Cuando votar se convierte en un imperativo cívico
A lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX el sufragio universal fue imponiéndose a todas las democracias del planeta. Fue una lucha muy larga y llena de obstáculos, desde el llamado sufragio censitario, en la que sólo votaban a los hombres que tuvieran un nivel de renta determinado (o de estudios en un momento en que sólo la clase alta podía acceder a ellos ), hasta el racial, pasando por el sufragio femenino, que parece mentira, pero no se generalizó hasta después de la II Guerra Mundial. En lugares como Suiza no llegó de pleno derecho hasta 1971 y en la vecina Andorra hasta 1970.
Sólo para esta historia de conquista social votar debería ser un deber de cualquier ciudadano, especialmente de aquellos que han vivido dictaduras en su pasado reciente, como es el caso de la franquista. Evidentemente, la democracia parlamentaria no es un sistema perfecto. Winston Churchill, de oratoria notable, dejó dicho: "La democracia es el peor sistema de gobierno ideado por los hombres, a excepción de todo lo demás".
El caso es que Catalunya acude a las urnas este domingo en un contexto que poco tiene que ver con la tensión y también las expectativas que provocaron el Proceso, lo que puede repercutir en una participación baja. El problema es que en democracia no existen los vacíos de poder: cuando alguien renuncia a él, otro lo aprovecha. Las personas tienen derecho a sentirse desilusionadas o decepcionadas, pero quedarse en casa siempre será la peor opción, porque quien la aprovechará será precisamente aquéllos que son un peligro para la democracia y la convivencia, aquéllos que nos quieren enfrentados, que apelan a los instintos más bajos y ofrecen soluciones mágicas a problemas complejos. Éste no es un problema privativo de Cataluña, pero en el caso catalán es especialmente peligroso porque sin unidad civil todo el programa del catalanismo emprendido a principios del siglo XX naufragará.
En estas elecciones votar se ha convertido en un imperativo cívico para impedir que la fotografía que salga de las urnas no esté sesgada y muestre una Catalunya que no es. Y si la Cataluña que sale no es la que quisiéramos (abierta, integradora, optimista y que mira al futuro) entonces que sea porque todo el mundo ha ido a votar y el resultado es incuestionable, y no por la indolencia de los que al día siguiente se pondrán las manos en la cabeza.
Cada elección es, de hecho, una elección. Entre izquierda y derecha, entre independentistas y no independentistas, entre soberanistas o no soberanistas, entre catalanistas y no catalanistas, entre la extrema derecha y el resto, pero es sobre todo optar por la democracia. Los partidos serán los que al día siguiente tendrán que gestionar la complejidad del país y batallar con sus propias contradicciones, pero antes los ciudadanos debemos cumplir nuestra parte del pacto y llenar las urnas de votos. Porque las urnas vacías equivalen a abrir la puerta al monstruo que nunca pensamos que vendría y ahora ya tenemos aquí.