La Masia del Barça 1989-93: de las bromas al acoso
La mayoría de los residentes tienen un gran recuerdo de la experiencia, pero durante unos años hubo una serie de vejaciones a jugadores jóvenes de baloncesto
Barcelona / Vic / Lleida / Manresa / San PolEran unos treinta chicos. Adolescentes. Algunos imberbes de 12 años, otros casi hombres estrenando la edad adulta. La mayoría futbolistas. Proyectos de futbolistas. Convivían en cuatro habitaciones con literas al lado del Camp Nou. En la vieja masía de Can Planes, que desde el año 1979 acogió a centenares de jóvenes que soñaban con triunfar en el Barça. La Masia representó para la mayoría de los residentes una historia de superación, diversión y amistad, pero también se vivieron episodios de vejaciones, abusos y acoso que marcaron a algunos jóvenes. Fueron pocos, pero existieron: un grupo de chicos, sobre todo jugadores de baloncesto, que entre los años 1989 y 1993 sufrieron la violencia de algunos compañeros.
En La Masia había jerarquías. Pequeños clanes. Afinidades. Rivalidades. Bromas. Risas. Rondos en la explanada. Fútbol. Mucho fútbol. Y muchas horas libres para llenar. El tedio llevaba a dejar volar la imaginación. A veces, peligrosamente. Había novatadas, como en todas partes. De menos o más intensidad en función de las generaciones. Desde poner palillos en el colchón de los recién llegados a hacer fotografías a algún residente muy joven mientras estaba en el baño con una revista porno dejada ahí estratégicamente y chantajearlo con la imagen, destrozar alguna zapatilla nueva de algún compañero, alguna ducha fría de madrugada, humillar ante el grupo a algún chico obligándolo a bailar o hacer reír a los veteranos... Pero también había masturbaciones y eyaculaciones en las sábanas de otros residentes y lanzamientos de bolsas de agua y orina de madrugada sobre algunas camas. Y durante unos años concretos, entre finales de los 80 y principios de los 90, una serie de situaciones traspasaron todas las líneas rojas.
Se produjeron con cuentagotas, primero ejecutadas por un grupo de jugadores veteranos de baloncesto y después por futboleros, pero dejaron marca. A un chico lo obligaron a introducir un bote pequeño de plástico en el ano de un joven residente que acababa de llegar y al que inmovilizaron entre dos o tres veteranos de baloncesto. Si se negaba, se lo hacían a él. Al cabo de tres años se produjo una situación muy similar con otro joven de baloncesto. En este caso, un grupo de jugadores de fútbol simularon una violación. La víctima quedó desnuda en el suelo. Uno de los futboleros simuló que lo penetraba. Otro cogió un bote de espuma de afeitar y se lo empezó a introducir en el ano, rociándolo con el contenido del objeto.
A partir de diferentes testimonios de la época, el ARA ha confirmado una serie de situaciones similares entre los años 1989 y 1993. Lo explican exresidentes que lo vivieron en primera persona o que fueron testigos directos y que, de manera anónima o dando la cara, denuncian aquellos hechos puntuales. Este diario también ha hablado con la mayoría de los ejecutores de las vejaciones, pero aseguran que no participaron en ellas. Como eran menores y no fueron hechos sistemáticos ni generalizados, se ha decidido no dar nombres.
Triunfador
Todo arranca con la novela Triunfador, del escritor Joan Jordi Miralles, que vivió en La Masia a principios de los años 90. En el libro narra la experiencia de un joven jugador de baloncesto de Manresa, Ulises, que aterriza en la residencia azulgrana y vive una auténtica odisea. A partir de esta obra, el ARA ha hablado durante los últimos cuatro meses con unas cincuenta personas para poner contexto, dimensionar lo que se explica, entender qué significaba vivir en La Masia para chicos de aquella edad y separar la realidad de la ficción. La mayoría no recuerdan episodios violentos o vejatorios y tienen un gran recuerdo de la experiencia, como Lluís Carreras, que estuvo siete años y "repetiría las veces que hiciera falta", o Aureli Altimira, Albert Celades, Marc Bernaus o Carles Domingo, Mingo, entre otros muchos.
