20 de noviembre

Hoy cumple 48 años de la muerte de Francisco Franco, y es un buen año para subrayar la efeméride, cuando España está a punto de estrenar un gobierno formado, o apuntalado, por todos aquellos que el régimen franquista persiguió especialmente. Progresistas, feministas, colectivo LGTBIQ, ecologistas, anticapitalistas y, por supuesto, vascos y catalanes de derechas y de izquierdas, independentistas para más señas, agrupados, con mayor o menor convicción, en torno a un presidente del PSOE. No es el contubernio judeo-masónico, pero se le parece.

Pero si, casi medio siglo después de la muerte del dictador, recordemos el franquismo, no es sólo porque el gobierno actual esté formado por aquellos que la doctrina del régimen identificaba como enemigos de la patria, sino porque todavía hoy son numerosos los patriotas españoles que no tienen ningún inconveniente en definirse como franquistas. Muchos de los que se han manifestado a lo largo de las últimas semanas, brazo arriba, por las calles y plazas de Madrid, pero también de Barcelona, ​​Palma o Valencia, braman orgullosos de que son franquistas o profieren vivas a Franco. Vox, que a pesar de haber sufrido un bajón en las últimas elecciones generales sigue siendo la tercera fuerza en el Congreso, es un partido neofascista y neofranquista, que expresa a menudo su identificación con los valores del nacionalcatolicismo. En cuanto al PP, sus condenas al franquismo han estado siempre con la boca pequeña, nunca desde una postura firme y concluyente de repulsa, por la sencilla razón de que en sus filas –y entre sus cuadros dirigentes– no es difícil encontrar franquistas, a menudo dinastías enteras que ya van por la tercera o cuarta generación. El entorno intelectual de ambos partidos, PP y Vox, tiene echo al negacionismo y al revisionismo histórico: desde tergiversar los hechos para cargar las culpas de la Guerra Civil al gobierno democrático de la República (al igual que ahora cargan la crispación política y la fractura social en las izquierdas y los independentistas) hasta aguarlos con las típicas tragamañas retóricas (“hubo dolor y atrocidades por ambos lados”, “todas las víctimas merecen respeto por igual”), hay todo un seguido de historiadores, periodistas y divulgadores que dedican sus afanes al blanqueo sistemático del franquismo.

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Franco, y hoy es un día tan bueno como cualquier otro para recordarlo, fue un criminal de guerra y un dictador sanguinario y corrupto , máximo responsable de la muerte de decenas de miles de civiles, así como de torturas, violaciones y todo tipo de aberraciones contra los derechos humanos y contra las libertades y derechos fundamentales. Por supuesto, no actuaba solo: en realidad (lea los libros de Josep Massot y Muntaner, o de Paul Preston, sobre Franco y el franquismo) él sólo era el peón al servicio de unas élites que veían peligrar su statu quo con los caminos de progreso y respeto a la diversidad que se abrían con la República. Eran, más o menos, las mismas élites que ahora están decididas a derribar como sea el actual gobierno, por los mismos motivos.