Carmen Mola mucho / Escribir a seis manos
Carmen Mola mucho
El fin de semana pasado Carmen Mola ganó el millón de euros del premio Planeta por la novela La bestia. Automáticamente, el jurado tuvo que descubrir que detrás de este nombre de escritora con tres novelas publicadas en otra editorial se escondía la identidad de tres guionistas de televisión. Después de años embaucando a sus lectores con un perfil tan falso como secreto, se tenía que desvelar que Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero eran, en realidad, los hombres que se escondían detrás de una Carmen Mola que nunca pagó impuestos. Precisamente, la necesaria revelación de los tres autores, más allá de sacudir una vida cultural demasiado aburrida, de tener la virtud de encender debates feministas, de ver cómo se rasgan las vestiduras periodistas que habían entrevistado a la autora y que ahora se sienten cómplices del engaño, más allá de la polémica que ha generado que una librería de literatura de mujeres haya retirado todos los libros de Mola, la aparición de los tres hombres encorbatados es, por encima de todo, un tema fiscal. Los 333.333 euros por barba que han percibido tendrán que tributar en la declaración de la renta de 2021. La obligación tributaria, pues, se suma al ego de los ganadores y al ruido como la mejor campaña de marketing para la editorial. Este año, en medio de la niebla de la pospandemia, todo el mundo se ha enterado de que se ha entregado el premio Planeta. El ruido siempre gana. Este revuelo favorecerá las ventas y la operación, como negocio, parece redonda. En medio de tanto ruido, sin embargo, nadie habla de lo realmente importante en un premio literario: la novela. Claro que todavía nadie la ha leído. Pero mientras el texto llega a las librerías, nos dedicamos a fomentar las etiquetas absurdas. ¿Por qué las novelas sangrientas tienen que ser escritas por hombres? ¿Quién dice que una escritora no puede hacer un thriller truculento con todas las de la ley? Carmen Mola ha roto estereotipos. Bienvenida sea.
Escribir a seis manos
Abrimos un libro y lo leemos. Lo acabamos o lo dejamos a medias. Nos gusta o no nos gusta, al margen del autor. Cada historia se defiende sola. Da igual quién la haya escrito. Hasta ahora las novelas de Carmen Mola eran un pequeño fenómeno en España. ¿Era importante que el autor fuera hombre o mujer? ¿Varía nuestro parecer en función de cuántas manos han intervenido en la escritura? En mi opinión, no. Ahora que se ha descubierto el tejemaneje, esas mismas novelas gustarán tanto o tan poco como antes. No tendría que cambiar nuestra percepción respecto a aquello que hemos leído. Quizás una vertiente interesante, y menos explotada, del caso Carmen Mola es la reflexión sobre la escritura en grupo. Escribir acostumbra a ser un hecho íntimo. “Un novelista es un reportero del alma”, para decirlo en palabras de Rodoreda. Si tienes que compartir tramas, protagonistas, frases o adjetivos con otra persona, la intimidad se desvirtúa y, según cómo, se deslíe. Hay casos, en la historia de la literatura, de grandes novelas escritas a cuatro manos. A menudo son divertimentos entre amigos como Kerouac y Borroughs, o Borges y Bioy Casares o Sthepen King y su hijo, que se lanzan a este juego literario de hacerlo a medias. Charles Dickens y Wilkie Collins hicieron, a cuatro manos, Callejón sin salida, un libro que según Google –ay señor– ha gustado, exactamente, al 86% de los lectores. Según los ganadores del Planeta, escribir a seis manos “más que una dificultad es un aliciente, porque siempre aprendes cosas de tus compañeros y el talento no se multiplica por tres, sino por cinco o por diez”. Mejor para ellos. Está claro que Díaz, Martínez y Mercero arrastran la complicidad de años de trabajar los guiones a medias. Están acostumbrados, pues, a la humildad de aceptar que una idea que uno considera genial venga otro y te la borre. Al ser tres, siempre hay uno que desempata ese adjetivo en el que el tridente de autores no se pone de acuerdo. Es la única virtud que le veo.