Astronomía

Luces y sombras del astro rey en la salud humana

Aunque un exceso de exposición solar puede provocar cáncer, tanto el cuerpo como la mente necesitan la luz solar

Los antiguos griegos y también los romanos creían que cada día un dios hermoso recorría el cielo con su carro y su corona dorada hasta llegar al océano que rodeaba la Tierra. Durante la noche cabalgaba con sus bueyes solares de vuelta hacia el este, para estirar de nuevo la tela del día la mañana siguiente. Apolo, para estas culturas, simbolizaba la luz y el sol, también la medicina y la curación, atribuyéndole la capacidad de curar, pero también de provocar enfermedades.

Y es que el Sol, la estrella que nos acompaña desde que se formó nuestro planeta hace 4.600 millones de años, es esencial para que haya vida; su luz hizo la Tierra habitable, propició la aparición de los primeros seres vivos y regula los ciclos vitales de todos habitantes de nuestro mundo. En el caso de los humanos, además, trae consigo un sinfín de beneficios, tanto para la salud física como la mental. Ahora bien, exponernos sin protección y de forma continuada, también tiene riesgos importantes.

“El sol es necesario para la salud. Regula nuestro estado emocional, nuestros biorritmos y nos ayuda a sintetizar vitamina D, esencial para la salud de los huesos”, explica Jordi Rubió, oncólogo médico especializado en cáncer de piel del Instituto Catalán de Oncología (ICO) en Gerona.

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Ahora bien, puntualiza, como casi todo en la vida, “es cuestión de medida”, porque demasiada exposición a la luz ultravioleta de este astro puede acabar provocándonos un cáncer. “La radiación solar es un factor que sabemos puede causar cáncer de piel. De hecho, hemos visto aumentar la incidencia del melanoma, el tipo de tumor de piel más agresivo, a partir de las generaciones que nacieron en los años sesenta y setenta, porque es cuando se puso de moda ir a la playa a tomar el sol sin utilizar protección”, afirma Rubió.

Los beneficios del Sol

Sin embargo, vamos a palmos. Aunque en las últimas décadas nos han repetido hasta la saciedad que demasiada exposición solar, y sobre todo las quemaduras de la piel, aumentan el riesgo de desarrollar un cáncer cutáneo, lo cierto es que necesitamos la luz solar para el buen funcionamiento del cuerpo y la mente.

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La archiconocida síntesis de la vitamina D, esencial para mantener en buen estado los huesos y los dientes es sólo la punta del iceberg. A diferencia de otras vitaminas que podemos obtener a partir de la comida, la D se sintetiza principalmente a través de la piel por exposición directa a los rayos UVB. El cuerpo la transforma en diferentes moléculas para aprovechar todo su potencial; por ejemplo, para poder absorber el calcio y el fósforo, con los que contribuye a asegurar una buena coagulación y evitar la osteoporosis, una enfermedad que, en épocas avanzadas de la vida, provoca, tanto en hombres como en mujeres, que los huesos se vuelvan más delgados y débiles y, por tanto, propensos a fracturas. De hecho, un déficit extremo de vitamina D puede acarrear una enfermedad muy dolorosa llamada osteomalacia, un reblandecimiento de los huesos.

En nuestro ADN tenemos al menos 1.000 genes distintos que regulan los tejidos del cuerpo y que los científicos piensan que están controlados, a su vez, por la vitamina D, como los implicados en el funcionamiento neuromuscular; este nutriente es crucial para que los nervios puedan transmitir mensajes entre el cerebro y otras partes del cuerpo, así como para que el sistema inmunitario pueda combatir bacterias y virus.

Más allá de la vitamina D

Vivimos en un planeta soleado, por lo que nuestros organismos están adaptados para aprovechar al máximo esta fuente de energía. Por ejemplo, la piel contiene un montón de moléculas que responden a la luz solar; la más obvia es la melanina, el pigmento que le da color y que la protege también de la radiación ultravioleta. Aunque hay que decir que esta protección es limitada y no es suficiente para pasar un día entero en la playa expuesto sin más, porque esto no nos evitará quemaduras ni tampoco que nos aparezcan manchas o que la piel se nos envejezca.

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Tomar un baño de sol nos hace sentir relajados y nos mejora el estado de ánimo. Esto se debe a que, cuando los rayos UVB activan la producción de melanina, también se libera beta endorfina, una hormona que contribuye a gestionar el dolor y aliviar la sensación de estrés, y que nos aporta sensación de bienestar.

