12-M: ¿presidente libre o presidente razonable?
Dilema. Hay dos tipos de seres humanos: los cazadores recolectores (seres esencialmente libres y tirando a salvajes) y los sedentarios (seres razonables, hormiguitas, prudentes). Los primeros alegran la vida; los segundos hacen avanzar al mundo paso a paso. En la elección de este domingo hay una parte de esto: la eterna disyuntiva entre audacia y eficacia. ¿Elegimos a un presidente libre o a uno razonable?
Liderazgo. Somos animales sensuales, más que lógicos o racionales. La emoción domina. El buen político sabe hacer dos cosas: sacarle partido y domesticarla, vestirla de razón. Lo que llamamos político gris, el que solo es un buen gestor, es un servidor público absolutamente necesario pero hoy en día condenado a la irrelevancia. Es clave saber sumar épica y programa, emoción y sentido, escalofríos e ideas. Pujol y Maragall sobresalieron en eso. Hoy tenemos campeones del escalofrío (Puigdemont) contra abanderados de la gestión (Illa y Aragonès). Nos faltan políticos de raza que unan la piel de gallina con el trabajo constante y escrupuloso, que conjuguen pragmatismo y visión larga. Que tengan los pies en el suelo mientras miran al horizonte.
Nada. Como algunos sospechamos desde el principio, detrás de la carta de Pedro Sánchez no había nada. Políticamente hablando. Nada. En lo personal, mejor no meterse. Vete a saber qué pasa entre Pedro y Begoña. Cada pareja es un misterio, a menudo prosaico. O sea, poco misterioso. Debían de tener un mal momento, tal vez. Y se dieron una tregua que el líder del PSOE aprovechó para crear un momentum de emoción pública. De eso hace cuatro días y nos queda ya lejos. Así es la batalla comunicacional, a golpes de efecto tan aparentes como efímeros.
Bloqueo. Ese 12-M se nos aparece poco disruptivo. Es como si todos supiéramos que, después del circo electoral, una vez que nos hayamos contado, no pasará nada. Al igual que con el show de Sánchez. Intuimos que todo seguirá empantanado y brumoso, anclados en el paralizador empate de impotencias. Quizás el independentismo, tan desgastado, ya no sumará, pero tampoco sumará el unionismo (los extremismos a ambos lados restan). Difícilmente será plausible un tripartito de izquierdas (Sánchez se quedaría sin el apoyo de Junts). ¿Habrá madurez suficiente o crisis sistémica, y liderazgo suficiente, para ensayar un entendimiento en la centralidad de los tres grandes?
Xenofobia. Ahora mismo, la función de Puigdemont, más que unir al independentismo, algo que solo podrá ocurrir con un relevo generacional, es frenar la pulsión identitaria ultraderechista. Pujol lo sabía hacer bien: regañaba la más mínima salida de tono, como cuando desautorizó al alcalde de Vic –por otro lado, un hombre culto y humanista, lejos de Orriols– por decir que Vic era "la capital de la Catalunya catalana". La alcaldesa de Ripoll es ahora mismo la cara oscura de la Catalunya indepe. Si los votos desmienten las encuestas y no sale, respiraremos aliviados y tendremos que afrontar seriamente la cuestión inmigrante para evitar que la sigan manipulando. Si Aliança entra, el independentismo tendrá un problema añadido. Aunque haya sido en plena campaña, bienvenido sea el cordón sanitario contra los xenófobos de Aliança y de Vox, del que solo se han autoexcluido PP y Cs. Esto sí que marca una diferencia entre la cultura política catalana y la española.
Bisagra. ERC, partido bisagra, tendrá mucha responsabilidad a partir del lunes. En la medida en que se debilite, le costará más participar en ecuaciones de pactos. PSC y Junts van delante, pero a ambos les interesa que los republicanos no se hundan o no habrá ningún acuerdo practicable. Mucha gente ve a Aragonès como su segunda opción, pero las segundas opciones no son votos. Quizás siga siendo presidente interino bastante tiempo. ERC, pase lo que pase, tendrá la llave para formar un gobierno o convocar nuevas elecciones.
Soberanía. A Illa, el virtual ganador, no le bastará con una eventual victoria. Necesitará la generosidad y valentía de sumar con la Catalunya soberanista, una corriente de fondo que sigue siendo mayoritaria pese al desconcierto.