La neurosis política que recorre Europa
Durante 60 años la Unión Europea ha operado a partir de un pacto entre conservadores, democristianos, liberales y socialdemócratas. ¿Puede el ascenso de la extrema derecha significar el principio del fin de este acuerdo histórico? Los resultados de las elecciones europeas confirman lo que ya sabíamos: que existe un viento social que empuja a los partidos de la derecha autoritaria, xenófoba y neofascista, con la indolencia o la impotencia de los partidos convencionales ante los síntomas de malestar de amplios sectores sociales. Ya los tenemos aquí, penetrando en las instituciones europeas para hacer una regresión hacia la fragmentación nacional y la democracia orgánica (como decía el franquismo).
Tan grave es la situación que va Macron y se marca un Sánchez: incluso antes de que se cierre el escrutinio convoca elecciones generales, como si quisiera demostrar que él todavía puede dar la vuelta a la situación. Quizás hace un par de años nos lo habríamos creído. Pero ahora Macron corre un alto riesgo de terminar su mandato con Marine Le Pen (o una persona delegada por ella) como primera ministra. Es decir, coronándola.
La extrema derecha curiosamente obtiene los mejores resultados en países fundadores de la Unión Europea. Además de Francia, donde el partido de Marine Le Pen ha arrasado, y ha hecho sonrojar a Emmanuel Macron, que llegó al Elíseo con la aureola de un personaje competente y con autoridad y ahora hace una huida hace adelante que cuesta creer que le pueda salir bien. Es decir, un líder con reconocimiento internacional, presente en todos los conflictos relevantes, que parecía encarnar los valores republicanos teñiéndolos de un deje liberal, ha fracasado estrepitosamente: la extrema derecha está con el 32 por ciento de los votos. El malestar de los franceses ha pasado por delante de Macron, incapaz de darle al país una perspectiva integradora. Y en Alemania, la extrema derecha avanza al partido socialdemócrata e introduce así una potente barrera al bipartidismo histórico. Mientras, en Italia, por supuesto, Meloni hace lo que quiere sin resistencias, y en los Países Bajos la extrema derecha ya está delante de todo.
Dice Edmund Fawcett, autor del libro Conservatism: The Fight for a Tradition, al Financial Times, que "los fracasos a los que responde la extrema derecha son bastante reales" y que "su diagnóstico es el equivalente político de una pulsión neurótica". Y así se ganan a la gente: creando fantasmas y enemigos, para desplazar la mirada de las cuestiones de fondo. Es hora de exigir a los principales partidos europeos que les planten cara: que los afronten con responsabilidad. Y no son tan difíciles de identificar. Hay mucha gente que se siente en fuera de juego y con miedo, que es el amigo de la extrema derecha que les da la razón cuando señala como enemigos la inmigración, la cuestión ecológica o el feminismo. La dejadez de ciertas políticas no hace más que dar espacio a la rabia, que es la especialidad de estos partidos autoritarios. Es necesario que los gobiernos afronten los factores que generan la sensación de desclasamiento personal o nacional que hace que mucha gente se sienta atraída por este regreso a un pasado contra el que precisamente se construyó la Unión Europea.