Marcar o no marcar paquete: esa es la cuestión
Este verano, al que ya sólo le quedan los últimos latigazos y escasas ocasiones de baño, nos ha dejado, en playas y piscinas, una gran variedad de posibilidades vestimentarias para las mujeres, que van del bañador entero al de dos prendas, pasando por el triquinio, el tanga, la braga brasileña, el burquini y el pantalón corto, entre un largo etcétera. Pero cuando hablamos de hombres, las posibilidades son mucho más limitadas. Si bien la propuesta que domina de manera clara es el pantalón holgado hasta medio muslo, hay un espécimen textil que, a pesar de que nunca se ha impuesto en nuestras costas, tampoco ha acabado de marcharse del todo. Me refiero al slip de baño, el cual no permite medias tintas en su apreciación: o lo amas o odias. Sin embargo, cabe mencionar que en algunos países, como la vecina Francia, por ejemplo, el uso del slip es obligado por cuestiones de higiene.
Esta pieza nos plantea una cuestión importante, la del paquete; es decir, si deben evidenciarse más o menos los genitales del hombre. Mientras que a la hora de expresarnos verbalmente están bien presentes en nuestro vocabulario, ya que parece que los cojones sirven para un sinfín de posibilidades expresivas, a la hora de mostrarlos físicamente la cosa ya se vuelve más peluda. En pleno siglo XVI, mostrar ufano en público el volumen de la entrepierna era una cuestión importante, y no debe sorprendernos ver retratos de Carlos I o Felipe II con una bragueta bien protuberante y erecta abriéndose paso entre las bragas y el gipón. Dejar descendencia era una de las principales tareas del monarca para asegurar su posición y otorgar estabilidad al país. De este hecho se desprende la moda de lucir la bragueta (derivada de la palabra braga) en erección y engrosada con un relleno, como si fuera un mascarón de proa, bajo la falsa creencia de que el tamaño de los genitales tiene relación con la fertilidad y, ésta, con la masculinidad y, de rebote, con el poder.
La ropa de baño masculina se originó después de que, durante la segunda mitad del siglo XIX, se empezara a normalizar esta práctica. Si bien en un primer momento el bañador cubría buena parte del cuerpo, la necesidad de ahorro de la Segunda Guerra Mundial llevó al hombre a prescindir de fuerza tela y dejar su pecho al descubierto. Aquí fue cuando se instauró el pantalonet, que contaba, en un primer momento, con un cinturón que le mantenía sujeto –aún no se habían generalizado los tejidos elásticos– y que actuaba como elemento decorativo protagonista. Con el tiempo, el cinturón derivó en un cordel que acabaría integrándose con el bañador. El siguiente cambio importante se produjo a mediados de los 60, cuando la revolución sexual reclamó con contundencia una sexualidad más libre y una nueva concepción del cuerpo. Un terreno perfectamente abonado para la aparición del slip, que ya mostraba el cuerpo con total franqueza y traducía sin tapujos los genitales. El toque de gracia lo dio el nadador olímpico Mark Spitz, coronado como héroe mundial tras ganar siete medallas de oro y batir siete récords mundiales enfundado en un diminuto slip de baño. La efervescencia de esta moda no duró mucho tiempo, ya que la pasión por el surf recuperó el pantalón casi como única opción.
En la actualidad existen marcas especializadas en slips, pero está más bien ausente en tiendas físicas. Se trata de una prenda normalizada en piscinas deportivas, pero cuando se da el salto a las de ocio o playas su presencia desciende ostensiblemente. En estos ámbitos, el slip pierde la magia de la aerodinámica deportiva y entra en el terreno del landismo en Torremolinos, con nombres como fardaous, fardapollas, turbopaquete o marcapaquetes. Y es que el slip tiene un componente irrefutable: la sexualización del cuerpo del hombre. Algo que, al contrario de lo que se puede pensar, puede amenazar socialmente su virilidad, ya que, por un lado, son únicamente las mujeres las que han sido sistemáticamente sexualizadas bajo la mirada patriarcal y, por otra, la hombre con slip también puede quedar asociado al mundo homosexual, en el que la sexualización y la evidencia de los genitales se da de forma muy frecuente.