Dentro del barro

Escuchar los audios de Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García nos obliga a volver a oler el viejo, conocido olor (citamos Benet y Jornet) de la corrupción política. Si en algún momento habíamos querido creer que se había alcanzado el mínimo nivel de madurez que significa evitar las tracamañas de los espabilados de turno, si habíamos llegado a pensar en algún momento que al menos se empezaba a dejar atrás la fase infantil del ejercicio del poder, volver a escuchar las conversaciones de los ladrones de dinero público nos devuelve a la realidad. Es objetivamente desagradable tener que vivir rodeado de una clase política que no consigue, o que no quiere, deshacerse de la corrupción entendida como elemento sistémico (otra herencia del franquismo que, a su vez, la dictadura heredaba también de tradiciones de poder arraigadas al menos desde la Restauración borbónica).

La petición de perdón de Pedro Sánchez no sólo fue insuficiente, sino que la idea de que dos secretarios de organización de un mismo partido estuvieran embarrados hasta las orejas sin que el secretario general o el presidente del partido supiera nada es una pretensión irritante, que insulta la inteligencia (ahora citamos El padrino) de la ciudadanía. Más aún: mal si estaba al caso y, por tanto, era cómplice, y casi peor si no sabía nada, porque entonces quiere decir que no cumple sus obligaciones, o no está capacitado para cumplirlas. Los audios nos vuelven allí donde siempre: los señoritos que se creen poderosos y, por tanto, impunes, el lenguaje delincuencial, las bravatas, las amenazas veladas o explícitas, la porcina excitación que crece a medida que dicen cantidades de dinero. Al final, y como suele ocurrir también, el tontillo del grupo, el gorila de discoteca, era el que hacía años que lo grababa todo. Por si un día podía hacerle servicio. Como ciudadanos, no sólo causa indignación: también vergüenza y, por encima de todo, decepción. La máquina del barro no sólo no se ha detenido, sino que está al máximo de producción. Una vez más se constata la certeza de la aseveración del poeta William Blake: quien puede y no hace, crea pestilencia.

Cargando
No hay anuncios

Otros están abonados a las palabras del poeta Aznar: quién puede hacer, que haga. El electorado de izquierdas se disgusta y desmoviliza por los escándalos de la izquierda; el electorado de la derecha, por el contrario, parece resistir impávido a una Ayuso, un Mazón, un Feijóo amigo de un narco y lo que convenga. Y no hace falta decir cómo el desgaste y el descrédito de la política alimentan la antipolítica de la extrema derecha, se llame Vox o se llame Aliança Catalana. Sin embargo, no está claro que la caída de Sánchez (ahora sí previsible, falta ver si más a la corta oa la larga) lleve a otra cosa más que a una situación de estancamiento y colapso, porque los votos del PP pueden pasar a Vox, pero su suma sigue sin ser suficiente para formar gobierno. No hace tanto tiempo, en España se batió el récord de un gobierno en funciones: fueron diez meses, hasta que M. Rajoy volvió a ser investido presidente, gracias a la abstención del PSOE.