El Barça, del blanco al negro
Para confirmar la cotización al alza con la que había empezado la temporada, el Barça de Flick tenía que examinarse contra un equipo de Champions, el Girona, que el año pasado le hizo subir los colores después de desmontarlo en casa y fuera. El caso es que el Barça, como si tuviera prisa para cobrar las facturas pendientes, ha hecho una exhibición como hacía tiempo que no veíamos, de intensidad y de goles, que han sido cuatro, pero que podrían haber sido seis o siete. El Girona no ha tenido ninguna opción en la primera parte ante la presión altísima de los barcelonistas, pero tampoco en la segunda: nada más empezar, Olmo ha puesto fin a todas las ilusiones posibles gerundenses, como escribiría Pla, cuando ha marcado el 0-3. Incluso Lamine ha salido del campo aplaudido por el público local.
Al Barça se le aprecia una energía física sostenida y una notables determinaciones emocionales. La temporada son setenta partidos y solo se han jugado cinco, pero la solidez no parece ya una simple flor de este verano. Juego dominante y victorias de prestigio como la de este domingo en Montilivi son el mejor discurso que puede exhibir el Barça para su autoestima y para contestar al juego precario del Madrid, escandalosamente favorecido en San Sebastián por el árbitro de simpatías madridistas Martínez Munuera.
El Barça ha jugado con una camiseta negra de estas elegantes que disimulan barriga cuando sales a correr, o sea que se venderán muchas, más que de blancas. Porque se trata de vender, por supuesto. Normalmente, la segunda equipación está diseñada para evitar la confusión con la del contrario, pero la camiseta suplente de este año da un efecto a los ojos relativamente parecido al azulgrana original. El fútbol moderno es así, señora, que se lo vende todo.