Creerse que los inmigrantes se comen los gatos y los perros

¿Cómo puede salir un hombre hecho y derecho como Donald Trump y asegurar que hay inmigrantes que se comen los animales domésticos de la gente? ¿O que él no tiene nada que ver con el asalto al Capitolio del 6 de enero? ¿O que su contrincante está a favor de la ejecución de bebés? A Harris se le escapaba la risa, y Stephen Colbert se retorcía de risa con el corte en el que la moderadora, Linsey Davis, precisaba toda seria: “No hay ningún estado en este país donde sea legal matar a una criatura después del nacimiento. Pregunta siguiente”. Pero qué duro, ¿verdad?

A estas alturas sabemos que la mentira da votos, y que políticos como Trump han creado un narcótico eficaz para los escrúpulos de votantes que en conciencia no pueden aceptar mentiras: los hechos alternativos, porque en su visión de las relaciones humanas no existe ninguna verdad objetiva y cada uno tiene su propia verdad.

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Y, sin embargo, la pregunta persiste: ¿por qué tiene tanta fuerza la mentira? El debate Trump-Harris me ha pillado empezando a leer Nexus (Ediciones 62), de Yuval Noah Harari, que parecía escrito después de oír las tonterías de Trump: “La información a veces representa la realidad y a veces no, pero siempre conecta [...]. El secreto del Homo sapiens es que tenemos talento para utilizar la información para conectar a muchas personas. Desgraciadamente, esta habilidad a menudo hace que creamos en mentiras, errores y fantasías”.

Desde que ganó las elecciones del 2016, Trump ha conectado con la mitad de los votantes americanos, y, a juzgar por las encuestas, sigue conectando con ellos, aunque sea a base de desinformar. Lo que ayer hizo Kamala Harris poniendo a Trump a la defensiva tuvo mérito, y sirve para estar seguros de que el 5 de noviembre habrá partido. Pero el terreno de juego político es cada vez más un barrizal.