Epic fails

Los quesitos de plátano y fresa llegaron a parecer una buena idea

Los nuevos gustos de El Caserío se comercializaron a principios de los 90, pero los consumidores los rechazaron

Una madre mira a cámara y, exhibiendo una gran carcajada, pregunta a los hijos: “¿Qué gusto cree que tienen los nuevos quesitos de El Caserío?” Ambos niños juegan a adivinarlo. Proponen que, quizás, saben a salchicha de Fráncfort. Por suerte, se equivocan. Con voz juguetona, lo siguen intentando. “¿De col?” Tampoco aciertan. Por último, la madre decide resolverles el misterio y les explica que El Caserío ha lanzado al mercado tres nuevos productos: quesitos con sabor a fresa, a plátano y azucarados. El espot televisivo, que se emitió en los años 90, acababa con el mítico eslogan de la compañía: “Del Caserío, me fío ”. Pero en la vida real las caras de los consumidores se desencajaron.

“En los foros de Internet todavía hay consumidores que les recuerdan y que afirman que el gusto era bueno”, analiza Neus Soler, profesora de marketing de la UOC: “El problema era otro: no funcionaron porque eran una apuesta demasiado arriesgada por la época y por la trayectoria de la compañía, que nunca antes había experimentado tanto con sus quesitos”. Para entender la chapuza hay que retroceder hasta 1930 y situarse en Menorca. Ese año, Pedro Montañés, de 22 años, y tres inversores decidieron fundar una empresa dedicada a la venta de queso fundido a partir de la leche producida en las granjas de la isla. Fueron pioneros en España. El emprendedor lo había descubierto en 1929, durante un viaje a Francia, a raíz de La Vache Qui Rit, que ya tenía casi diez años de vida. El 7 de enero de 1931 salió de Menorca la primera cajita de quesitos, fabricados por la Industrial Quesera Menorquina.

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La compañía sobrevivió a la Guerra Civil y al franquismo. De hecho, llegó a los 80 con una salud de hierro: controlaba el 74% del mercado de los quesitos y su eslogan se había convertido en uno de los más recordados por todos. En los 90, la empresa contaba con 320 trabajadores, un centro de producción en Mahón, una central de ventas en Barcelona y casi 300 contratos con ganaderos menorquines, que trabajaban exclusivamente para la marca. “Fueron pioneros vendiendo en España el queso en porciones, pero nunca apostaron por innovar y hacer evolucionar el producto”, recalca Soler. La receta tradicional les había conducido al éxito: facturaban cerca de 10.000 millones de pesetas anuales. Pero en 1992 todo dio una vuelta.

Aquel año, el Caserío cambió de manos. Kraft Foods, una de las empresas más importantes del mundo en la producción de quesos, puso los ojos ya continuación la cartera. La multinacional estadounidense vio en la empresa menorquina la oportunidad para seguir expandiéndose en España y la compró. La compañía pagó entre 30.000 y 40.000 millones de pesetas -entre 180 y 240 millones de euros- por convertirse en su accionista mayoritario. "Los nuevos productos los comercializó ya el nuevo propietario", apunta Soler, en un mal momento. “España no empezó a mirar hacia Europa hasta 1986, pero el consumidor tardó mucho tiempo en cambiar la mentalidad para aceptar productos distintos e innovadores. Y el mercado no entendió esos nuevos productos”.