Historia

¿Cuáles son los cines de tu vida?

Carles Mir repasa en el libro 'Els cinemes de la meva vida' su educación sentimental a través de las salas de cine

BarcelonaA Carles Mir le gusta mucho explicar que casi nace en un cine. Su madre rompió aguas durante la proyección de El solterón y la menor en el cine Astoria de la calle de París de Barcelona. Corría el año 1948 y aquella llegada al mundo accidentadamente cinéfila sería profética, debía marcar toda la vida de Carlos. Más de setenta años después, es un gozo tener en sus manos Els cinemes de la meva vida (Comanegra). Una vida puede explicarse a través de las películas que la han marcado, que te han hecho como eres, que te han influido y cautivado, las que te han enseñado cómo es el mundo, como son los demás, cómo es la historia. Y también, por supuesto, una vida se puede explicar a través de las salas de cine que has pisado. Hoy esto es casi como un réquiem, una despedida, una larga agonía.

Las salas de cine mueren sin que nadie mueva un dedo. Y Barcelona no es una excepción. Con oasis como Phenomena, Maldà, Texas y Zumzeig, el empresariado de toda la vida ha desertado y la administración mira hacia otro lado –tan difícil es comprar el Club Capitol, reformarlo y devolverlo ¿a la vida?– y si te exclamas o protestas, eres un nostálgico. “¿Y qué? ¿Qué problema existe con la nostalgia? No es nada malo”, se exclama el autor. “¿Por qué no echar de menos lo que hemos tenido si nos parece que era mucho mejor que lo que tenemos ahora?”. “Y eso da igual para los cines, los bares y las tiendas como para pasear por la Rambla. Es muy obvio que pasear por la Rambla era mucho mejor antes que ahora”. Bien, pues sí, Els cinemes de la meva vida es un recorrido cinéfilo y sentimental por recuerdos asociados a las salas de cine que Carlos visitó asiduamente durante los primeros treinta años de su vida. En los años cincuenta y sesenta, en esencia, y en los primeros setenta, pero entonces el relato se detiene, el cine deja de ser una fantasía, una compañía vital y pasa a ser un trabajo. ¿Un punto de inflexión? Ver La guerra de las galaxias en el Montecarlo de la calle Provença. “A mí me gustaba mucho la ciencia ficción y me encontré con una película de guerra y terriblemente infantil. Fue una decepción”.

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Lecturas, Como Radio, Radio 4, Time Out y, sobre todo, Betevé durante muchos años han sido los medios en los que Carlos ha colaborado escribiendo y hablando de cine, recomendando películas, presentando ciclos y analizando la actualidad semanal de la cartelera. Ahora está jubilado, escribe, lee, pasea y sigue yendo al cine, sobre todo a la Filmoteca, para recuperar viejos clásicos que siempre le alegran un poco la vida. Del cine de hoy hace tiempo que ha pasado página un poco. Hay excepciones, claro, no se ha perdido los últimos Woody Allen y Víctor Erice.

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Parafrasea a su amigo Román Gubern –autor del prólogo del libro– y no puede ser más elocuente: “Antes ir al cine era un ritual, como entrar en un templo, ahora si vas, entras en pequeñas capillas que son las multisalas”. Era diferente ir a los grandes cines de estreno –únicamente quedan de pie la sala grande de Aribau y Comedia– o ir a los cines de barrio, donde podías ir con zapatillas y llevarte el bocadillo. Carlos tuvo una gran suerte, sus padres le inculcaron el cine como una parte más de su ADN. Cada jueves, con la madre, en el cine de barrio –normalmente el Adriano de la calle Herzegovina– y los domingos –con el padre y la madre– en el cine de estreno –Astoria, Windsor, Alcázar, Florida, el Coliseum etc–. Terenci Moix, grandísimo amigo de Carlos, le dijo en más de una ocasión: “¡Qué suerte que tus padres te llevaran tanto al cine!”. Los grandes cines de estreno controlaban mucho la asistencia de los jóvenes. Para las películas "no aptas" cerraban el paso de quien no tenía la edad adecuada y había que esperar medio año o más hasta que llegaran a los cines de barrio, donde los porteros eran más laxos y hacían la vista gorda.

Algunos hits del libro? Pues los fines de año celebrados en el cine Windsor de la Diagonal. Cuando llegaban las doce de la noche del 31 de diciembre se paraba la proyección de La vuelta al mundo en 80 días y El puente sobre el río Kwai, se tomaba uva y cava y la proyección seguía hasta el final del filme. Un vecino de butaca con la mano larga en la platea del Bonanova. Ver Hatari! en el Coliseum los días de la mítica nevada de 1962. No funcionaba el metro ni el tranvía, por tanto, bien abrigados, bajaron caminando hasta el fabuloso cine de la Gran Via con Balmes. Las películas de los Beatles, auténticos acontecimientos, en Fémina y Balmes. En ABC, incontables sesiones con los amigos de escuela. Las canciones aprendidas de memoria de las folclóricas como Carmen Sevilla y Sara Montiel. El día que Cantando bajo la lluvia le hizo amar para siempre a los musicales. El cine de arte y ensayo de finales de los años sesenta con el hit indiscutible que supuso el estreno de Repulsión en el Publi del paseo de Gràcia. Las películas del Pato Donald en el cine de la Avenida de la Luz y el contraste con las últimas sesiones que se hicieron, ya como sala X y títulos como Placer entre las nalgas. El estreno fastuoso de West Side Story en el Aribau y de 2001 una odisea del espacio en Florida. Los primeros filmes de James Bond 007, siempre de estreno en el Tívoli. Las sesiones de cierre de Savoy, Alexandra y Urgell.

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Una avalancha de anécdotas, pequeñas historias, recuerdos que mantienes siempre grabados en la memoria y que tienen la silueta inconfundible de actores, actrices, escenas imborrables, canciones que siempre tendrán para ti un significado especial. Todos tenemos los nuestros. Un patrimonio íntimo que conservamos como un tesoro.