La cocina y el 'Joc de cartes'
Me miro Juego de cartas, el programa de rivalidad culinaria de TV3, y me encuentro una cocinera muy criticaire, que sirve unos canelones de cerdo, por error, a otro concursante, que no come por razones culturales.
La mujer, que me hace sufrir mucho, hace esa boca que se hace cuando quieres indicar, a la manera de los payasos, que estás triste, y, desde la ironía, hace corazones con los dedos índice y pulgar de las dos manos hacia el cocinero que no come cerdo, con el cual ha tenido una rivalidad insana. Se expone frente a las cámaras como no lo haría ni Ana Obregón. Explica, por ejemplo, que su padre la maltrataba. E interrumpe la confesión por llorar. Critica a diestro y siniestro, desde una superioridad moral que puedes pensar que está exagerada por el guión o por una personalidad errática. Consigue sacar de quicio a todos los demás concursantes.
Ir a un restaurante, poderlo pagar, tener la sorpresa o la decepción, debe ser un acto alegre. Pero hay gente, y se ve, que encuentra un placer orgásmico al criticar. Me miraba a esta comensal y veía el desprecio con el que, con el tenedor, medio partía un bacalao que antes de probar ya sabía que sería detestable. Ningún bacalao, ningún plato merece este asco. Es comida. No pido que se bendiga la mesa antes de empezar, pero tampoco que la destruya. No pido que nadie dé un beso al pan que debe tirar, pero tampoco que retire el plato con una cara que no haría recogiendo la tifa de un perro.
Se puede expresar –y debe expresarse– la decepción por una comida. Por el servicio, por la comida, por la espera, por el precio, por la carta de vinos. Pero desde una relatividad necesaria y desde el respeto. Quiero decir con esto que seguro que Joan Roca, que es el mejor, no dice “qué asco” cuando le sirven un entrecot demasiado hecho o unas patatas bravas decepcionantes. Los genios no cortan a los enemigos en juliana. La cocina es placer y buen rollo. Si el comensal o el cocinero creen que están haciendo un favor, no me gusta.