Un cónclave mirando a Washington

La mayoría de los primeros análisis sobre León XIV dicen que el nuevo papa continuará las reformas de Bergoglio y que el sector más conservador del cónclave ha salido bien escaldado. A riesgo de equivocarme, perdona que discrepe.

La rapidez de la elección hace pensar que la candidatura de Prevost probablemente ya se había forjado en los días previos al cónclave, cuando aún podían darse influencias externas. Pero rompe un principio mantenido durante siglos: no elegir un papa de una potencia política para garantizar mejor la libertad de la Iglesia. Podríamos suponer que los cardenales han considerado que la personalidad y la biografía de Prevost, al fin y al cabo más peruano que estadounidense, merecían una excepción.

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¿Y si, en realidad, el hecho de ser de Estados Unidos hubiera jugado a favor del nuevo pontífice? Allí, la Iglesia ha vivido tensiones muy fuertes entre quienes querían mantener la línea social de Francisco y la acogida a los inmigrantes latinos –la mayoría de ellos, católicos–, y quienes tildaban al papa de comunista. Todo ello, en medio de los litigios por los abusos sexuales a menores que están costando millones de dólares en indemnizaciones y ensuciando gravemente la reputación del catolicismo en un país mayoritariamente protestante.

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La oposición a Francisco ha tenido en Estados Unidos un foco potente y bien financiado. Su cabeza visible, el cardenal Raymond Burke, enfurecido con la posibilidad de que los divorciados pudieran comulgar, afirmó en el 2018 en un congreso en Roma: "Como muestra la historia, es posible que un pontífice romano pueda caer en la herejía o carecer a su primer deber de salvaguardar y preservar la unidad de la unidad de la unidad de la unidad de la unidad de la de la salvaguardia". Viniendo de un cardenal, no son palabras menores.

Prestamos ahora atención a la famosa imagen de Donald Trump vestido con hábitos pontificios –¡difundida por la propia Casa Blanca!– ya sus declaraciones sobre que él sería el mejor papa posible. Han sido vistas como otro desatino de un presidente tonto. Pero, con sus boutades, Trump emite señales que llegan nítidamente a quien debe entenderlas. Para cualquier persona versada en la historia del cristianismo, esta fotografía evoca los retratos de Enrique VIII, el rey de Inglaterra que, cuando la Santa Sede le denegó el divorcio, optó por crear la Iglesia anglicana, separada de Roma. ¿Están los poderosos grupos ultraconservadores estadounidenses amenazando con un cisma?

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Y eso liga con el cambio de tono en las declaraciones públicas de los analistas tras la muerte de Francisco. Si en un primer momento se debatía sobre la continuidad de las reformas inacabadas, después se insistía a diestro y siniestro en la unidad de la Iglesia, con el premiso sobreentendido, claro, que éste está en peligro porque Bergoglio habría ido demasiado lejos.

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En un cónclave, sale papa quien tiene la capacidad de reunir apoyos de origen diverso y por motivos diferentes hasta llegar a dos tercios de los votos. León XIV puede ser el hombre elegido para calmar a la Iglesia norteamericana y, con ella, a los grupos más derechistas de todas partes, sin poner en riesgo una parte sustancial del legado del papa Francisco, renunciando a conservarlo íntegramente. Su elección puede ser interpretada como la búsqueda de un punto de intersección entre los llamados conservadores y progresistas para evitar una de las peores pesadillas de los católicos: el cisma. Un punto de intersección en el que seguramente también han confluido los cardenales africanos, muy atentos a la lucha contra la desigualdad y, a la vez, preservar la moral tradicional, o los cardenales de la Curia vaticana, que conocen a Prevost porque ha tenido cargos.

Si mi hipótesis es cierta, León XIV mantendrá, porque es su talante misionero, la vertiente social y el discurso sobre la atención preferencial a los pobres que han caracterizado el pontificado anterior. Así garantiza un hecho esencial para buena parte de los cardenales creados por Francisco, que eran mayoritarios en el cónclave. Pero, al mismo tiempo, para mantener la unidad, no introducirá cambios significativos en la doctrina ni en el derecho canónico, que era el gran miedo a los cardenales más conservadores, empezando por los de su propio país de origen.

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No se suele hablar de perdedores en un cónclave. Y, sin embargo, las hay. En primer lugar, y como siempre, las mujeres, los divorciados y los homosexuales, que, si mi hipótesis es buena, tendrán que seguir esperando a que la Iglesia se modernice. En segundo lugar, el catolicismo emergente de Asia. Mientras todo el mundo estaba pendiente de la fumata blanca, Putin y Xi Jinping se entrevistaban y apretaban lazos en Moscú. Habrá que ver la política de León XIV hacia China, que está expandiendo su influencia en el mundo y, al mismo tiempo, reprimiendo violentamente a los cristianos y otras minorías. En este caso, ser de origen estadounidense no le ayudará, pero parece evidente que el cónclave ha mirado más a Washington que a Pekín.