¿Voy o no voy?

Por la calle, veo a gente mayor poniendo la estelada en el balcón.

"Me rompe el corazón", me dice el amigo que va conmigo, "pero este año no voy a la manifestación".

"Yo no soy tan radical", le contesto. “Aún no sé si ir. Hace veinte años, me manifestaba por mi cultura. Luego fue a favor de poder votar. Pasado el uno de octubre, fui contra la represión, y en los últimos años, ya, contra los partidos independentistas. No creo que sea un caso único. Y hoy, ¿pero? ¿Por qué me manifiesto? Para que los demás piensen: muy bien, guapo, aquí te tenemos como un animal de zoo en una reserva india, ¿desofágate por un día y hacia casa? ¿A favor de quién me manifiesto si nadie me representa, si me han borrado del mapa? ¿Con quién voy, si los partidos independentistas apoyan el españolismo? ¿Contra quién me manifiesto? ¿Contra el mundo entero? ¿Contra mí mismo?”

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“¿Quieres decir que no te ocurre como a mí? –me pregunta él–. Hace tiempo, me sentía representado por los políticos. Eran gestores. Ahora veo a vendedores. Privatizadores con derecho a mentir sin escrúpulos. Yo no sé si es compatible la democracia con la mentira descarada. Recuerda, Toni. Prometieron que si los votábamos no nos fallarían, que no sufriéramos porque, si sacaban uno, pondrían a otro. Y ya lo has visto. Por miedo a perder las mejores habitaciones de la jaula, se han ido vendiendo los ideales, uno por uno. Y ahora no les queda más que el agror y el rencor. Da impresión ver cómo se quitan los ojos entre ellos, es dantesco, como una maldición bíblica, un castigo”.

“Tienes una visión negra, exagerada, victimista y contraproducente. Si todo el mundo pensara como tú, nunca haríamos nada”.

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“Yo sólo digo que sin una mínima moral no existe democracia. La corrupción se asume en forma de incompetencia y cinismo. En una palabra, en autoritarismo. Fíjate. Llevamos la careta de hipócrita pegada a la cara, como una mascarilla de gas para circular en este ambiente. Me rompe el corazón, pero no voy. Ve por mí, Toni”.

“Sí varón, y qué más. Ya te lo harás. Lo decidiré a última hora. Hace años que cada Diada escribo un artículo hablando de ello. Un día buscaré estos artículos y me los leeré seguidos, el de hoy también. No sé. La derrota es completa sólo cuando la víctima se siente ya culpable. Entonces, el enemigo sólo lo encuentra en casa. No tengo claro qué hacer. Pero también te digo una cosa: los cimientos de un edificio no se ven, pero son ellos, que le aguantan. Estos tiempos no son peores que muchos otros. El contraste con los años de ilusión te hace hablar así. Me parece que publicaré nuestra conversación, quizá haga compañía a más de uno”.