Tecla Sala, una pionera predestinada en impulsar el algodón
Montó en Hospitalet la fábrica que convertiría a la empresa en uno de los gigantes del sector
En medio del municipio de Hospitalet de Llobregat encontramos el Colegio Tecla Sala, una escuela gestionada por la Fundación de Escuelas Parroquiales que ya ha superado el medio siglo de existencia. A diferencia de otros muchos casos, el nombre del equipamiento no es un simple homenaje -que también- a un personaje histórico de la zona, sino que es el justo tributo al que aportó el dinero necesario para ponerlo en funcionamiento. No lejos de allí encontramos también la Biblioteca Tecla Sala y el centro de arte Tecla Sala, además de una calle homónima. No es difícil concluir que la figura de Tecla Sala está escrita con mayúsculas en la historia de Hospitalet.
Por causa de la muerte sucesiva de los padres y tíos, una pequeña industria textil familiar de Roda de Ter pasó a manos de Tecla Sala cuando sólo tenía 24 años, en 1910. Fue en esa época cuando decidió montar la fábrica en Hospitalet de Llobregat. Sin embargo, consideró que era demasiado joven para dirigirla y cedió su gestión a su marido, Joan Riera Sala. La situación se prolongó hasta 1926, cuando Riera también murió y ella tomó las riendas. Tanta muerte en la familia sólo podía significar que la providencia le señalaba para convertirse en la soberana de su destino. Gobernó el negocio con mano firme, como corresponde a una mujer de carácter, con gran capacidad de gestión.
Pero también tenía profundas convicciones religiosas y desde el principio mostró interés por las condiciones de vida de los trabajadores, lo que se vio reflejado en aspectos prácticos, como que la factoría estuviera dotada de enfermería, economato, duchas, biblioteca e, incluso, una escuela en la que se podía aprender a leer y escribir. Pero también hizo crecer el negocio familiar en una época en la que una mujer empresaria era una anomalía. Era la excepción que confirmaba la regla en una sociedad que aún debería andar un siglo para empezar a retirar el velo que invisibilizaba a las mujeres en muchos de los ámbitos de la vida.
Sala demostró que era compatible hacer dinero -ya capazos- con tratar a los trabajadores con dignidad. Podríamos caer en el tópico de manifestar que Tecla Sala era una avanzada a su tiempo, pero si miramos a nuestro alrededor, y constatamos el comportamiento de muchas grandes corporaciones, nos daremos cuenta de que quizás el paso del tiempo no ha ido a favor de la visión humanista de los negocios.
A lo largo de las cuatro generaciones de la familia, la algodonera Tecla Sala fue creciendo hasta situarse entre las más importantes del país en volumen de producción. A finales de los setenta, punto de inicio del ocaso de todo un sector, la firma todavía figuraba entre las cinco mayores del universo algodonero.
Cuando Tecla Sala murió, en 1973, la prensa de la época explicó su trayectoria con dos términos: emprendeduría y filantropía. Muerta, la empresa que llevaba su nombre tuvo un recorrido no mucho más largo. En medio de un contexto de crisis generalizado en el sector textil catalán, los herederos decidieron venderla al grupo Gossypium del banquero Jaume Castell Lastortras (1976), pero acabó quebrando y pasó a manos del Estado. La última chispa de la empresa familiar, la fábrica inicial de Roda de Ter, acabó apagándose en 1999.
Pero la savia de la visión social continuó trepando por las ramas familiares árbol arriba, y una buena prueba es la labor de su hijo, Pau Riera Sala (1908-1985), que cuando regresó del exilio a Argentina, en 1952, destinó una parte de la fortuna a financiar el catalanismo cultural como benefactor del Institut d'Estudis Catalans y fundador de Òmnium Cultural. En la génesis de esta última entidad, se unió a otros empresarios para sacar adelante el proyecto, como Lluís Carulla Canals, Joan Baptista Cendrós Carbonell, Fèlix Millet Maristany y Joan Vallvé Creus. También se implicó en la creación del diario Hoy y del Premio Sant Jordi de novela.
Han pasado cerca de cincuenta años desde la muerte de Tecla Sala y su nombre está todavía presente en el recuerdo de los ciudadanos de L'Hospitalet. Ahora haría falta que su obra y su filosofía también.