Las ayudas verdes: una trampa burocrática

Nos piden un futuro sostenible, nos animan a que adquiramos vehículos eléctricos, a que nos instalemos placas solares y sistemas de aerotermia o geotermia o lo que sea que produce energía sin emitir CO2 porque el planeta se está yendo a freír espárragos. Para que soltemos el dinero, nos seducen con ayudas públicas que, en teoría, hacen rentables unas inversiones que, de otro modo, no lo serían. Sin embargo, detrás de estas promesas se esconde una maraña burocrática que convierte la ayuda en engaño y la ilusión en frustración.

Tomemos como ejemplo los incentivos a la compra de vehículos eléctricos. Se anunciaron ayudas de hasta 7.000 euros, pero el proceso para solicitarlas es complejo y lento. Los ciudadanos deben adelantar el dinero y esperar meses, incluso años, para recibir la subvención. Hay personas con vehículo adquirido hace más de cinco años y que todavía no han recibido el dinero.

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La instalación de placas solares tampoco se libra de obstáculos. A pesar de las subvenciones anunciadas, muchos ciudadanos se enfrentan a retrasos en la tramitación y a una falta de información clara. Los fondos europeos Next Generation, que deberían impulsar estas instalaciones, no siempre llegan a tiempo, y los solicitantes deben estar atentos a plazos y requisitos que cambian constantemente. En algunos casos, las ayudas se han agotado antes de que los solicitantes puedan acceder a ellas.

Es decir, olvídense de recibir nada. Se excedió el cupo, nos dicen. Pues haber comunicado el día en que se habían acabado las ayudas, digo yo.

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En el caso de la aerotermia y similares, las ayudas están sujetas a una serie de condiciones técnicas y administrativas que dificultan su acceso. Los solicitantes deben presentar certificados de eficiencia energética y cumplir con requisitos específicos que, en muchos casos, no están claramente definidos. Hay procedimientos en que no te avisan de la concesión de la ayuda, el ciudadano ha de comprobar los boletines oficiales y, como lo vea dos semanas tarde, adiós a las ayudas.

Las ayudas existen sobre el papel, pero su implementación práctica está plagada de trabas. El ciudadano se siente engañado y, de hecho, equivale a engañar. No hay derecho. Cuando el ciudadano se salta un plazo o le llega una multa, pobre de él que no la atienda en tiempo y forma exigidos por la ley. Pero cuando se trata de que el ciudadano se beneficie de una ayuda, se invoca a Kafka, y se diseña un proceso que ni la propia administración sería capaz de cumplir. En economía se le llama asimetría administrativa y en lo moral se le llama fraude.