Orgullosa de mis cicatrices

Hace ya casi seis meses que tuve un accidente de tráfico en Filipinas

Amarna Miller
y Amarna Miller

Hace ya casi seis meses que tuve un accidente de tráfico en Filipinas. Perdí unas vacaciones que tenían pinta de ser bastante épicas y gané una muy buena historia que contar. Y como 'bonus track' me llevé la cabeza del húmero, un buen trozo de pierna y pasar por el quirófano al otro lado del mundo. Descubrí que soy A+. Y que subirte a un avión estando en silla de ruedas es toda una odisea.

Aún hay movimientos que se me resisten y un par de posiciones que duelen a rabiar. Lo bueno es que me he convertido en una máquina a la hora de predecir el tiempo. Mejor aún que esos frailecillos de cartulina que mi abuela colgaba en la ventana de la cocina. Con la cantidad de clavos que tengo en el brazo, soy básicamente un barómetro andante.

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Pero la mejor parte es la línea recta que atraviesa mi brazo, y ese valle amoratado que cubre mi pierna izquierda. La meseta blanca al lado de mi ombligo. El codo derecho, oscurecido por un par de grapas infectadas.

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Cuando salí del hospital la gente me preguntaba qué iba a hacer con semejante entuerto. A mi me sorprendía la pregunta ¿Qué voy a hacer con mis cicatrices? Lucirlas con orgullo, usarlas como emblema de un cuerpo que ha vivido y estandarte de una vida llena de historias que contar. Mis heridas no son defectos, sino joyas valiosas.

Ya lo decía Barbara Kruger; nuestro cuerpo es un campo de batalla. Una posibilidad para cuestionar el modelo de belleza que nos han inculcado desde pequeños. Sí, nuestro cuerpo es un campo de batalla, pero la verdadera lucha está dentro de nuestras cabezas.

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Hoy rompo una lanza a favor de mis uñas mordidas, y mis piernas llenas de pelo, y la oreja que tengo partida desde los 18 años. Las estrías de mis muslos. Mi diente torcido. El ojo estrábico. Ese lunar extraño que se hunde en la carne de mi clavícula. Las cicatrices que ahora me cubren el cuerpo.

Y os invito, ya de paso, a cuestionaros los constructos sociales que marcan los modelos de belleza hegemónicos. Hagamos de nuestras singularidades una forma de individualidad.