Violencia machista

Gemma Altell: "No podemos machacar a las chicas del colegio mayor"

Psicóloga socialfeminista y codirectora de la consultora G-360

BarcelonaHace dos décadas que Gemma Altell está implicada en la acción social para introducir la perspectiva de género en las políticas públicas. Psicóloga socialfeminista, argumenta que la ofensiva del feminismo de los últimos años ha sido la lanza que ha agujereado caparazones muy duros, pero que ha pasado de largo de muchas capas de la sociedad o, si ha entrado, ha provocado un contraataque de los ultras.

Los chicos del colegio mayor de Madrid se amparan en la tradición para justificar los insultos machistas y las chicas se han apresurado a defenderlos hablando de una broma. ¿Qué le ha sorprendido más de todo?

— A mí me gustaría saber qué decían ellas, cómo respondían a los insultos de "puta", "zorra" o "ninfómana". No lo sé, pero estoy segura de que no se pusieron al nivel de violencia verbal de los chicos. Solo hay que ver que ni puta ni zorra ni ninfómana tienen un equivalente en masculino. Pero dicho esto, creo que no podemos machacar a estas chicas, no las podemos atacar diciendo que no son lo suficientemente conscientes de la vejación y la humillación.

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Pero es que duele oírlas.

— Sí. Aun así, tenemos que pensar que están naturalizando la cultura de la violación, la violencia, donde nos estamos criando todas y todos. Las mujeres somos las que sufrimos este tipo de violencia y no por eso podemos esperar que siempre sean defensoras a ultranza del feminismo, sino que las tenemos que ayudar a hacer que adquieran estos valores. Nos educan, también a las mujeres, para que naturalicemos la cultura de la violación, y tenemos tradiciones patriarcales y machistas que todavía perduran y cuesta mucho eliminarlas.

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Parece eso de: "Que mi marido me pegue es normal".

— Es que todo forma parte de esta naturalización de la que hablaba. En el caso de las chicas advierto una disociación porque estoy convencida de que entenderían una violación o un ataque sexual como un acto de violencia, pero, en cambio, no tienen esta idea ante unos insultos y una puesta en escena muy violenta, de un chico gritando y los otros abriendo a la vez la ventana. Es una escena muy violenta, que da miedo, y estas mujeres lo justifican todo como si fuera una broma. No entienden que todo es un continuo. Que una agresión sexual empieza a menudo por insultos y comentarios. Y además, hay otra cosa: a nadie le gusta sentirse una víctima.

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Riéndonos, ¿las revictimizamos?

— Así es. Tenemos que trabajar para que sepan e identifiquen que están viviendo en una situación de violencia. Si hacemos broma o las atacamos, ellas se cierran porque les estamos devolviendo una imagen que no les gusta, la de ser víctimas.

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Pero estas chicas son de la generación del Me Too.

— Sí, esto es verdad, y esto me lleva a pensar que las políticas de igualdad se hacen en ámbitos públicos, pero que en los privados, como escuelas o universidades privadas, hay una sensibilidad menor en estos temas y sencillamente no se destinan tantos esfuerzos.

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El hecho de que esto pase entre una población de 18 o 22 años, ¿es un fracaso colectivo?

— Esto es porque una parte importante de los más jóvenes se han creído el espejismo de la igualdad. Se piensan que el debate sobre la igualdad de derechos entre hombres y mujeres ya está más que superado, porque oyen que hay mucho debate en las redes, en los medios, en la política. Y las chicas se sienten en una situación igual respecto a los hombres, cosa que es falsa.

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¿Se demuestra la importancia de las leyes por la igualdad y de aplicar la perspectiva de género?

— Hacen falta leyes en este sentido, pero sobre todo hace falta un trabajo con más profundidad, que trascienda los eslóganes. ¿Es relevante que los niños pierdan el recelo con el color rosa? Quizás es mejor educarlos para que aprendan a expresar sus emociones; de lo contrario, nos quedaríamos en la superficie en un tema crucial. Tenemos que situar el foco en cómo educamos a los hombres, que haya una verdadera educación transformadora. Estos chicos han actuado como una manada de machos, reconociéndose entre iguales.

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El caso de estos colegios mayores, donde van hijos de familias acomodadas, demuestra que la violencia y el machismo tampoco entienden de clases.

— El machismo está en todas las capas de la sociedad y estos chicos rompen la imagen de que son las clases con más problemas económicos las que más ejercen la violencia, y las chicas, las que más la toleran. Pero ahora imaginemos qué dirían la derecha y la extrema derecha si en vez de estos chicos, de buena familia, los insultos los hubieran hecho inmigrantes con pocos recursos económicos. Todavía seguimos educando en el machismo, en el patriarcado, en el jefe de familia.