El auge de las violencias sexuales digitales

Esta semana presentábamos los principales datos de la Encuesta de Violencias Sexuales del Departamento de Interior. Unos datos preocupantes que deberían sacudir a cualquiera, pero que a la vez nos permiten construir una radiografía de la grave problemática y el impacto que tienen estas violencias. Que dos de cada tres mujeres catalanas (el 67,3%) hayan sufrido violencia sexual a lo largo de la vida, y que un 15,5% lo haya vivido en el último año son hechos que rompen de forma definitiva la ficción de que la violencia sexual es excepcional o circunstancial. Es estructural, persistente y profundamente arraigada, y, todavía hoy, solo un 6% de las afectadas las denuncian.

Una violencia que, tal y como indican los datos, atraviesa generaciones, espacios públicos y privados y relaciones de pareja, y que sigue silenciada. Un silencio que no es resignación ni pasividad de las mujeres, sino que todavía responde a la desconfianza institucional, la dificultad de identificar las situaciones de violencias (muchas, normalizadas e interiorizadas), y que evidencia el miedo a las represalias y al peso social que recae todavía sobre quien las sufre en forma de culpa o vergüenza.

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Pero la segunda capa del problema también es impresionante: la violencia sexual digital se consolida y aumenta. Casi una de cada cuatro mujeres a partir de los 15 años ha sido víctima de agresiones digitales: envíos no deseados de imágenes, presión sexual online, extorsión, difusión de contenidos íntimos o comentarios degradantes. Estas formas de violencia son reales y lo único que cambia es el mecanismo, porque ahora para agredir basta tener un móvil, una pantalla y la sensación de impunidad que proporciona el anonimato. Y todo esto genera un daño muy elevado. De hecho, la amenaza de difusión de contenidos íntimos aparece como el segundo hecho con mayor impacto psicológico solo por detrás de la violación.

Este aumento de la violencia digital no ocurre en un vacío ideológico. Se enmarca en un ecosistema que crece en paralelo, la machosfera. Unos espacios digitales que con la complicidad de influencers y youtubers colonizan el espacio virtual con desinformación, por ejemplo con el negacionismo en relación con la violencia machista, normalizando la misoginia, reescribiendo la desigualdad como si fuera un "privilegio femenino" o construyendo narrativas que culpan a las mujeres de su propia victimización. Este discurso no es banal ni anecdótico, porque busca configurar mentalidades, especialmente entre chicos adolescentes y jóvenes. La machosfera no solo amplifica el desprecio. También proporciona justificación, ofrece un sentimiento de comunidad y legitima comportamientos que desembocan en violencia (física, sexual o digital).

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Es un submundo que diluye la responsabilidad individual dentro de un discurso colectivo de rebote contra la igualdad: es más fácil pensar que ellas se han pasado con la igualdad, que las denuncias son falsas o que son "unas exageradas", y negar así la violencia machista, que revisarse para ver qué no estamos haciendo bien. Siempre es menos costoso y más cómodo pensar que el problema está fuera y no dentro, y mantener así los propios privilegios para seguir apoltronado. Como advertía bell hooks: "El patriarcado no necesita reinventarse; solo adaptarse para sobrevivir". Y hoy se adapta perfectamente al mundo virtual.