Cosas a celebrar
Este sábado, el editorial de este diario nos propone celebrar a Rosalía. Yo la celebro convencido. Convencido significa que, antes, he tenido que convencerme de ello, en contra de mi instinto primario. Hay argumentos de sobras. En primer término, la justicia: el éxito de Rosalía es un premio al talento, al esfuerzo y a la audacia. Y después viene el resto: que una chica de aquí, formada musicalmente en Barcelona, se convierta en una estrella mundial es una buena noticia. Que incluya el catalán en su repertorio permite que nuestra lengua, pequeña y maltratada, alcance proyección universal, aunque sea de forma fugaz. No nos pasa todos los días y, por supuesto no les pasa a las otras lenguas minorizadas. Y aunque no fuera así, seríamos bobos de tomárnoslo de otra manera: Catalunya se ha hecho a base de incorporar, no de expulsar. Incorporar no significa adulterarse, sino celebrar que lo que consideramos propio combine bien con un producto global. Que haya trazas de Rusalia (que es como se pronuncia su nombre) dentro del producto Rosalía.
Admito que para acercarme al universo de Rosalía sin prejuicios tuve que hacer un largo viaje porque yo, por edad, he mamado flamenco por decreto, porque era la banda sonora del franquismo. Cuando apareció Motomami todavía me costó más entrar. Pensé: esta chica se ha disfrazado de latina, se nos ha vendido a la moda funesta del reggaeton y la sexualización más vulgar. Y ahora, con ese disco que reivindica la espiritualidad pop, también frunzo el ceño porque los boomers tuvimos que aguantar la tutela de las sotanas y toda la hipocresía vaticana, y cuando me hablan de misticismo, aunque sea con un envoltorio tan bonito, pienso en sectas y en falsos profetas.
Pero bueno, en definitiva, he hecho lo que tocaba, que es escuchar Lux de la primera canción a la última, y sin entender mucho de música diría que estamos ante una obra emocionante, arriesgada e inspirada, con mucho trabajo detrás, unos textos desiguales, y una curiosidad infinita que dice mucho de la autora y de su horizonte creativo.
Y claro que pienso, con pesar: qué bien nos iría que Rosalía hiciera una obra magna en catalán, que agrandase nuestro legado cultural y lo pusiera al servicio de la humanidad entera. Qué bonito sería que se diera cuenta del enorme favor que podría hacer a una lengua tan castigada y sitiada. Pero después me encogo de hombros y pienso que Rosalía no es Juana de Arco, ni siquiera Maria del Mar Bonet, y que, total, los ABBA se hicieron célebres cantando en inglés a pesar de ser suecos. Y como buen catalán pacto con la realidad y doy por bueno que ha querido cantar al menos una canción en su lengua, sabiendo que en el panorama internacional esto no le suma, y en el mundo hispano más bien le resta. Y, por lo tanto, la celebro. De todo corazón. Y le deseo más éxitos, y le propongo (¿quizás debería rezarle?) que nos ayude a hacer de Catalunya un vivero de nuevos talentos musicales.
Pero para acabar de hacer justicia, después de celebrar a Rosalía celebro aún más a los artistas que hacen del catalán un vehículo de cultura y de fiesta. Algunos de ellos son grandes artistas como Rosalía pero no pueden demostrarlo porque el sistema (la industria, la prensa, España) los ignora como si fueran un estorbo o, por el contrario, una amenaza. Los músicos, escritores, actores que han optado por trabajar en su lengua contra todo y contra todos, teniendo que oírse llamar "provincianos" o "nacionalistas". Los celebro y los vuelvo a celebrar, con un extra de pasión, porque lo necesitan mucho más que Rosalía, cosa que estoy seguro de que ella entiende perfectamente.
No tothom ho entendrà
I ella no ho espera.
Pensen que és el final
però tot just comença..
Fragmento de Divinize, del disco Lux de Rosalía.