Unos cuantos exjugadores recuerdan los episodios de violencia y los describen con precisión. Otros, sin entrar en el detalle de las diferentes situaciones que se dieron, admiten que el relato de Triunfador se ajusta a la realidad. El exfutbolista Xavi Moro, que estuvo siete años en La Masia, o los exjugadores de baloncesto Berni Tamames y Oliver Fuentes confirman la verosimilitud. "No me extraña. Éramos 30 niños solos en una casa, el descontrol era absoluto", apunta Quique Martín. "La gestión era deficiente en la medida, por ejemplo, de que vivíamos prácticamente solos sin supervisión de adultos y, por lo tanto, resulta verosímil que en un ambiente competitivo, formado por adolescentes, se pudieran producir situaciones irregulares, que podían incluir bromas pesadas, ocasionales o reiteradas, que podían derivar en abusos o vejaciones ejercidas de manera más o menos consciente", añade el exjugador de baloncesto Xavi Ballús. Alberto Cachafeiro entró en la residencia culé en 1994 para jugar a baloncesto. Él no vivió la violencia en primera persona, pero recuerda que el boca-oreja, sobre todo entre los del baloncesto, las potenciales víctimas, funcionaba: "Los veteranos comentaban que, un año o dos antes de que yo llegara, un jugador de fútbol hacía bromas de mal gusto, sexuales, que podían llegar a ser delito, a los más jóvenes".
A pesar de la dureza de los episodios, algunos exresidentes hablan sobre todo de la impronta que les dejó "la violencia psicológica", más cotidiana: el hecho de vivir en constante alerta, en permanente angustia por lo que podía pasar. Uno de estos exjugadores –que ha pedido hablar en el anonimato porque continúa siendo un tema difícil para él– relata cómo la experiencia en La Masia hizo que tardara "mucho" en recuperarse y lo llevó a tomar malas decisiones: "Los mejores momentos eran cuando venía mi padre a Barcelona e iba con él al hotel. Podía dormir tranquilo, ir al baño tranquilo. Estar en La Masia fue un suplicio. Obligaban a niños muy jóvenes a vivir a la defensiva, a no tener hambre de bajar a cenar, a quedarse en la calle para volver lo más tarde posible. Yo lo hacía. La violencia emocional era constante".
"Era sistemático. No cada día, pero regular. Cuando plantabas cara te tocaba recibir, no dormías, oías ruidos y te empezaban a llover cosas encima", recuerda Tamames, que fue uno de los que puso límites y se impuso a los agresores, en parte gracias a su físico imponente. En el año en el que el exjugador de baloncesto estuvo en La Masia, la temporada 1991-92, percibió un ambiente "hostil" hacia los del baloncesto. Los ejecutores eran "dos o tres", pero solo con un grupo que "les riera las gracias" ya bastaba para generar un clima de terror para algunos. "No era una guerra de todo el mundo contra todo el mundo, sino que ciertos personajes disfrutaban puteando", recuerda Miralles, que lamenta que la mayoría no hiciera nada para desarticular estas situaciones.
Carlos González Gelo cree que todos los residentes hacían novatadas y a la vez las recibían, pero sin maldad. "Novatadas me hicieron pocas porque le caí en gracia a Javi Moreno", recuerda Raúl Luque, que entró con 12 años para jugar a baloncesto. "Nos dedicábamos a cuidar La Masia, nos sentíamos responsables", reflexiona Carreras. "Los veteranos habrían cantado las cuarenta a los que se pasaran si lo hubieran visto", asegura David Franqué. El leonés Alberto Rodríguez, sobrino del mítico César, aterrizó en La Masia en 1988 e hizo de anfitrión de su compatriota Luis Cembranos, que recuerda cómo entre todos cuidaban a un joven de Lleida de once años, Joel Gassió. Juan José Bautista, víctima de alguna de las bromas más divertidas –lo hicieron ir a la escuela de madrugada diciéndole que había habido un eclipse–, cuidó a Víctor Valdés.
