La aporofobia es vieja
El alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, ha logrado pasar, a ojos de muchos, como un hombre de orden, custodio celoso de la urbanidad y la cortesía. Es de derechas y católico, como proclaman los jefes de su partido, Feijóo y Ayuso, en renovada cruzada por la España católica, apostólica y romana, frente a la morería que nos traen los wokes y los bonistas de la izquierda, que ya se sabe que suceden. Para demostrar que su devoción es verdadera y profunda, el alcalde García Albiol levanta cada año un árbol de Navidad que es el mayor de Catalunya, o de España, o del sistema solar.
Este año, Albiol ha querido acabar de desplegar su espíritu navideño llevando a cabo el anunciado desalojo del antiguo instituto de Badalona: cuatrocientas personas sin hogar que ahora están en la calle, sin atención, ni esperanzas, ni alternativas, ni nada. En el transcurso del desalojo no han faltado las cargas policiales, a pesar de que eran innecesarias, dado el comportamiento ordenado de las personas desalojadas, y por tanto abusivas. Pero, ¿qué es un desalojo de inmigrantes y sintecho sin sus buenas cargas y porrazos en la cabeza, las piernas o las costillas?
Albiol, y quienes son de su cuerda, se justifican diciendo que responden así a un problema social perentorio: la inmigración ilegal y el aumento de la criminalidad, dos fenómenos entre los que la derecha establece una relación de causa-efecto. En realidad, lo único que hacen es agrandar el problema de la desigualdad social y los índices de población pobre o en el umbral de la pobreza. Sin embargo, sucede que la derecha y el capitalismo en sus versiones más descarnadas, y cada día más hegemónicos en todas partes, tienen una receta para combatir la pobreza, y es convertir al pobre en culpable. Desde esta visión del mundo, el pobre es un infectado que de un momento a otro puede mutar en delincuente, por lo que es lícito, e incluso necesario, señalarlo y perseguirlo. Para prevenir daños que puedan venir.
La aporofobia es el odio al pobre, y es perfectamente compatible con el racismo y el supremacismo. De hecho, los odios se alimentan entre sí. Albiol, como tanta gente, podría ser partidario de aquella campaña franquista que tenía por eslogan lo de siente un pobre en su mesa, y que Berlanga satirizó en su película Plácido. Pero una cosa es un pobre y otra cuatrocientos negros que no tienen casa, a la que iremos a parar. Decíamos al principio que Albiol es visto ahora por muchos como un hombre de orden, algo hecho a la antigua: en realidad es lo que ha sido siempre, un xenófobo que vive políticamente de explotar el miedo y el odio a los inmigrantes. Hace unos años (¿diez, quince?) era considerado un personaje de ultraderecha. Sin embargo, con el tiempo los vientos han soplado en su dirección, y ahora, comparado con los líderes espantosos que nos vemos obligados a ver y oír cada día, un individuo como Albiol entra dentro de la media. La política se ha polarizado, ciertamente, pero también ocurre que a mucha gente le gusta tener líderes que maltraten a los pobres. Esto les debe aliviar de su miseria.