Barça, adiós a Montjuïc
El Barça ya se ha despedido de jugar en Montjuïc, donde ha estado como local dos temporadas.
No ha sido tan malo como parecía al principio, más allá de lo imponderable: en el Estadio Lluís Companys cabe la mitad de la gente que en Les Corts y la pista de atletismo separa la grada de los jugadores. Tampoco ayudaron los precios disuasorios de los abonos de los socios inicialmente anunciados, pensados para que los turistas tuvieran más entradas disponibles, que echaron atrás a muchos abonados, que ya no se apuntaron cuando la directiva tuvo que hacer la gran rectificación.
Pero subir al Estadio ha sido un agradable paseo, que se hace mucho más rápidamente de lo que parece cuando te miras la montaña desde la plaza Espanya, como ya descubrieron el alcalde Maragall y el presidente del COI, Samaranch, la tarde que se cronometraron subiendo y bajando del Estadio por las escaleras automáticas. Esta prueba, por cierto, la hicieron el mismo día que Bakero marcó ese gol de cabeza imposible a Kaiserslautern que salvó al Barça de caer eliminado de la Copa de Europa que acabaría ganando en Wembley hace 33 años.
El Estadio ya tiene 36, pero aguanta bien, los buses lanzadera han sido útiles, las estaciones de metro de España han soportado la prueba, con alguna angustia al acabar el partido, y el acceso en moto por Miramar ha sido un acierto que debería inspirar alguna solución de aparcamiento para las dos ruedas en la vuelta al Camp Nou que le Les Corts los días de partido. La pregunta para el Ayuntamiento vuelve a ser la de siempre: ¿qué hacemos con el Estadio de Montjuïc, más allá de hacer conciertos cuando hace bueno?