El catalán: un mérito a más de un requisito
La defensa de la lengua catalana desde la recuperación de las instituciones autonómicas hace casi 50 años ha tenido, sin duda, efectos positivos (en general, las lenguas en situación de minorización han frenado mejor su declive en el uso social allá donde han tenido más apoyo institucional y social), pero también ha sufrido carencias que explican en parte el retroceso en el retroceso. Una de las luchas políticas que se han mantenido es que el conocimiento del catalán, como lengua oficial que todos tenemos el derecho de hablar y el deber de conocer, debe ser un requisito y no sólo un mérito para todo trabajador que tenga que atender al público: si no es así, ¿cómo podemos garantizar el derecho de expresarse en catalán si cuando nos atiende como ciudadanos o clientes?
Sin embargo, la incompetencia política ha hecho que en muchos casos nos hayamos olvidado que el catalán, además de un requisito (que se cumple en general obteniendo el título C1), debe ser también un mérito, y debe ser reconocido como tal cuando se evalúan y se promueven los trabajadores. Entre el bastón y la zanahoria para promover el aprendizaje del catalán, se elige el bastón y se descuida la zanahoria. Con demasiada frecuencia obtener el C1 se ha convertido en un simple requisito burocrático, que algunos trabajadores en Cataluña ven sólo como un estorbo y no como una oportunidad para aprender una lengua tan necesaria como útil en su trabajo. No es extraño encontrarse a trabajadores de la Generalitat y profesores universitarios que hablan siempre y exclusivamente, en las clases y atendiendo a personas, en castellano, aunque te pueden mostrar su flamante título de C1 que obtuvieron hace mucho tiempo. Como todos deberíamos saber, la lengua que no se practica se enmohece paulatinamente.
Hablaré en concreto de la universidad catalana, donde he podido ver los problemas como profesor de investigación Icrea. El nivel C1 se consigue con una prueba más fácil de aprobar que la que hace la Generalitat. Aun así, en algunos casos esta prueba se exige de forma absurda como un simple estorbo burocrático: es el caso, por ejemplo, si se pide a un profesor de investigación como requisito para poder realizar una clase de máster que, dada la presencia de estudiantes internacionales, se realiza en inglés. Esto sólo genera anticuerpos y antipatías. En cambio, entre los profesores que deben dar clases de grado, que deben poder hacerse en catalán, una vez pasado el requisito burocrático del C1, el catalán acaba no siendo ni siquiera un mérito. Hay profesores de muchos países extranjeros que aprenden el catalán con entusiasmo y son perfectamente capaces de dar clase en catalán, castellano o inglés (aunque su primera lengua es otra), así como escribir artículos o hacer charlas divulgativas, pero no reciben ningún tipo de reconocimiento por el mérito de haber aprendido el catalán en su evaluación para la mejora salarial de español e inglés) que piden a sus jefes de departamento que sus clases se anuncien en castellano, algo que siempre ven concedido.
Esto, en mi opinión, constituye una clara discriminación hacia los profesores que hacen un esfuerzo honesto por aprender y utilizar el catalán. Y es una discriminación que la universidad, que siempre se presenta como defensora del catalán, ha escondido durante mucho tiempo. Es necesario un reconocimiento que incida en las mejoras salariales; para ser justos, este reconocimiento no debe valer para personas que ya nos hemos educado en los Països Catalans y sabemos el catalán por origen, sino para las personas que lo han aprendido una vez que han llegado a Cataluña como profesores. Para los que ya estamos de aquí, se podría obtener un reconocimiento similar por el aprendizaje del aranés, que también es lengua oficial y también necesitamos defender su uso para clases y divulgación.
Creo que ésta es una iniciativa importante que la universidad debería poner en práctica: ofrecemos la zanahoria para que los trabajadores se interesen más en aprender y hablar catalán. Y desde la universidad podemos extenderlo al resto de la sociedad: cuando nos quejamos, por ejemplo, de que muchos camareros en bares y restaurantes no nos atienden en catalán, ¿no deberíamos pensar en un sistema que ofrezca mejoras salariales a unos trabajadores de sueldos generalmente bajos cuando hacen el esfuerzo de aprender a hablar catalán? ¿No es también discriminatorio que un camarero que ha aprendido a hablar catalán y otro que no lo ha hecho cobren exactamente lo mismo? Y, en cambio, para hablar inglés, ¿se cobre más en cualquier trabajo? Desgraciadamente, la Generalitat no ha sido capaz ni siquiera de garantizar que haya suficientes plazas para los cursos básicos de catalán para todo el mundo que quiere aprenderlo.