El miedo a marcharse
¿Por qué no se pararon las vejaciones más violentas? Por el silencio impuesto a las víctimas, por miedo a represalias, vergüenza, amenazas… Un jugador de fútbol muy conocido, que hizo carrera fuera del Barça, llegó a perseguir a un joven de baloncesto para pegarle. El chico se refugió en la cocina, donde el cocinero Avelino Blasco lo tuvo que proteger con un cuchillo en la mano. Durante esa época se alimentó la idea de que aquella violencia era un ritual que se repetía y que, por lo tanto, había que aguantar hasta que le tocara a otro. También porque estaban en el Barça, se sentían privilegiados y temían perder la oportunidad de oro si levantaban la voz. Sin embargo, un jugador de baloncesto de los 90 asegura que se quejó a la dirección: "Me dijeron: «Vete arriba». Si hubiera sido más valiente habría llamado a mis padres y habría vuelto a casa".
Durante aquellos años había poca supervisión adulta en La Masia. Por la noche solo quedaba el cocinero, con su mujer y sus hijos pequeños, atareado en preparar las comidas. Durante el día había un par de adultos más: el director, Joan Cèsar Farrés, que hacía de tutor y fue sustituido por su hijo, y Federico Kirchner. A veces también aparecía el cura Àngel Sánchez y otros miembros del club. Pero el control era escaso, especialmente durante los fines de semana. Los chicos lo aprovechaban para escaparse del recinto –una vez tuvieron que correr perseguidos por las Brigadas Blanquiazules, que le abrieron la cabeza a un residente con un botellazo– y modificar el contador de la televisión, que se apagaba a una hora determinada, para poder ver partidos de la NBA y películas a altas horas de la madrugada.
Avelino Blasco, que tiene anécdotas a puñados de todos ellos, recuerda que los padres de Pep Guardiola le pedían que lo hiciese comer porque adelgazaba y que un día esperó a un jugador que se había escapado de fiesta hasta las 5 de la madrugada. Llegó ebrio y el cocinero lo aleccionó: "Si te pasa algo, me matan". De hecho, Blasco "no se enteraba ni de la mitad", recuerda socarrón Xavi Guzmán: "Nos escapábamos y salíamos cada noche". Una noche que el cocinero cerró con llave el edificio consciente de que unos cuantos chicos se habían fugado, ellos acabaron subiendo por una ventana gracias a unas sábanas que utilizaron como cuerdas.
Esta libertad provocó que a mediados de los años 90 un joven de Córdoba y tres compañeros más se pasaran de la raya y acabaran expulsados. Julio, el profesor de autoescuela con el que la mayoría se confesaban mientras estaban al volante, recuerda que estos chicos salieron de fiesta hasta primera hora de la mañana y los pillaron. Los responsables de La Masia ya los tenían en el radar. Alguno era del Madrid, celebraba los goles blancos en medio de La Masia –un hecho bastante habitual– y además los habían pillando robando en un centro comercial. Incluso, según explica otro exresidente, a uno de ellos lo habían pillado con una prostituta.
Prostitutas y travestis
Aquellos años, La Masia estaba rodeada de prostitutas y travestis. Formaban parte del paisaje habitual de los adolescentes. Coincidían de forma recurrente, sobre todo cuando volvían de los entrenamientos, y se acababan conociendo. Hablaban a través de la valla de alambre que delimitaba La Masia, pero también mientras los chicos salían a la cabina telefónica para llamar a casa, a partir de las 10 de la noche, cuando era más barato y los teléfonos del interior estaban ocupados por los veteranos. David Araújo rememora cómo niños de 15 años que salían atemorizados los primeros días para llamar a casa acababan sintiéndose protegidos por las prostitutas. A él, por ejemplo, una veterana de su tierra, Galicia, se le acercaba para darle conversación y ayudarlo a superar la añoranza con historias divertidas y jugosas sobre antiguos jugadores y directivos del Barça.