Hay estudios científicos que han establecido que existe una relación entre la exposición solar y el hecho de tener una presión sanguínea más baja, que a su vez se traduce en una reducción del riesgo de mortalidad. El motivo es que la interacción de los rayos ultravioleta con la piel liberan las reservas de óxido de nitrógeno, provocando que las arterias se dilaten. Y esto hace bajar la presión. Otro de los efectos asociados a tomar baños solares es una cierta protección frente al síndrome metabólico, un conjunto de condiciones que aumentan el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 o una enfermedad cardiovascular. Asimismo, contribuye a prevenir enfermedades del sistema inmunitario, tales como la artritis reumatoide, el asma y las infecciosas.

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¡Nuestro reloj interno, en hora!

Todas las células, tejidos y órganos de nuestro organismo se rigen por un reloj interno que les dicta qué funciones deben realizar en cada momento. Este reloj, llamado ritmo circadiano, nos marca cuando tenemos hambre o sueño, cuál es nuestra temperatura corporal o cuando, por ejemplo, reparar una lesión. Es importante exponernos al sol para regular ese ritmo circadiano y que se sincronice con el ritmo del planeta. Esto, por ejemplo, nos ayudará a gozar de un sueño de calidad y reparadora.

Además, la exposición a la luz solar se relaciona con la liberación al cuerpo de serotonina, una molécula que nos hace estar de mejor humor, además de promover la calma y la concentración. Asimismo, se generan endorfinas, un opiáceo natural.

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... y la cruz: o cuáles son los riesgos de exponerte al Sol

Y, sin embargo, el sol es un arma de doble filo. Las primeras pistas que podría estar asociado a un riesgo aumentado de cáncer de piel aparecieron en los años veinte del siglo pasado, cuando investigadores británicos observaron que los ratones irradiados de forma regular con luz UV desarrollaban tumores en la piel. A partir de ese momento, muchos estudios han constatado que la radiación solar provoca mutaciones en el ADN de las células, lo que puede contribuir a desarrollar un cáncer de piel.

"Hay tres tipos –explica Rubió, del ICO Girona–: el melanoma, que es el más conocido y el que tiene peor pronóstico; el carcinoma de células escamosas, y el carcinoma de células basales. “Este último, el carcinoma de células basales, es el más frecuente y también el más indolente. con una exposición continuada al sol y son propias de profesionales, como campesinos o pescadores.

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El melanoma, en cambio, no requiere una exposición prolongada. o los fines de semana, en los que nos da el sol de forma intensiva”, explica Rubió. excesiva puede aumentar el riesgo de desarrollar un cáncer de piel se debe a que frena la actividad de las células inmunitarias que, en teoría, identifican las células con daños en su ADN y las destruyen. Esto, que es un factor protector para enfermedades autoinmunes, como la esclerosis múltiple, en el que se produce una sobreactivación del sistema de defensa del organismo que ataca a las células del cerebro y los nervios por error, es una desventaja para el cáncer. Además, una exposición excesiva puede causar cataratas.

Y entonces, ¿qué hacemos?

Pues “tomar el sol con precaución”, aconseja el oncólogo del ICO Girona, que subraya que es preferible realizar exposiciones cortas y repetidas al sol para disfrutar de sus beneficios, que someternos a baños de sol más largo o intensos, sobre todo en primavera y verano.

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“El sol no es ningún enemigo, pero debe enfocarse con cuidado: disfrútalo, pero protégete, y evita exponerte con exceso. Y al menor signo que te pueda hacer sospechar, consulta a tu médico de cabecera”, concluye.

¿Durante cuánto tiempo hay que tomar el sol?

Investigadores de la Universidad Politécnica de Valencia realizaron un estudio en el que medían cuál era la cantidad recomendada de sol para obtener beneficios para la salud sin arriesgarnos a desarrollar un cáncer de piel. Calcularon que, sin que se produjeran quemaduras en la piel, durante la primavera y el verano se necesitarían entre 10 y 20 minutos, mientras que en invierno esta cantidad subiría hasta las dos horas. Los científicos del grupo de investigación en radiación solar vieron que con esos tiempos se obtenía el equivalente a una ingesta diaria de 1000 unidades internacionales de vitamina D, que es la cantidad recomendada.

Los resultados se han obtenido teniendo en cuenta el tipo de piel más habitual en la Península y, por tanto, es necesario adaptar estas recomendaciones en función del tipo de piel. No es igual, insisten los científicos, una persona pelirroja con la piel muy blanca y pecas, o de pelo muy claro, o con antecedentes familiares, que una persona ya con tono bronceado.

Para Jordi Rubió, del ICO Girona, es importante revisarnos la piel y estar al acecho de lesiones potenciales.

“Conviene ir a una consulta en la atención primaria si tienes un lunar o una mancha que cambia de forma, que es asimétrica o que tiene márgenes irregulares o que han cambiado de color; o que han crecido o sangran. Es importante consultarlo con el médico lo antes posible”, resume, y destaca que los cánceres de pieles diagnosticados en las primeras fases pueden tener un mejor pronóstico.