La buena muerte
En casa hemos recibido una noticia que nos ha conmocionado. El hijo de un viejo amigo nos escribía para explicarnos que el Alzheimer de su padre había evolucionado muy rápidamente y que estaba llegando a su fin. Dicho esto, nos explicaba que su padre –un hombre vital y responsable– cuando recibió el diagnóstico quiso hacer un documento de voluntades anticipadas en el que decía cómo quería vivir y, en caso de que no se dieran las condiciones, cómo quería morir.
Su familia –seguía compartiendo el hijo– estaba convencida de que había llegado el momento que su padre había anticipado y, por lo tanto, por amor y respeto al enfermo, se disponían a hacer efectiva su voluntad. Nos avisaban de cómo y cuándo podríamos participar en los actos de despedida.
Ante nuestras palabras de apoyo y solidaridad, el hijo del amigo admitía que la decisión –ni la gestión de todo el proceso– no había sido fácil, pero que este es el último y mayor acto de amor y respeto hacia su padre.
La eutanasia –del griego "la buena muerte"– es todavía una experiencia nueva para todos nosotros. Las familias se enfrentan a ella desde el dolor y el amor y los que somos testigos con admiración y un gran respeto.
Los medios de comunicación se han ocupado de ir actualizando los datos (a lo largo del 2024 se produjo casi una petición de eutanasia cada día en Catalunya) e ilustrar con entrevistas y reportajes a los primeros testigos: "No hay nada que serene más que poder decir «lo hicimos como quería ella»”.
Era inevitable que todo esto que estamos viviendo nos hiciera pensar en la noticia que se hizo pública no hace ni un mes: el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya tumbó el aval judicial a la muerte asistida de un hombre de 55 años, porque su padre se opone.
Fue impactante y frustrante imaginar que una persona adulta, con plenas capacidades intelectuales, no puede decidir sobre su vida aunque, en primera instancia, la justicia le había dado la razón y el aval necesario.
En Catalunya, la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente lleva cuarenta años trabajando para la defensa de los derechos del fin de la vida. Se ha logrado aprobar la ley que regula la eutanasia, pero todavía hay que hacer mucho trabajo para que la sociedad acepte con madurez el debate y la libertad individual, es necesario hacer pedagogía y, por supuesto, dar un apoyo explícito a las familias que han pasado por este trance.
Una muerte digna es un derecho tan básico como una vida digna y todos deberíamos aspirar a tener cerca de nosotros a personas que nos quieran tanto y tan bien como para respetar una decisión como esta. En esta experiencia siempre prima el amor. El amor de los demás hacia el enfermo, para respetar su derecho a morir dignamente, y también el amor del enfermo hacia las personas de su entorno, librándoles del sufrimiento terrible que es ver sufrir a una persona que amas.
Para reflexionar todavía un poco más, os recomiendo leer Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir, o La acabadora, de Michela Murgia, o volver a ver Mar adentro, de Amenábar, o las más recientes La decisión, de Roger Michell, o La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar.
O quizá podamos releer el poema Dolç àngel de la mort, del gran Màrius Torres: "dels sofriments passats tinc l’ànima madura / per ben morir".