Miguel Ángel Gea, Luis Martínez: “La magia es el arte que produce más disonancia entre lo que se espera y lo que se observa”

La magia es un arte que hace más de 4.000 años que consigue fascinar a personas de todas las edades y culturas. Todo el mundo al que le han hecho desaparecer una moneda delante de sus narices sabe que el momento mágico provoca una sorpresa que a menudo se transforma en risa y que se fundamenta en la fascinación por haber presenciado un hecho imposible. En esta conversación, el mago Miguel Ángel Gea y el neurocientífico Luis Martínez discuten algunos de los secretos de este arte milenario.

Gea no solo hace magia sino que también ha pensado mucho sobre los fundamentos del hecho mágico. Es profesor en la escuela de magia Ana Tamariz, ha recibido premios internacionales como el premio Ascanio al mago del año y es autor de libros como La magia española del siglo XX, publicado por la editorial Páginas en 2003.

Como científico del Instituto de Neurociencias de Alicante, un centro mixto de la Universidad Miguel Hernández y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Martínez está muy interesado en las bases neurológicas de la magia. Es autor del libro sobre la neurociencia de la magia El cerebro ilusionista (RBA, 2020), escrito conjuntamente con otro neurocientífico, Jordi Camí, que se publicará próximamente en inglés en Europa y los Estados Unidos.

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La primera pregunta es obligada: ¿cómo entiende la magia un científico y cómo la entiende un mago?

Luis Martínez (LM): Desde el punto de vista de un neurocientífico, la magia es ese momento singular en el que nuestras percepciones no se ajustan en absoluto a nuestra idea o comprensión del mundo. Y no se ajustan a ello con una diferencia tan grande que nos impide encontrar una explicación lógica a lo que estamos viendo.

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Miguel Ángel Gea (MAG): Los magos trabajamos a partir de una base que fomenta algo incomprensible. Si esto se lleva a un imposible intelectual, es un tipo de experiencia; si lo metes en una obra de teatro, es casi un efecto especial, y si lo introduces en el día a día, puede ser simplemente una cosa extraña, pero si lo dotas de una sensación de fantasía empieza a brotar la magia.

La magia es un arte muy antiguo. Hay referencias a ella en el Antiguo Egipto, donde hace más de 4.000 años ya había magos que hacían desaparecer bolas debajo de cubiletes. Todo este conocimiento mágico se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos mediante la intuición y el ensayo y error en un procedimiento muy empírico, pero hoy en día los magos tenéis acceso a un conocimiento muy profundo de cómo funciona el cerebro y lo podéis utilizar para engañar a los espectadores. ¿Los magos estudiáis neurociencia?

MAG: Yo he estudiado, pero no es necesario. Nosotros hemos funcionado con el método de ensayo y error. Si una cosa funciona la seguimos haciendo, y si no, no la hacemos más. Pero es verdad que hoy en día, gracias a la neurociencia y a otras disciplinas, tenemos una claridad de ideas sobre el funcionamiento del cerebro que podemos utilizar para crear nuevas propuestas. De hecho, la relación entre la magia y la ciencia no es nueva, sino que viene de muy lejos, y siempre ha sido muy fructífera.

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LM: Los magos siempre han estado un poquito por delante de la población general en cuanto a la comprensión de la ciencia de su tiempo. Hace 2.000 años conocían la hidráulica y hacían juegos con autómatas que hoy denominaríamos robots. Cuando se descubrió la electricidad, había un mago que encendía de golpe un montón de velas en un teatro, un juego que fue muy efectivo durante la transición de la iluminación con velas al alumbrado eléctrico porque entonces la gente no comprendía qué era la electricidad. Por otro lado, la magia es muy interesante para los científicos: si sabemos por qué funciona un juego de magia, podemos entender mejor cómo procesa el cerebro la información que recibe del entorno.

¿Los neurocientíficos os fijáis en la magia, pues? ¿Pensáis que puede aportar algo interesante a vuestra investigación?

LM: La magia es una gran desconocida y está divorciada del conocimiento científico, pero es una caja de herramientas alucinante. ¡Una persona como Miguel Ángel sube a un escenario y consigue engañar a toda una audiencia simultáneamente!

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MAG: Casi siempre [ríe].

LM: En cambio, nosotros planteamos experimentos para probar mecanismos cognitivos en el laboratorio y conseguimos que la gente entre en el juego en un 40 o 50 por ciento de los casos. La diferencia es abismal. Todo este conocimiento acumulado por una disciplina que empezó hace casi 5.000 años y que ha desarrollado técnicas que ya están muy probadas es una caja de herramientas que los científicos no podemos obviar. Pero este interés es minoritario. Como la propia magia, que desde principios del siglo XX, cuando se desarrollaron espectáculos como el cine, donde también suceden cosas imposibles pero de una manera hipercontrolada, ha quedado casi como una actividad de culto para gente iniciada.

MAG: Aún así, quizás por herencia de un cierto pensamiento mágico, cada generación tiene su mago de referencia. En los 70, 80 y 90 era Juan Tamariz, después vinieron Jorge Blass o el Mag Lari, y ahora está el Mago Pop. Quizás es un arte que ha estado aislado, pero en este aislamiento hemos creado un submundo propio. Y cuando alguien que no lo conoce entra en él, queda absolutamente maravillado.

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¿Qué pasa en el cerebro cuando alguien queda maravillado ante un juego de magia?

