Epic fail

La pérdida de tiempo (y dinero) de Pebble, uno de los primeros relojes inteligentes

El widget no sedujo a gran parte de los usuarios y dejó de ser un negocio sostenible

En 2008, Eric Migicovsky recorría arriba y abajo los pasillos de la Universidad de Waterloo, en Canadá. Estaba excitado. Con un grupo de amigos había esbozado una idea estimulante: crear un reloj que fuera capaz de conectarse a los teléfonos móviles y permitiera ver los mensajes que llegaban, controlar su música y monitorizar el ejercicio físico y los ciclos del sueño de quien le llevaba. Todo plajete, sin quitar el dispositivo del bolsillo. "Fuimos la primera compañía en trabajar en el concepto de smartwatch", defendía el emprendedor en un artículo en Medium. Después de años dando vueltas, su visión se hizo realidad el 23 de enero del 2013. Ese día empezaron a enviarse los primeros Pebble. Eran unos relojes de brazalete que tenían una pantalla de tintae-papel-como la de los libros electrónicos- y un montón de funciones: desde ver notificaciones como SMS, recordatorios, alarmas y llamadas, hasta activar el acelerómetro, el cronómetro o el podómetro. "Con Pebble no sólo creamos un nuevo producto, sino que abrimos las puertas a toda una nueva categoría", recordaba Migicovsky.

Sus relojes inteligentes enseguida se convirtieron en un éxito rotundo. Como no había logrado seducir a los inversores privados, el emprendedor había optado por poner en marcha una campaña de micromecenazgo en la plataforma del momento: Kickstarter. La jugada le salió redonda. En tan sólo dos horas recaudó los 100.000 dólares que necesitaba. Y los usuarios siguieron aportando dinero. A los seis días, Pebble ya se había convertido en el proyecto de financiación colectiva que había recaudado más dinero de la historia, con cerca de 5 millones de dólares. El día que terminó la campaña, el marcador se había doblado: había recogido 10,5 millones de dólares provenientes de casi 69.000 personas. "Era una novedad tecnológica muy atractiva –corrobora Josep Maria Espinet, profesor del área de comercialización de la Universidad de Girona (UdG)–. Además, no se enfocaba al ámbito laboral, sino al ocio y al consumo propio, lo que le convertía en un producto aspiracional".

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Pese al boom inicial, el Pebble se convirtió en un bluf tecnológico. Pese a haber vendido 2 millones de relojes y facturar 230 millones de dólares, el emprendedor no fue capaz de convertirlo en un negocio sostenible y rentable. Los problemas llegaron, sobre todo, en el 2015. Ese año, la compañía estrenó el Pebble Time, la evolución del primer dispositivo. Preveía facturar 100 millones de dólares, pero acabaron recaudando 82. "Esto nos llevó a tener un exceso de inventario y, a la vez, a sufrir una crisis de liquidez", confesó el propio emprendedor. No fue el único percance. Desde el principio, Pebble había conquistado el mercado de lostechies, pero no había sabido seducir al resto de usuarios. "Intentamos pivotar hacia el mundofitness, pero no era nuestro ADN", admite. La inversión para intentarlo tocó de muerte a la compañía. En el 2016 acabó vendiéndose a la empresa de pulseras inteligentes Fitbit, por 23 millones de dólares.

La lección

"Tener una buena idea de producto no asegura su éxito: es necesario que se desarrolle adecuadamente, con una estrategia eficiente de precio, distribución, comunicación y experiencia de cliente", resume Josep Maria Espinet, profesor de la UdG. El experto también recalca la importancia que planifica bien el posicionamiento del producto en el mercado.

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