De los cuerpos y de las patrias

1. Identidades. Nada de lo que pasa en Catalunya o España es ajeno al estado general del mundo: frustradas las esperanzas generadas en el siglo pasado sobre el progreso como redención, y después del estallido de la crisis del 2008, la vía identitaria está reemplazando las estrategias de transformación económica y social en la identificación política de los ciudadanos: quién soy, dónde pertenezco. Y la distinción derecha/izquierda pierde peso respecto a la alineación patriótica. Con el agravante de que las patrias, como siempre que toca activarlas, dejan de ser territorio de todos para entrar en el juego de los patriotas y los traidores.

Pero el hecho es que, en este clima, ahora mismo, no es una rareza –lo cual no quiere decir que no sea inquietante– el crecimiento de la extrema derecha y la radicalización de buena parte de la derecha tradicional en España: solo hay que mirar a Francia. Y también forma parte de la lógica de este momento que el independentismo catalán haya logrado cuotas sin precedentes. Un movimiento nacido como emancipador que hará muy bien si está atento al riesgo de que tomen cuerpo las fracciones ultranacionalistas, que por ser de los nuestros no son mejores.

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La aceleración tecnológica y económica que ha desencadenado el proceso de globalización, y que ha dejado muchas fracturas por el camino –y a mucha gente descolocada–, y el proceso de superación del marco corporal de nuestra experiencia que encarna la última promesa –el metaverso–, que pretende hacernos trascender del mundo real al mundo virtual, están generando un desconcierto que lleva a la gente a buscar promesas que tienen aura de fundamento trascendental. Y todavía es pronto para decir si la experiencia del covid, con el aislamiento de los cuerpos forzado por el poder, el miedo y la culpa, agravará el desconcierto o puede tener el efecto de habernos ayudado a recuperar conciencia de nuestra corporal condición, por muchas promesas de superarla que la ciencia nos ofrezca. Como escribía Santiago Alba Rico, “entre los cuerpos siempre hay problemas, entre los cuerpos siempre está la solución”. Olvidar esta experiencia constituyente de nuestras vidas es descabalgar de la condición humana.

2. Emancipación. Frente a las crisis que acabaron con la fantasía progresista (la búsqueda del happy end en un futuro próximo), crecieron una serie de movimientos emancipatorios profundamente encarnados, alejados de los grandes poderes económicos y políticos. El feminismo y el ecologismo son los más canónicos y los que han conseguido más reconocimiento e incidencia, pero también alrededor de la defensa de las minorías excluidas y de la inmigración, que encarna el desprecio de los perdedores. Y es cada vez más evidente que en el despliegue de la radicalización identitaria y patriótica, de Trump a Putin, de Bolsonaro a Orbán (que todos han hecho suyo el modelo económico neoliberal), hay una prioridad en el orden del día, que es la lucha contra todas aquellas propuestas emancipadoras que ponen en evidencia las fracturas y crueldades del presente. El último ejemplo lo tenemos bien cerca. Y no por ser de un lugar minúsculo en el contexto internacional deja de ser relevante. Las primeras exigencias de Vox para apoyar al PP en Castilla y León son derogar la ley de violencia de género y la ley de memoria histórica. Una manera inmediata de identificar quién son los enemigos.

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El independentismo se ha desarrollado como un movimiento emancipador, que pretende hacer pasar Catalunya de potencia (nación) a acto (estado). Y ha cuajado en un tiempo en el que el margen de maniobra de los poderes políticos en el campo económico y social es limitado, las grandes promesas son difíciles de cumplir y la gente se alinea políticamente por razones culturales y emocionales, en busca de alguna forma de arraigo en un mundo que se escapa. Pero precisamente por eso se tiene que estar vigilante, porque toda ideología que apela a un fundamento superior –sea Dios o la patria– corre el riesgo de generar fórmulas de exclusión, y demasiado a menudo oímos gritos y leemos comentarios en esta dirección. ¿Es posible un soberanismo laico e incluyente? Tiene razón el presidente Aragonès al advertir que “cuando reducimos el debate a identificar héroes y traidores pierde el conjunto del movimiento”, que “es plural y diverso como todo el país”. Y todos tenemos los mismos derechos y deberes.