Borges, inspector de aves
La Argentina contemporánea, la que conocemos y no entendemos, nació probablemente en 1946. Pero no el 24 de febrero, cuando el general Juan Domingo Perón ganó las elecciones contra todo pronóstico (ojo con hacer pronósticos en las elecciones argentinas), sino unas semanas más tarde: justamente el día, no precisado, en que las nuevas autoridades ascendieron a Jorge Luis Borges, escritor y bibliotecario, al puesto de “inspector de aves”.
Nunca se ha resuelto la controversia sobre la denominación precisa del cargo. Victoria Ocampos, amiga de Borges, dijo que consistía en “la inspección de venta de pollos en los mercados de Buenos Aires”. Alicia Jurado extendió las responsabilidades a “pollos, gallinas y conejos”. Jorge B. Rivera dijo que la inspección incluía también los huevos. Napoleón Murat afirmó que, además de los mercados bonaerenses, el inspector debía ocuparse de todo tipo de ferias.
El maravilloso momento dadaísta duró poco. Borges, al que el peronismo acusaba, con razón, de ser aliadófilo y “gorila” prematuro (lo de llamar “gorilas” a los antiperonistas comenzó años más tarde), renunció al “honor” que le ofrecían y, tartamudo como era, inició una carrera como conferenciante que, además de proporcionarle dinero, le curó la tartamudez.
Aquel incidente fue utilizado por Lucas Nine, siete décadas después (2017), para crear una deliciosa novela gráfica titulada, como era de esperar, Borges, inspector de aves, en la que el escritor se transforma en una especie de Philip Marlowe, con gabardina y cigarrillo entre los labios, para resolver misterios relacionados con picos y plumas. En una de sus primeras aventuras, el inspector descubre que su amigo Adolfo Bioy Casares ha envenenado a un loro que cantaba sin parar la marcha peronista. En otras, provisto de sus puños, su revólver y su cinismo, Borges se enfrenta a una banda internacional de tráfico de huevos, a un secuestrador de lechuzas y a otros delincuentes avícolas.
(La novela gráfica de Lucas Nine se publicó en Argentina. Ignoro si es accesible.)
Sí, 1946 marca el inicio del peronismo y del antiperonismo. En 1946, en efecto, se pone también en marcha el imparable mecanismo de la inflación, vigente hasta hoy. Si quieren hacerse una idea (allá ustedes) sobre el lío de hiperinflaciones, devaluaciones, golpes militares, guerras sucias y desastres que marcan la historia contemporánea argentina, vean el maravilloso monólogo de Tato Bores sobre el asunto. Pongan en el buscador “monólogo 2.000 de Tato Bores” y ya está. Tengan en cuenta, en cualquier caso, que el monólogo es de finales de siglo XX, cuando mandaba Carlos Menem. Aún tenía que llegar el corralito.
Pero 1946, el año del asunto avícola, puede verse también como el inicio de una de las explosiones literarias más asombrosas que ha visto el mundo. Hasta entonces, las letras argentinas consistían mayormente en epopeyas gauchescas como el Martín Fierro, de José Hernández, y en tochos decimonónicos. A partir del caso del “inspector Borges”, ya conocido y generalmente detestado en su país (se empeñaba en no parecer argentino), surge una saga increíble. En 1948, Ernesto Sábato publica El túnel. Y la erupción es incontenible: Julio Cortázar, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Alfonsina Storni, Manuel Mujica Lainez, Ricardo Piglia, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa…
Ahora brilla Eduardo Sacheri, al que conocen aunque no lo hayan leído: de sus novelas salieron dos películas famosas, El secreto de sus ojos y La conjura de los giles. Yo recomendaría además a Rodolfo Quique Fogwill, autor de Los pichiciegos sobre la guerra de las Malvinas. Para dar una idea de la acidez de Fogwill vale una anécdota que me contó Martín Caparrós. Un día, cuando acababa de morir su padre, Caparrós se cruzó con Fogwill. Fogwill le sonrió: “¡Oh, mirá, un pobre huerfanito!”.
No conozco ningún país, salvo quizá Estados Unidos, que desde 1946 haya producido tantos genios de la literatura. Es algo inexplicable. ¿Será por el peronismo y el antiperonismo? ¿Será porque no hay quien entienda Argentina? Por supuesto, ningún escritor argentino ganó jamás el Nobel. Lo cual añade misterio al misterio.
Hablando de misterios, no lo hay si nos preguntamos a quién votaría el inspector Borges en las elecciones del próximo 19 de noviembre. A Javier Milei, sin ninguna duda. Al día siguiente calificaría a Milei de “nefasto”. Como hizo siempre con todos.