LM: Nosotros entendemos el mundo de una manera predictiva. No vemos el mundo tal como es, sino que hacemos inferencias o predicciones sobre lo que estamos viendo y esto condiciona nuestra experiencia global. Como hacemos hipótesis y predicciones de manera anticipada, cuando miramos escenas y las entendemos, el cerebro deja de poner atención y pasa a funcionar de una manera que se podría denominar inconsciente automática. Mientras no haya nada que se salga de la línea de las predicciones, el cerebro sigue funcionando así. Cuando observamos un juego de magia tenemos la sensación de que sabemos cuál será el próximo movimiento del mago hasta el momento final, cuando todo esto se rompe. Entonces las predicciones no funcionan y se genera una sorpresa tan grande que aunque queramos ir hacia atrás con el razonamiento, no encontramos nada a lo que agarrarnos. Y por eso funciona la magia. Es el único arte que produce esta disonancia tan grande entre lo que se espera y lo que se observa.

Tal como explicáis en vuestro libro, la magia para niños y para adultos tendría que ser diferente, porque los cerebros de unos y otros son diferentes. De hecho, muchas veces los niños son capaces de descubrir las trampas que hacen los magos.

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LM: En los primeros años de nuestra vida almacenamos memorias de nuestras interacciones con el mundo. Levantamos un vaso lleno de agua y vemos que pesa, lo ponemos boca abajo y vemos que el agua se cae, y hacemos todas estas cosas que molestan tanto a los padres. Los niños hacen experimentos para acumular información. Y de adultos la usamos para entender el mundo de manera anticipada. Entonces, con muy poca información, el cerebro crea una alucinación del mundo y se fija donde se equivoca. Si hay discrepancia, aparece la ilusión de lo imposible y la magia. Pero los niños no tienen un modelo del mundo tan detallado y tienen que hacer un análisis de la información mucho más exhaustiva. Por eso muchos juegos de magia que están basados en las inferencias que el mago sabe que hacemos los adultos no funcionan en los niños. Ellos todavía no disponen de este tipo de inferencias.

MAG: Otra manera de ver esta diferencia es que nosotros leemos por bloques de palabras y los niños, cuando aprenden a leer, leen cada sílaba por separado. Si su atención durante un juego de magia es de este estilo, es mucho más difícil generar el efecto mágico.

Ante un juego de magia, en el cerebro se activan zonas relacionadas con la incertidumbre y el conflicto. A la mayoría nos fascina la magia, pero puede haber gente a la que esta disonancia cognitiva les resulte desagradable. ¿Os habéis encontrado situaciones así?

MAG: Yo he actuado ante chicos con autismo y no es que no disfruten, sino que su atención funciona de otro modo. Si se despistan y vuelven a poner atención, quizás miran donde no tendrían que mirar y el juego no funciona. También hay gente que cuando tiene delante un mago ve una lucha conflictiva e intelectual, o aquellos que son líderes y cuando ven que el mago se convierte en un punto de interés reaccionan, pero esto ya es gente con algún tipo de carencia que no trataremos aquí [ríe].

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LM: También está el hecho de que todos tenemos una tolerancia diferente a la incertidumbre. Hay gente que ríe y hay gente que lo pasa mal. Y la magia genera incertidumbre, dudas sobre el mundo físico que te rodea, y hay personas para las que esto es un desafío.

Hoy en día en internet se pueden encontrar juegos de magia explicados con todo lujo de detalles. ¿Lo tenéis más difícil los magos para sorprender al público?

MAG: Quizás hasta ahora hemos vivido con una cierta facilidad porque los secretos de los magos se mantenían en secreto y se podían usar juegos del siglo XIX, pero ahora tenemos el incentivo de renovarnos y seguir creando juegos nuevos. El problema que veo de cara al futuro es que lo imposible que hace atractivo este arte y que nos diferencia de otras disciplinas, y que ha funcionado muy bien en los últimos 200 años porque contrastaba con el racionalismo que ha imperado desde la Ilustración, quizás ya no se verá tan interesante. Quizás llega un momento en el que hay más interés por espectáculos de ficción en los que se busque la estética, porque los imposibles intelectuales ya son accesibles en todo el mundo.

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Cuando creáis estos juegos nuevos, ¿os inspiráis en los adelantos científicos y tecnológicos?

MAG: En realidad utilizamos todo lo que tenemos a nuestro alcance, pero hoy todo va más rápido. Los magos que encendían de golpe mil velas en un teatro utilizaron el truco 15 o 20 años. Pero hoy, según qué hagas, un juego te puede durar meses. Si te despistas, el truco ya lo conoce todo el mundo.

LM: Sobre esto, me gustaría decir que la magia más efectiva no es la magia tecnológica, sino la que apela a esta capacidad de nuestro cerebro de sorprenderse cuando no encuentra una razón objetiva en el mundo para aquello que predice. Hay juegos de cubiletes que se hacen igual que hace 4.000 años y funcionan porque apelan a mecanismos cerebrales muy básicos. Ahí no hay tecnología.

Por eso la magia de cerca es la más interesante.

MAG: El interés sale de este enfrentamiento intelectual. Si el espectador tiene una carta que se le transforma en la mano, el enfrentamiento puede ser más analítico que si el espectador está sentado en la butaca de un teatro, desde donde todo se percibe más visualmente.

LM: Con Jordi Camí hemos planteado un principio de la distancia. A medida que aumenta la distancia entre el juego y el público, el efecto mágico tiene que ser más fuerte para causar la misma impresión. La magia de cerca puede tener efectos muy potentes. Si te vas a magia de escenario, se tiene que hacer desaparecer la Estatua de la Libertad para impresionar al público.