El barro económico europeo

Como ya insinuaba en un artículo anterior, desde hace meses, y en algunos casos años, una parte muy importante de las noticias que llenan las páginas y las horas de los medios de comunicación, escritos o audiovisuales, está relacionada con guerras, corrupciones, enfrentamientos estrictamente políticos y temas de carácter sociocultural o deportivo. Muchos ciudadanos pueden agradecer estar informados de lo que ocurre en estos sectores, pero creo que no se les hace suficientemente conscientes de los problemas que se viven actualmente en los gobiernos de Francia y de Alemania, y que, aunque lo disimulamos, también tenemos aquí. Todos los gobiernos tendrán que actuar y las decisiones marcarán el futuro europeo. Nosotros deberíamos conocerlas y ejercer nuestra participación política, pero sobre todo revisar y modificar nuestro comportamiento personal, tanto en el campo privado como en el campo económico y empresarial.

Profundizaré más adelante en algunos de estos aspectos. Hago ahora una simple enumeración de dos temas que creo que son objeto de debates en el Estado y en toda la UE, y que es necesario afrontar urgentemente.

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1. El fuerte déficit de productividad. En la gran mayoría de los estados europeos ha habido en las últimas décadas un estancamiento, si no una recesión, de los niveles de productividad económica con relación al crecimiento en EE.UU. y China. Esto supone una disminución de nuestra competitividad respecto a estos dos estados, dificulta nuestro sitio en el comercio global, y pone en peligro el futuro papel de la UE. También se reduce la cantidad de población activa, que además está dispersa en más de 25 estados. En un siglo ha disminuido mucho el volumen de los recursos naturales que controlábamos y de los que ahora disponemos. Por tanto, para no dar marcha atrás, deberíamos aumentar el único elemento que está en nuestras manos: la productividad.

Este objetivo exige aumentar nuestra actividad de creación de conocimientos, y sobre todo la capacidad de traspasar estos conocimientos hasta la productividad a través de las herramientas tecnológicas mediante la innovación de nuevos productos o con formas de producirlos menos costosas. Políticas científicas, educativas y capacitivas de la población, políticas de traspaso tecnológico a las empresas, políticas de impulso de la innovación y políticas de promoción del crecimiento de las empresas y de colaboración empresarial, que facilita y multiplica los resultados. Es necesario, además, establecer un sistema de acceso más fácil de las empresas a aquellos conocimientos o tecnologías desarrolladas en el sector público desde universidades o centros de investigación. Ahora no es el momento de detallarlo, pero todas estas políticas deberían tener un carácter europeo, como complemento a la esperada construcción del verdadero mercado único.

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2. Financiación y fiscalidad. El trabajo que tenemos por delante pedirá muchos esfuerzos, tanto personales como políticos, algunas renuncias y también una gran cantidad de recursos financieros, privados y sobre todo públicos. En toda Europa se está discutiendo este tema. Ya volveremos con más detalle, pero dejadme hacer cuatro cortos comentarios sobre los recursos públicos, dejando de momento a un lado las necesarias actuaciones público-privadas que preveo.

Los aumentos en los presupuestos públicos pueden ser de cuatro tipos: aumentos de impuestos actuales, creación de nuevos impuestos, traspaso de dinero desde las finalidades actuales y endeudamiento.

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Los aumentos de algunos impuestos actuales deberían tener en cuenta las consecuencias del cambio, en relación con perdedores y ganadores. Dicho más claro, el cambio en el impuesto debería servir también para aumentar su carácter redistributivo y afectar sobre todo a personas con rentas y patrimonios altos ya empresas de gran fortaleza y facturación.

La creación de nuevos impuestos debería servir también para hacer que el nuevo impuesto estimule y provoque actuaciones personales o empresariales y genere cambios de modelos de comportamiento que ayuden a hacer frente a los retos de sostenibilidad (cambio climático u otros), logrando así un doble objetivo. Nada de bajar impuestos, como proponen y hacen algunos.

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Se debería intentar evitar, o reducir, el traspaso desde partidas actuales como educación, sanidad, ayudas sociales, pensiones u otros, para no poner en peligro lo que se logró en muchos años con la creación del estado del bienestar. No hay que echar al saco el trabajo de más de medio siglo.

Aumentar excesivamente el endeudamiento público, que ya es muy alto en muchas administraciones, puede ser muy perjudicial para la credibilidad y fiabilidad futura de quienes lo hagan, y crear peores problemas que los actuales. Es necesario que los gobiernos y todos tengamos en cuenta estas precauciones.