Lo hago como puedo

Con todos ustedes: ¡el peor padre del mundo!

Mi sorpresa ha sido ver en mi entorno cómo la gente seguía insistiendo en la crianza y repetía

BarcelonaDe forma opuesta a la experiencia de muchos progenitores, yo tomé conciencia muy pronto de que era el peor padre del mundo. Y no porque dudara de mis capacidades o tuviera el listón demasiado alto, sino porque era lo que me repetía siempre mi hija cuando iba a buscarla a casa de una amiguita cuando había llegado la hora de volver al hogar familiar. "Papa, ¡eres el peor padre del mundo!" y "¡Me has destrozado la vida!" eran los gritos de guerra que se oían a varios kilómetros a la redonda de una cría que a pesar de que no debía de tener más de 5 o 6 años sabía exactamente dónde atacar la autoestima de su pobre y esforzado padre. Con el tiempo ella cambió aquella opinión tan radical por una más matizada (ser el peor padre del mundo significaría un nivel de competitividad y ambición que no va conmigo), pero en mí siempre quedó la duda de si lo había hecho suficientemente bien. Y la respuesta, evidentemente, es que no.

A ver, había sido un padre mucho más constante que el mío, que nunca fue a una reunión de escuela y ni siquiera a buscarme a la puerta (y yo tampoco salí tan mal, al fin y al cabo), pero la crianza no es un sistema de prueba y error, sino que básicamente es un error tras error y cada día empiezas de cero. Es decir, nada de lo que te puedan decir de otro niño funcionará con el tuyo, y aun diría más, lo que ha funcionado hoy quizás mañana ya no funcione. En mi caso, además, yo me enfrentaba a una criatura extremadamente inteligente y con una determinación indestructible que me superaba ampliamente. En cualquier choque yo estaba destinado a perder porque nunca estaba dispuesto a poner toda la carne en el asador, algo que para ella era el modus operandi habitual. No hay que poner ejemplos. Los padres con hijos adolescentes saben perfectamente de lo que hablo.

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Los estratagemas, con la edad, también alcanzaban un grado de sofisticación mayor. Por ejemplo, cuando yo por la mañana intentaba irradiar optimismo y entraba en su habitación con un "Buenooos díaaaas" lleno de confianza y buen rollo, la respuesta era más o menos esta: "¿Buenos días? ¿Dónde has visto tú que sea un buen día? Será un día de mierda como todos los de mi vida hasta ahora". Touché. Tocado y hundido. Y a partir de aquel momento, tocaba intentar remontarlo (y aquí se oyen risas enlatadas de fondo).

El caso es que con esta experiencia, repetir me parecía de un masoquismo enfermizo. Porque sí, ante los cantos de sirena de que los segundos son un bálsamo, yo tenía muy claro que las cosas siempre pueden ir a peor, y que jugar a la ruleta era cosa de ludópatas y no de personas civilizadas y racionales. Mi sorpresa ha sido ver en mi entorno cómo la gente seguía insistiendo en la crianza y repetía. No una vez sino varias. Mi asombro era tal que no tenía (ni tengo todavía) palabras para expresarlo. Puedo llegar a comprender la curiosidad del primer hijo como experiencia vital. ¿Pero repetir? ¿Qué tipo de misterio se esconde detrás de querer volver a pasar por las noches sin dormir, el estrés de pareja y el sentimiento de culpa infinito?

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Esto me condujo a sufrir una especie de rechazo social y a calibrar la medida de mi fracaso. ¿Yo era realmente un caso particular de padre fracasado o es que hay una gran conspiración mundial que consiste en no hacer públicas ciertas realidades incómodas? Hoy todavía no tengo una respuesta clara. Lo único que sé es que, de vez en cuando, algún padre al cual advertí de lo que se le venía encima se acerca a mí y me reconoce que tenía razón. Pero son pocos. La mayoría insisten en que son muy felices, que es una experiencia muy enriquecedora, bla, bla, bla.

Ni rastro de sentimiento de culpa ni de fracaso. Es curioso, pero por ahora me es más fácil compartir mis sentimientos con una madre que con un padre. ¿Por qué debe de ser? Y que conste que yo no quiero que los padres tengáis sentimiento de culpa y os sentáis infelices, sino todo lo contrario: simplemente que sepáis aceptar las derrotas con deportividad y, si puede ser, con una sonrisa.

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Por cierto, hoy con mi hija ya postadolescente nos lo pasamos de maravilla y tenemos muchas cosas en común. Por ejemplo sentimos la misma atracción por los bebés. Ninguna, cero.