menos de un año. En el mismo piso, en la misma calle de la misma ciudad. Se hicieron pareja de hecho. Como si necesitaran un papel para validar el vínculo, como si nada hubiera pasado cuando había pasado todo. Una muestra eran los móviles siempre sobre la mesa. Pero ella nunca volvió a ser la misma.
Porque había algo en su interior, una especie de alarma permanente, la sensación de peligro constante detrás de la nuca, acechándola. La autoestima absolutamente apretada. Cuanto más tiempo pasaba, peor era.
Hasta que un día, en el trabajo, conoció a un compañero bastante mayor que ella con la que se entendían muy bien. Era soltero, independiente, seguro de sí mismo. Muy inteligente. Ella le admiraba. Tenían conversaciones interesantes, se reían mucho. A ella no le parecía especialmente atractivo así de entrada, pero le gustaba compartir tiempo y espacio con él. Después del trabajo, a menudo iban a tomar algo con más compañeros. Cada vez con más frecuencia. Una noche se quedaron solos y él le dijo que era muy bonita y la besó. Ella se dejó hacer como si hiciera mucho tiempo que esperara ese momento. Le gustó mucho ese contacto. Esas caricias. Sentirse deseada. Le gustó que alguien la eligiera. La confidencia, la clandestinidad, la sensación de que no estaba haciendo nada que él no le hubiera hecho antes. Se podía entender. Debería entenderlo. No era venganza, había ocurrido así simplemente.
Con el compañero de trabajo más grande que ella fueron amantes durante dos años. No siempre quedaban envolviendo. sabía que ella tenía una situación complicada en casa. Ella sabía que él se veía con otras mujeres, pero no tenía ninguna relación estable.
Dos años más tarde, fue volviendo de un viaje que ella realizó con unas amigas a Grecia. Allí, lejos de todo, se dio cuenta de que debía poner punto y final a la mentira, una bola cada vez mayor de fugas hacia adelante, en la que había convertido su vida. Y que la única manera de hacerlo estaba estando sola un tiempo.
Cuando regresó a casa, le dijo a su compañero que había terminado. Que hacía mucho tiempo que, sin embargo, ella no estaba bien. Desde ese día que descubrió la deslealtad que nunca hubiera podido intuir. Como si algo se hubiera desgajado para siempre. Le dijo que desde entonces vivían en una especie de pantomima permanente. Pero todo era una mentira. Que ya no le amaba.
Fue más difícil explicárselo a su compañero de trabajo. Fue a verlo a casa. Le dio las gracias por todo y por tanto. Le dijo que había sido el mejor salvavidas que alguien podía tener. Pero que tenía que intentar hacer mesa zanja. Intentar saber quién quería ser ella. Que lo necesitaba. Él le dijo que llevaba dos años esperando, pero que lo entendía. Que le esperaría por sí alguna vez. Que si quería que fueran un fin de semana a Sicilia antes de que terminara todo. Ella dijo que mejor que no.
Él pidió el traslado a otra oficina. Pero ella cuando piensa en ella, pasados los años, le recuerda con ternura y agradecimiento. Nunca se han vuelto a ver.