Baleares: poder pactar con el PP
Éste no es un artículo de economía. Va de política. Y debemos hablar de ello, ya que si no resolvemos entre todos la maraña política actual, la prosperidad económica no llegará a las Islas y no podrá favorecer la sostenibilidad, la cohesión social ni las condiciones de vida de los ciudadanos. Necesitamos, por eso, la política, pero no esa que sufrimos de los dos grandes partidos nacionalistas españoles, críticos unos y cínicos otros, acusándose de corrupción y siempre supeditados a un interés que ellos consideran superior al que convoca a los electores a elegir a sus representantes.
El desencanto político español es, hoy, general. Solo faltaba que quien lucía la honestidad de su fundador, Pablo Iglesias, quedara, también, retratado. Del otro partido, nada que añadir; en Baleares ya los hemos visto de todos los colores. El mal está, en mi opinión, en el sistema electoral español, y en unos partidos políticos que operan con listas cerradas, de obediencia estatal a sus líderes. Unos partidos que, de vez en cuando, sinvergüenzas hacen diputados electos. Sin relación entre elegido y elector, aquellos candidatos representan a su partido, y no a la población que los elige. Esta lejanía les hace creer que una vez tienen el escaño pueden servir a sus dueños o ir por libre, a la suya. Y como la vida política es corta, intentan aprovechar la coyuntura al máximo, por si no son llamados de nuevo por quien manda; los electores tampoco les reclamarían. Como decía ese militante del PP, en estas coordenadas, se va a la política para enriquecerse.
Esta manera de hacer contrasta con lo que, con mayor probabilidad, sucede a los partidos de obediencia local, en los que a los individuos se les presenta desde una reputación ganada y conocida, que querrán mantener. Los votos serán más suyos que de quien los pone en la lista. Y, en cualquier caso, su influencia será limitada, sin demasiado a repartir para satisfacer ambiciones desmedidas. Puede, sin duda, aparecer algún caso contrario (recordemos a la presidenta de Unió Mallorquina), pero es improbable; la posibilidad de que lo detecten es alta, siendo baja la recompensa accesible.
De ahí la bondad de la participación canalizada a través de pequeños partidos locales y regionales, más cercanos a la ciudadanía y con candidatos fiscalizables. Su juego sólo puede ser, previsiblemente, de bisagra, ya que nunca contarán con los medios de influencia de los grandes partidos estatales, bien resguardados en los lobis empresariales, ni con pretensiones de "arreglar el mundo". Por eso estos partidos requieren más flexibilidad que doctrinarismos ideológicos, al servicio, como deben estar, de los intereses cercanos, concretos, más mediados y menos susceptibles de ser arrinconados por supuestos intereses difusos superiores.
Lo que necesita hoy nuestra sociedad isleña, nuestra economía, nuestra comunidad, es que el centro y la izquierda nacionalista isleños no dejen la defensa del país en manos de los conservadores y del socialismo españolista. Hoy, el gobierno del PP, sin mayoría suficiente, es arrastrado por una ultraderecha franquista radical para la que no existimos como isleños, sino como españoles esparcidos por Baleares y injertados por gente de paso que no siempre ama lo suficiente a la sociedad que la acoge.
Viendo cómo evoluciona nuestra sociedad –empujada, entre otros factores, por la creciente inmigración–, probablemente ya no ocurrirá nunca que un partido nacionalista, en el sentido de quien aspira a poner la voluntad de las Islas por encima de otros intereses, sea predominante en el Parlament balear. Es el caso, sobre todo, del nacionalismo soberanista de Més, de antiguos PSMs de las Islas, o del PI –actualmente extraparlamentario– o el anterior Unió Mallorquina, que necesita una refundación –ambas formaciones estancadas o en recesión en su apoyo electoral–. Su rol no puede ser más que el de bisagra, como lo es el de tantos otros partidos regionales, independentistas o no, en distintos países. Pero debería poderlo ser no solo abrazándose a los socialistas, sino también negociando con el PP. De modo que estoy convencido de que Més i PI deben flexibilizar sus postulados políticos, abandonando cierto radicalismo, percibido como dogmático, en favor de visiones más liberales que les aproximen también al PP. Es necesario que estos partidos –juntos, inicialmente, en una única plataforma– puedan pactar con las derechas. Y esto por varias razones. Primero, porque el PP, pese a su prevalencia, no tiene mayoría suficiente, consolidada, sin la muleta de Vox. Y Vox, desde su minoría, son el verdadero peligro para la construcción efectiva de una identidad isleña. Una identidad a construir desde el territorio y desde la cultura, también catalana, que el antiguo PP siempre aceptó y que sólo ahora, forzado por los pactos, está ahuyentando. La lengua es piedra primera de la estima a nuestra alma como país: lo que Vox más odia. Además, el PP balear, prescindiendo de su deriva actual –precisamente forzada por la ultraderecha nacionalista española–, cuenta con tradiciones sólidas mucho más abiertas, por liberales, que las actuales. Son tradiciones hoy dañadas por Génova, en la batalla central contra los socialistas. Y, en segundo lugar, creo que es ingenuo esperar a que los aspectos más propios de nuestra cultura, y de los intereses económicos isleños, queden bien protegidos si dependen sólo del apoyo que, en el futuro y de forma poco probable, necesiten los socialistas.