¿Certificado Covid? Pensémoslo bien
Portugal, Francia e Italia no se lo han pensado mucho. Galicia y las Canarias, tampoco. En Alemania dudan. En Catalunya, también. La idea de los países que están aprobando el Certificado Covid es ponérselo difícil a las personas que no se quieren vacunar. Ponerles trabas para acceder al ocio: por ejemplo, para entrar en interiores de bares y restaurantes. Este es el objetivo de la obligatoriedad de este nuevo certificado. El recorte de derechos que comporta se compensa por el bien superior de avanzar en la lucha para derrotar el coronavirus. Se prima el objetivo colectivo en detrimento de las libertades individuales. Este es siempre un debate complicado. En cuestiones de salud, sin embargo, ya lo hemos visto en otras ocasiones y contextos, como por ejemplo la prohibición de fumar en interiores, hoy plenamente aceptada pero que en su momento despertó mucha polémica.
El caso que ahora nos ocupa, claro, no es del todo equiparable. Una cosa es renunciar a un placer para no perjudicar al vecino y otra es aceptar que te inoculen una vacuna, un extremo al cual hasta ahora no se obliga. Sí que en los dos casos se trata de salvar vidas y de evitar el colapso o la quiebra del sistema sanitario. Ahora, además, estamos en medio de una pandemia mundial, de una situación de estrés global, cuya salida no se acaba de vislumbrar y ante la cual hay una parte de la población, en algunos países bastante voluminoso, que flirtea con el negacionismo o actúa frívolamente y, por lo tanto, dificulta la superación de la crisis sanitaria.
¿Qué hay que hacer, pues? La implantación de un Certificado Covid tiene que intentar combinar la ganancia colectiva con el máximo respeto a la libertad individual, pero sobre todo con la no-discriminación. Se puede exigir el Certificado Covid una vez todo el mundo haya tenido la oportunidad de vacunarse. A los que, a pesar de los llamamientos a la solidaridad, se nieguen a hacerlo, se les pueden exigir pruebas PCR o de antígenos siempre que tengan que entrar en espacios interiores que se consideren lugares potenciales de contagio. De hecho, el pasaporte covid europeo para poder viajar ya funciona con estas normas. Es obvio que no es lo mismo viajar que ir al teatro o al bar. Por lo tanto, quizás hay que esperar unos meses hasta que todo el mundo efectivamente se haya podido vacunar. Pero tarde o temprano habrá que avanzar hacia el certificado. La ciencia y la tecnología ayudarán: los test de antígenos cada vez son más accesibles y rápidos, lo cual facilita la implementación práctica de este trámite y lo hace menos lesivo para la vida y la libertad de movimiento de las personas.
Lo que es evidente es que vivimos en comunidad, en sociedades altamente complejas, y que la acción de cada individuo repercute en la de los otros. En Catalunya, por suerte, la aceptación de las vacunas es muy amplia entre la gente y, por lo tanto, a priori la puesta en marcha del certificado no tendría que plantear un grado importante de rechazo, y menos si se hace de forma que se eviten discriminaciones flagrantes. Pensémoslo bien, pues. Y acotémoslo en el tiempo y el espacio, de forma que no se conviertan en una futura vía de recorte de derechos y libertades. Porque ya sabemos que es muy difícil conquistarlos y muy fácil perderlos.