Corruptos de ayer, de hoy y de siempre

Como si la política no estuviera pasando por un momento especialmente crítico, aquí, allá, en general, como si el momento no fuera lo suficientemente complicado, aquí, allá, en general, como si una decisión tomada no fuera peor que la anterior, aquí, allá, en general, como si el adelantamiento por la derecha no se hubiera convertido en norma universal, lo que nos faltaba aquí, allá, en general, era un despliegue de corruptos diciéndose a ellos mismos que uno es más corrupto que el otro y amenazando con unas elecciones en las que difícilmente se puede votar ninguna alternativa porque la alternativa hace días que se ha perdido tratando de salvarse a sí misma. Y del calor, ni hablemos.

El teatro político de estos días, protagonizado por un Sánchez sobreactuado, todavía más de normal, da entre rabia y asco, porque genera más desconfianza de la habitual, y se hace difícil creer y ver cómo unos pueden mandarlo todo a freír espárragos por sus egos y su codicia, y cómo el resto lo aprovechan para lanzar sus proclamas partidistas en el resquicio que queda entre un insulto y otro. Así es la política, dirán algunos. Y quizás lo sea, pero que sea así no lo hace menos lamentable. Que no se avergüencen del cinismo que conlleva el hecho de señalar en el otro lo que tú también has hecho, haces y harás, y que el resultado sea que pensemos que no hay nada limpio y que nunca lo habrá, es desesperante. Y ya sería hora de que los cargos con responsabilidad tuvieran la responsabilidad de dejar el cargo cuando argumentan que no lo sabían porque en la responsabilidad está el “tener que saberlo”. Si no es complicidad, es negligencia, y ambas cosas son indignas. En una entrevista a este mismo diario, Rebecca Solnit, una de las mentes estadounidenses contemporáneas más brillantes, decía de Donald Trump y de Elon Musk que eran “dos de los mayores imbéciles del mundo, que tienen visiones e intereses diferentes”. Y seguía: "Vemos a hombres más ricos que nunca, que se compran islas y palacios, y podría parecer que esto los hace felices. Pero la codicia se vuelve infinita, y necesitan más poder, más dinero. Los miras, y todos parecen profundamente miserables". Pues eso. Y del calor, ni hablemos.

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Los corruptos tienen algo similar con los espías. Evidentemente, los corruptos no son nada interesantes, a diferencia de los espías, pero ambos tienen esa capacidad de mentir con una sangre fría que nos deja la nuestra helada. Los espías, cuando no son agentes dobles, trabajan para un solo gobierno y muchas veces para defender una ideología, mientras que los corruptos aprovechan que trabajan en el gobierno para enriquecerse con el dinero como única ideología. Los espías defienden unos intereses comunes y otros solo defienden sus propios intereses. Pero los corruptos, como los espías, no siempre acaban siendo descubiertos. Aunque sospechemos vagamente quién puede ser un tal M. Rajoy, la justicia no ha terminado de aclararlo. Y que la justicia implique una defensa no significa que no se pueda elegir a quién defender. Que solo nos falta entender esto. Casualmente, el expresidente Mariano Rajoy ha hecho estos días el Camino de Santiago como un peregrino cualquiera. Tranquilamente. Con todos los derechos del mundo. Un poco como Felipe González, que camina menos pero que va dando lecciones de democracia con José María Aznar y un puro, o Carlos Mazón, que sigue comiendo con sobremesa incluida. Todo esto es especialmente doloroso en esta época de bombas y perturbados, en la que la democracia no se repiensa, solo se hunde. Con nosotros en el barco, claro. Y del calor, ni hablemos.