Belén, Cisjordania

Este año vuelve a haber luces de Navidad en Belén, la ciudad de Cisjordania donde, según la tradición cristiana, nació el niño Jesús dentro de un pesebre, calentado sólo por unas ramas de paja y los ajenos de un buey y una mula. Estas luces intentan ser una apariencia de regreso a cierta normalidad, después de dos años de guerra y de genocidio en Gaza por parte del gobierno ultrarreligioso y de extrema derecha de Israel, presidido por Benjamin Netanyahu. Hay un gran árbol lleno de luces y estrellas en medio de la plaza principal de la ciudad, conocida como plaza del Pesebre, cerca de la iglesia de la Natividad, que presume de ser la más antigua del mundo. Son intentos de volver a llamar la atención del turismo, y efectivamente algunos turistas se han aventurado ya a regresar a Belén en estos días señalados. Practican una modalidad a medio camino entre el turismo religioso, el cultural y el de morbo y catástrofes.

Estas luces son sólo lo que decíamos, una apariencia. Belén se encuentra a unos diez kilómetros de Jerusalén, pero incluso un desplazamiento como éste es complicado y peligroso, porque Belén está rodeada por puntos de control del ejército israelí. Durante los meses de máxima atención informativa los focos estuvieron puestos sobre Gaza por motivos obvios, pero Cisjordania —con Jerusalén Este incluida— seguía y sigue aguantando una presión extrema, con fuertes restricciones de las libertades ciudadanas fundamentales (de movimiento y de reunión, para empezar), destrucciones de olivos paisajístico y cultural, detenciones y desplazamientos forzosos y arbitrarios.

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En Gaza, mientras, las cosas no han mejorado desde el supuesto plan de paz de Trump, presentado a mediados de octubre pasado con una pompa directamente proporcional a su futilidad. Tal y como avisaron en su momento los analistas más fiables, aquello que quiso celebrarse como un éxito de la mediación trumpista (fastos en Tel-Aviv y en Sharm al-Sheij, discurso triunfal del presidente americano ante la Knesset, firma del acuerdo de paz en un complejo turístico del mar Rojo en presencia de una treintena de manda a una treintena de manda alto el fuego y la devolución de los rehenes, siempre en precario como se vio. Pero para lo único que de verdad ha servido ha sido para complacer a la insaciable vanidad de Trump, y también para sacar el genocidio de Palestina de las portadas y los informativos internacionales.

Sin embargo, el genocidio sigue. Entre la soldadesca israelí se encuentran asesinos, violadores, torturadores y saqueadores. Pero sobre todo, los gobiernos de Netanyahu y de Trump siguen tan alineados como siempre en los objetivos enunciados con fría claridad por el ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, en septiembre pasado, en una reunión con empresarios constructores: "La Franja de Gaza es una mina de oro que nos repartiremos con la EEUU. Hemos invertido mucho dinero en la EE. toca la reconstrucción". La población local, simplemente, sobra.