Bandini, Chanel y el patio de escuela
Cuando yo tenía nueve o diez años y asistía a la primaria, había una serie de cánticos para meternos con los compañeros y las compañeras con quienes teníamos alguna desaveniencia. Recuerdo dos principalmente: “botellita de Jerez, todo lo que digas será al revés” y “botellita de vinagre, todo lo que digas será para tu madre”. Y entre estas dos frases podríamos resumir lo que ha pasado durante los últimos días con el tema de Rigoberta Bandini, su canción, el Benidorm Fest y Chanel… es más, podría acabar esta columna aquí, invitando a quien me lee a imaginar que le saco la lengua o le hago alguna mueca similar porque más o menos ese ha sido el nivel generalizado de discusión. ¿Cuándo perdimos la capacidad de debatir?
Domingo, escucho la canción de Rigoberta Bandini, y no entiendo que se acuse a la canción de ser tránsfoba. Pienso que se trata de la experiencia de la cantante, con su propia maternidad y la de su propia madre, ambas mujeres cis género. De ahí a asumir que se está generalizando sobre la experiencia de maternar, me parece que hay un salto.Y pienso en que hay muchas canciones nefastas y ofensivas, de manera directa y evidente, de las que nadie se queja. Y pienso en la fiscalización y penalización sistemática de la mujer: los señores que ni siquiera hablan de la existencia del mundo femenino tan tranquilos en casa mientras en redes se discute si “Ay mamá” es transexcluyente o si Chanel se hipersexualiza. ¿Y si dejamos a estas mujeres un poquito en paz y dejamos de exigirles ser impecables todo el tiempo?
En fin, me desvío del tema. Pienso, en aquel domingo por la tarde, en tantos ejemplos de canciones que hablan de una experiencia particular y que, sin embargo, no acusamos de excluir a nadie. Pienso que según esa lógica yo tendría, entonces, que cancelar a Alfonsina Storni por ¿racista? Cuando dice “tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar”… porque yo nunca seré blanca y esos versos excluyen mi cuerpo de la poesía. Y no tiene sentido. Alfonsina habla de su experiencia, como es normal. Su piel, blanca, es nácar y es espuma.
Cometo a la osadía, craso error, de comentarlo todo esto en mi Instagram.
Aunque la mayoría de los comentarios que recibo son de personas que comparten mi sorpresa, hay una persona que sí entra a debatirme el fondo de la cuestión: desde su perspectiva la canción es efectivamente tránsfoba. Hasta aquí todo bien. Me encanta establecer discusiones de frente. Soy fan de la sinceridad. Muerte a la hipocresía.
El problema viene cuando yo le explico mis dudas y ella me acaba diciendo que no tengo ni idea de lo que estoy hablando, que debería callarme y que, de hecho, en cuanto me mande el mensaje que estoy leyendo, me bloqueará de Instagram.
Y aquí sí me enfado, lo reconozco. Me enfado porque como activista antiracista yo misma le he hecho pedagogía a esta persona que ahora me manda a callar. Le he explicado cosas que para mí son básicas pero que entiendo que esa persona no conocía y, dada la relación mínima de conocidas que nos unía, se las había explicado. Pienso en las horas que he invertido en esto. Pienso en que si yo bloqueara del Instagram a todas las personas con estructura racista… borraría al 99%, pienso en la de veces que he explicado porque hay un componente racista y xenófobo en los comentarios sobre Chanel y jamás he mandado a nadie a callar.
Diré más… asumamos que el ser madre y cis me ha nublado el pensamiento, y que estoy refrendando ideas retrógradas que atentan contra los derechos de las mujeres trans. Si esto es así ¿qué ganó mi interlocutora al mandarme a callar?
O bien los años me están ablandando o he empezado a entender que hay momentos, personas y circunstancias que requieren respuestas diferentes. Alguien que desde nuestra perspectiva está equivocada, pero que es perfectamente capaz de razonar y escuchar opiniones diversas, debería ser guiada en una discusión sana y constructiva hasta que sea capaz de ver otras perspectivas. E incluso si no las ve, la respuesta constructiva difícilmente será “cállate”.
A ver si trascendemos de una vez la infantilización generalizada de las discusiones en redes sociales que encima, de frente, no sois capaces de mantener. Somos adultas; podemos divergir. Y sobre todo, a ver si podemos dejar de escenificar el patio del colegio: la táctica de “te tiro de las coletas y no te hablo más” me parece tan absurda y pueril que me voy a distraer cantando “no sé por qué os dan tanto miedo nuestras tetas” a voz en cuello. Cuando tengáis ganas de hablar como adultas, adultos y adultes… avisadme.