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Il·lustració de Mari Fouz

BarcelonaDe vez en cuando el escenario político parece ocupado por la troupe de un circo de los de antes, con la trapecista, el elefante, la mujer barbuda, los equilibristas y el domador. Por razones básicas de prudencia invito a que sea el lector quien identifique quién es quién. El ambiente de música de fanfarria, las entradas y salidas sorpresivas y los equilibrios imposibles ocupan hoy la vida política mientras los ciudadanos observan el caos luchando contra la pandemia sanitaria y económica. La gestión de la pandemia no está poniendo las cosas fáciles a un sistema democrático que no solo es imperfecto sino que vive asediado por las tensiones que lo debilitan aquí y allá. De hecho, en la toma de posesión de Joe Biden, la poeta Amanda Gorman hablaba de los EE.UU. como de “un país que no está roto sino inacabado”, y la idea es útil para todos los sistemas democráticos del mundo, también el nuestro. 

Si la democracia se basa, en palabras de Colomer y Beale en Democracy and globalization (Ed. Routledge), en tres pilares que son la participación, la gobernanza y la rendición de cuentas, llegaremos a la conclusión de que nuestra salud democrática no pasa por su mejor momento desde la sentencia que dinamitó el Estatut hasta estos días de incertidumbre sobre la fecha de celebración de las elecciones, pasando por las prisiones.

El derecho y el riesgo

Votar es un derecho básico porque nuestras democracias están lejos de los ciudadanos, que participan poco en la cosa pública. De hecho, en algunas ciudades como Atenas, Florencia o Génova los ciudadanos primero votaban las políticas y después seleccionaban a los delegados capaces de implementar sus decisiones. Se trataba de mandatarios que ejecutaban los designios de la asamblea, pero hoy el gobierno representativo se ha alejado considerablemente de los ciudadanos, que tienen poco más control sobre la cosa pública que el voto cada cuatro años. Confiar en la autoregulación de los políticos, hablar de autocontrol o de ética política en un país donde la cúpula del ejército y los consejeros de Murcia y Ceuta se comportan como lazarillos utilizando las vacunas, es poco más que una ingenuidad.

Si garantizar la participación es fundamental para la democracia, el espectáculo que vivimos en Catalunya estos días está entre el circo y el terror con unos jueces –siempre los jueces en la política en Catalunya excediéndose con sus opiniones, que convierten en obligaciones– dirigiendo las elecciones hacia el 14 de febrero por razón de “un interés público muy intenso”. El interés es obvio para cualquier ciudadano que crea en su derecho democrático, pero hacerlo el 14 de febrero se contradice con la capacidad de dar plena seguridad al voto y favorecer la participación del electorado. El número de contagios por cada cien mil habitantes ha aumentado un 40% en 15 días y los responsables sanitarios temen un colapso inminente de las UCI, pero el lector ya puede hacerse a la idea de que los partidos han aceptado que iremos a votar en la fecha prevista inicialmente. 

El caso más sorpresivo es el de Salvador Illa, todavía ministro de Sanidad, que ha puesto por delante la estrategia electoral del PSC a la prudencia en la gestión de la pandemia. 

El PSOE ha decidido no perder el efecto sorpresa del nombramiento del candidato, que tiene la ventaja de un mensaje sencillo en tiempo de Twitter. En tiempo de turbulencias, un hombre que habla de construir puentes y de no hacer “reproches” y convertir la sociedad catalana en un “enorme nosotros” puede resultar tentador como un analgésico que calma pero no cura. Por su parte, ERC y JxCat tendrán que transmitir proyectos de reconstrucción complejos para problemas enquistados, si es que consiguen dejar de hacer campaña contra ellos mismos.

Nueva etapa digital

Para seguir observando e intentando entender el circo de tres pistas de la realidad, ya sea la política, la sanitaria, la lingüística, la internacional, la de la escuela y la universidad y en general todo aquello que nos importa en un momento complejo, el ARA culmina hoy un trabajo de un año y medio hecho para los lectores y con los lectores. 

A partir de hoy tendréis acceso a nuestros nuevos canales digitales en la dirección de siempre, Ara.cat, o actualizándoos la aplicación. Se trata del periodismo de siempre, pero como no lo habíamos visto nunca. 

El cambio empezó hace muchos meses en un proceso compartido por toda la redacción y por nuestros lectores, con más de 50 talleres y escuchando a centenares de personas. No se trata solo de un cambio externo sino de una transformación interna, una cultura digital renovada con flujos de trabajo redefinidos y adaptados a las nuevas necesidades y a la nueva manera en la que consumís la información. Gracias a vuestro apoyo y a vuestra exigencia, somos un diario apasionado por la innovación y los cambios en positivo y creemos en avanzar y trabajar en un futuro mejor. 

Ahora, después de 10 años explicándoos los cambios, os presentamos el nuestro, que creemos que hace llegar la información de manera más clara, ordenada y atractiva. Gracias por acompañarnos en este viaje.

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