El catalán divide, el español une
El uso del catalán también retrocede en las madrigueras y esplais. Es de esas noticias pequeñas pero sintomáticas. En el mundo ideal que nos habíamos construido, la lengua tenía varios lugares refugio, pocos, pero valiosos santuarios intocables. Ya sabíamos que con la justicia no había nada que hacer, que a los jugadores del Barça no se les podía pedir el esfuerzo titánico de decir "buenos días" y que a los camareros mejor no torturarlos con muchos cortados con hielo. Pero nos tranquilizaba creer que en la escuela estaba la inmersión, que TV3 era "la nuestra" –líder en programas infantiles y telediarios– y que podíamos llevar a los hijos a madrigueras y esplais que preservaban todas las esencias: una mirada idealista en el mundo... y en catalán.
Pues no. Estamos asistiendo a la caída de todos estos mitos, uno tras otro. Hemos pasado de estar a punto de tocar la luna independentista, que debía salvarlo todo, a caer en el pozo de una catalanidad que se nos deshace en las manos. Vivir en catalán vuelve a exigir una agotadora militancia cotidiana. Y una autojustificación constante.
Lo normal, dijo Jordi Évole en la celebración de los 40 años de TV3, es españolizarse. Al fin y al cabo, ¿en qué país vivimos? El argumento es de un gregarismo-fatalismo incontestable: si todo se españoliza, ¿por qué no debe hacerlo la tele pública catalana? ¿Qué problema existe? Es el país real. ¿Por qué debemos ir a Ibiza si podemos ir a Ibiza? Claro, catalanizarse es pesado, supone un sobreesfuerzo, es ir contra corriente, es hacerse el antipático, reclama un compromiso pesado e incómodo. Al menos al final de la dictadura había una épica democrática que iba de la mano con la reivindicación cultural y nacional. Ahora es como si hubiéramos vuelto a la casilla de salida, con el añadido de que venimos del batacazo del Proceso. Tras la derrota política, la lingüística. De derrota en derrota hasta la normalidad final, españolizados por agotamiento.
Pero se puede girar la pregunta de Évole. ¿Qué problema existe en catalanizar la justicia, el comercio, la escuela, la universidad, las telas privadas y públicas, el cine, el Círculo Ecuestre o el Barça? ¿A quién le molesta la lengua literaria de Ramon Llull y la lengua materna de Rosalía? En efecto, el país real es bilingüe, pero de un bilingüismo perfectamente imperfecto y diglósico, con el catalán de nuevo en perfecta caída libre hacia la intimidad casera, a ver si los catalanohablantes militantes dejamos de tocar las narices de una vez.
¿Discriminación positiva para lo más débil? ¡Nooor!, que mande el mercado. Después de todo, lo que ahora se lleva en política, y en todo, es el neoliberalismo antiestatista. Desregulamos también la lengua: que cada uno hable cómo le dé la gana. Ni subsidios o ayudas sociales a los vulnerables, ni legislaciones en favor del clima o de la mujer, ni apoyo a los idiomas amenazados. ¿Qué puñetas, que se espabilen. ¡Viva la libertad, carajo!, como dice el Milei.
En las Islas y la Comunidad Valenciana ya lo tienen claro. El tándem PP-Vox está haciendo buen trabajo desprotector, por no decir destructora. Lo tienen fácil: como ha advertido la presidenta de la Academia Valenciana de la Lengua, Verònica Cantó, quedan entre 5 y 7 años para evitar que el valenciano entre en una situación técnica de no retorno. Es decir, una década más y la normalidad será total, con el catalán reducido a cosa de viejos y letraheridos, de nacionalistas recluidos y románticos, que es como nos pintan. No importa que los auténticos bilingües o trilingües seamos nosotros.
En Catalunya quizás costará un poco más, pero el camino está trazado. Los jóvenes son la vanguardia del cambio de lengua, no ven problema, todos los idiomas son bonitos y respetables, ¿no? Buenu, quizás unos más que otros.¿Y la historia de imposiciones y prohibiciones con el catalán? Pues eso, historia. El presente es lo que cuenta, la realidad es cómo es. En español nos entendemos todos. El catalán divide, el español une. Por lo que se ve, una subliminar mentalidad utilitaria y aséptica que también empieza a calar entre los niños de las madrigueras y los esplais. Suerte tenemos de tiktokers como el Ayub Borbata que, sin manías y con simpatía, descubre catalanohablantes en los conciertos del Morad.