Los jugadores de baloncesto, niños de dos metros de 14 años, entrenaban más tarde y cenaban en un bar próximo, el Eric's, porque a la hora que llegaban la cocina de La Masia ya estaba cerrada. Ahí podían pedir lo que quisieran, también alcohol, y cuando volvían pasaban entre prostitutas y travestis. "Eran como la familia. Primero te daban miedo, después empezabas a hablar: «¿Cómo te ha ido el entrenamiento, contra quién jugáis?»... Y te decían: «Algún día, si tienes ganas, ven». Y por curiosidad acabas yendo", recuerda un exjugador. Cuando supo que Magic Johnson tenía sida y a él, menor de edad, le había hecho una felación un travesti, "fue horrible". Durante los tres meses que tardó en obtener los resultados –negativos– del análisis que se hizo en el Raval no podía dormir, tenía angustia y acabó abandonando la escuela.
Primero, el fútbol
Esta es otra derivada del contexto de la época. El control académico que se vendía a los padres cuando los chicos fichaban por el Barça en realidad era muy laxo. Supuestamente, los residentes tenían 7 horas de escuela, 3 de entrenamiento, 6 de estancia en La Masia y 8 para dormir. “Estudios y deporte cuentan al 50%”, decía el club entonces. Pero la realidad no era así. Muchos no iban a clase. A pesar de que había horas de estudio, alguna clase de refuerzo y que los obligaban a levantarse pronto por la mañana, muchos se las ideaban para hacer la suya. "¿Le dices a Ivan de la Peña, uno de los jugadores más prometedores del mundo, «Si no vas a clase te echaremos»?", se pregunta Araújo, para poner de ejemplo el gran referente de La Masia de los años en los que él estuvo ahí.
El criterio deportivo mandaba. Ismael López, que sacó una de las notas de selectividad más altas de toda España, admite que casos como el suyo eran excepción: "Había jugadores muy conocidos que no fueron casi ni un día a clase y han acabado en el primer equipo del Barça". Aun así, la mayoría de exresidentes tienen claro que se trataba de otros tiempos y que La Masia era mucho mejor, por ejemplo, que lo que podían ofrecer en Madrid. Cembranos probó fortuna en los dos lugares y no había comparación en el trato. "A pesar de todo, La Masia era la gran residencia de élite en Europa", resume Carreras.
Evidentemente, La Masia de esa época no tiene nada que ver con la de ahora. A medida que el club creció, se profesionalizó el servicio. A finales de los 90 las habitaciones ya eran menos numerosas y había dos guardias de seguridad. De hecho, muchos niños pasaron a vivir en apartamentos que había en el propio Camp Nou. En 2002 el exjugador de hockey Carles Folguera entró a dirigirla, hasta 2019. El equipo de Folguera hizo entrevistas a todos los residentes –que ya eran de todas las partes del mundo– para detectar las carencias y poder buscar soluciones. Además, la información se compartía entre todos los profesionales. El entrenador de cada niño sabía lo que pasaba en La Masia y la información de la escuela o de los pedagogos también se compartía. Se aumentaron los recursos y también el número de profesionales. Un médico llevaba un control diario de los menores, así se evitaba el absentismo. Ya no podían excusarse en que se encontraban mal para no ir a la escuela. También se incorporaron pedagogos, psicólogos, educadores y un servicio de bus privado. Antes los chicos iban a la escuela o el instituto solos, con transporte público, y esto permitía que muchos se saltaran las clases. El año 2011 se inauguró la nueva Masia en Sant Joan Despí.
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